Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 23 de marzo de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >












Capital

Angeles González Gamio

Siempre Juárez

Hace dos días se conmemoró el natalicio de don Benito Juárez, personaje histórico querido y admirado, cuya imagen sigue vigente, aunque de repente haya vientos contrarios que lo quieran borrar.

Fue Porfirio Díaz quien finalmente concretó la idea que había venido proponiéndose desde el fallecimiento de Juárez, de hacerle un mausoleo. Lo mandó realizar para inaugurarlo durante las célebres fiestas del centenario de la Independencia. Esto coincidió con la creación, en 1905, de la comisión nacional para conmemorar el centenario del natalicio del prócer oaxaqueño; entre otras actividades, se convocó a un concurso para recibir diversas propuestas del monumento y se integró un jurado con los arquitectos Nicolás Mariscal, Antonio Rivas Mercado y el ingeniero Manuel Velázquez de León, el cual falló en favor del proyecto del arquitecto Guillermo de Heredia.

En noviembre de 1909 se iniciaron los trabajos de la cimentación de concreto y meses después la colocación de los mil 620 bloques de mármol que conforman el elegante hemiciclo. El costo total de la obra, que dirigió el ingeniero Ignacio León de la Barra, fue de 229 mil 438 pesos. La ejecución arquitectónica fue realizada en Italia por Zoccagno, y la escultórica por Lazzaroni, demostrando una vez más la profunda predilección de Porfirio Díaz por los arquitectos y artífices italianos; baste recordar a Adamo Boari, con Bellas Artes y el Palacio de Correos, y a Silvio Contri con el Palacio de Comunicaciones. El monumento a Benito Juárez se erigió en el lugar donde se encontraba el quiosco Morisco, que a partir de 1910 se ubica en la alameda de Santa María la Ribera.

Hace aproximadamente un lustro el monumento se encontraba muy deteriorado, y apareció como un ángel Julián Arce, magnífico restaurador mexicano que tiene una empresa dedicada a esas labores en todo el mundo y periódicamente regresa a su patria para limpiar gratis algún monumento público. El remozamiento que hizo garantiza su conservación por lo menos en los próximos 20 años. "Las piedras son seres vivos que necesitan cierto aire y humedad" ha dicho don Julián, por lo que sus tratamientos para limpiarlas y preservarlas les permiten "respirar"; incluye cubrirlas con toallas y recubrimientos de polietileno de alta densidad, aplicando carbonato de cuarzo como conservador.

Y parece ser cierto, pues el majestuoso mausoleo de albo mármol de Carrara, continúa deslumbrando con sus destellos nacarados. Su arquitectura es impresionante: un amplio semicírculo custodia el grupo escultórico que representa al Benemérito sentado y a la Gloria en actitud de colocar una corona de laurel sobre sus sienes, y la República descansando su espada en tierra con la mano izquierda, mientras con la derecha levanta en alto la antorcha del Progreso. Mide siete metros de altura y pesa 70 toneladas. Lo flanquean cuatro columnas dóricas de cada lado, y para completar el impacto, dos grandes leones sedentes presiden el hemiciclo.

En estos días, a la apostura del monumento se suma el esplendor de la naturaleza que lo rodea: jacarandas violáceas en plena floración, magnolias con grandes flores blancas, imponentes fresnos cubiertos de hojas nuevas en un verde tierno y sinúmero de especies que ya están en franca primavera.

Todavía continúan las obras de remozamiento del pavimento de la Alameda Central, con lo cual va a recobrar el esplendor que tuvo desde su nacimiento, en el siglo XVI. Aún recordamos la famosa pérgola que albergaba la librería de Cristal en la década de los 50 šdel siglo pasado! (todavía no me acostumbro a referirme así al siglo XX); era de las mejores de la época y sitio de encuentro de escritores y aspirantes. También relevante en esos tiempos era la librería El Volador, ubicada en la plaza Seminario, hoy plaza Manuel Gamio, enfrente del soberbio sagrario de la Catedral. La fundó en 1929 don Jesús Medina, quien había tenido un puesto de libros en el mercado de El Volador, que desapareció para