Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 9 de marzo de 2003
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Mundo
Immanuel Wallerstein

La réplica

Si se considera que el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York fue un terremoto político para el pueblo estadunidense, Estados Unidos está sufriendo la réplica. La más reciente y dramática consecuencia de dicha réplica ha atravesado el Atlántico y provocado un deslizamiento tectónico que ha pasado desapercibido durante toda la pasada década.

Lo perturbador de esa fecha funesta fue el hecho de que Estados Unidos, por primera vez, se sintió vulnerable. Un ataque directo de tal magnitud dentro del territorio continental se desconocía previamente y era impensable. La inmediata respuesta de la mayor parte del resto del mundo -que había conocido esa forma de vulnerabilidad desde mucho tiempo antes- fue masivamente solidaria. Recordemos el ahora clásico editorial del diario parisino Le Monde del día después: "Ahora todos so-mos estadunidenses".

En menos de 18 meses, la administración del presidente George W. Bush ha malgastado toda esa solidaridad y ahora se encuentra diplomáticamente aislada. Esta es la segunda gran réplica del 11 de septiembre. Desde 1945, Estados Unidos ha luchado por sus políticas globales con la certeza de que cuenta con aliados seguros, Europa occidental, Canadá, Japón y Corea del Sur. Sin importar cuántas reservas pudiera tener un aliado u otro hacia dicha política, y sin importar cuánto escándalo hicieran (una táctica por la que Francia es particularmente famosa), Estados Unidos siempre contaba con el hecho de que, cuando llegara el momento de tomar una decisión, estos aliados lo respaldarían.

Hasta febrero de 2003 el gobierno estadunidense se había asegurado de que la deferencia de sus aliados hacia su liderazgo en asuntos mundiales fuera una constante en la que se podía confiar. Repentinamente esto ha cambiado. Francia y Alemania encabezan ahora la "coalición de los no dispuestos", apoyados por Rusia y China, y también por una parte muy considerable de la opinión pública mundial. Cuando ocurrieron en todo el mundo las masivas manifestaciones por la paz del pasado 15 de febrero, las mayores protestas fueron en los tres países que más ostensiblemente han apoyado la postura de Washington respecto de Irak: Gran Bretaña, España e Italia. Esta semana el Consejo de Seguridad de la ONU votará la resolución presentada por esos tres países para legitimar una acción militar contra Irak. Se les enfrenta un "memorándum" de Francia, Alemania y Rusia, el cual, en efecto, sostiene que no existe aún justificación alguna para la acción militar. Es muy dudoso que la resolución de Estados Unidos logre los nueve votos que necesita para ser aprobada, aunque no se le llegue a vetar.

El resultado inmediato de esto ha sido un duelo a gritos entre Estados Unidos (junto con Gran Bretaña), de un lado, y por otro Francia y Alemania. Ha sido mucho más estridente el bando estadunidense que el franco-alemán. Jacques Chirac, un político conservador que ha vivido en Estados Unidos y quien por mucho tiempo fue considerado el líder político francés más amistoso hacia los estadunidenses, está siendo vilipendiado, e incluso, satanizado.

¿Cómo llegó a deteriorarse la relación entre Europa y Estados Unidos, al grado de que la prensa se pregunta si alguna vez podrá repararse, y habla de que estamos pasando por un divorcio? Para entender esto tenemos que analizar la historia desde el principio, es decir, desde 1945.

En dicho año Estados Unidos era todopoderoso y Europa occidental sufría por la grave destrucción económica que dejó la guerra. Más aún, 25 por ciento de la población europea occidental votaba por los partidos comunistas, mientras las mayorías temían sinceramente que la combinación de esos partidos comunistas y el inmenso Ejército Rojo, estacionado en medio de Europa, representara una verdadera amenaza a la sobrevivencia de todos los estados no comunistas. La alianza entre Europa occidental con Estados Unidos concretó la creación de la OTAN en 1949, con el fuerte apoyo de la mayoría de la población europea, que tenía más temor de quedar aislada de Estados Unidos que del imperialismo estadunidense. Washington alentó y apoyó el establecimiento de estructuras trasnacionales europeas, primordialmente como una forma de volver aceptable para los franceses el involucramiento de Alemania occidental en la estructura de la alianza.

A finales de los años 60 el cimiento ma-terial y político del entusiasmo europeo por la alianza atlántica comenzó a desgastarse. Europa occidental había revivido económicamente y ya no dependía de Es-tados Unidos. ¡Todo lo contrario! Se estaba convirtiendo en su rival económico. La fuerza interna de los partidos comunistas había comenzado a disiparse. La amenaza soviética parecía ya muy distante. Mientras tanto, el entusiasmo estadunidense por las instituciones europeas había menguado, a medida de que una Europa fuerte em-pezaba a parecer un riesgo para la OTAN. Estados Unidos alentó a Gran Bretaña a unírsele, con la esperanza de diluir a Europa (tal como denunció Charles de Gaulle en ese momento). Más tarde, Estados Unidos presionó "hacia el este", con una intención similar.

El colapso de la Unión Soviética, de 1989 a 1991, representó un desastre, desde el punto de vista del control estadunidense sobre sus aliados. Desbarató la justificación principal del liderazgo de ese país. Básicamente lo que Estados Unidos ofrecía era el interés de clase del "norte" contra el "sur", el interés que tenían en común en cuanto a orden global, globalización neoliberal y la contención militar de países del "sur" (esto se tradujo en una continua e intensificada insistencia en la no proliferación nuclear).

Estos eran, ciertamente, intereses comunes, pero ninguno de ellos era tan urgente como lo fue en su momento la amenaza militar soviética. Además, Europa occidental sentía que su enfoque en problemas particulares era al menos tan inteligente y útil como el de Washington.

Durante los gobiernos del primer presidente Bush y de Bill Clinton, estas diferencias llevaron a serios enfrentamientos, pe-se a los cuales se mantuvo la cordialidad. Después llegaron los halcones del segundo presidente Bush. Estos no tenían ningún interés en debatir los temas más delicados en cuanto a qué hacer en Irak, Palestina o Corea del Norte. Ellos creían que sabían lo que debía hacerse y estaban ansiosos por asegurarse que Europa occidental aceptaría, como lo había hecho anteriormente, el incuestionable liderazgo de Estados Unidos. Ellos heredaron el antiguo desprecio estadunidense por los inmigrante europeos que se habían quedado atrás.

Sin embargo, hoy son muy distintas las realidades geopolíticas. Europa occidental siente que las políticas de Bush hacia Irak están tan en contra de ella como de Saddam Hussein. Piensan que Bush está tratando de destruir la posibilidad de una Europa fuerte y políticamente independiente, precisamente en un momento muy delicado de la construcción constitucional de ese continente. Más aún, la derrota de los socialistas en Francia y la victoria de los socialdemócratas en Alemania implicaron serios retrocesos para Bush. La derrota de los socialistas permitió que Francia, con su curiosa Constitución, tenga un presidente cuya autoridad es decisiva, porque no tiene que compartir el poder con un primer ministro de otro partido. Chirac ve que los intereses de Francia dependen del ejercicio de un gaullismo sin reservas, y en esto Chirac cuenta con el apoyo de la opinión pú-blica y los políticos franceses, cosa que jamás hubiera logrado con un primer mi-nistro socialista.

En Alemania, por otro lado, sólo una coalición de gobierno socialdemócrata-verde pudo haber logrado la postura clara que el gobierno ha adoptado, y que le trajo recompensas políticas.

Ha quedado demostrado que estaban equivocadas las bravatas de Donald Rumsfeld en cuanto a que la "vieja Europa" estaba aislada. No hay un sólo país en el continente, incluidos los del sector oriental, en que las encuestas no demuestren que la población se opone a la postura estadunidense. El Estados Unidos que promueve guerras preventivas y promete que se enfrascará en ellas de manera unilateral es visto como un peligro mucho mayor que el sitiado y reducido Saddam Hussein. Europa no es antiestadunidense, pero definitivamente es contraria a Bush. Mientras tanto, lo mismo está ocurriendo en el este de Asia, donde Japón, Corea del Sur y China se han unido contra la manera en que Estados Unidos maneja lo referente a Corea del Norte.

Nunca debemos volver al pasado. Lo que ocurra ahora depende mucho del proceso militar que se lleve a cabo en la guerra con Irak. Europa puede salir de esto fortalecida o destrozada. Pero la certeza de Estados Unidos de poder contar con el apoyo automático de Europa occidental y el este asiático puede haberse perdido para siempre.

 

Immanuel Wallerstein es director del Centro Fernand Braudel, de la Universidad de Binghamton (http:fbc.binghamton.edu/commentr.htm)
 
 

Traducción: Gabriela Fonseca

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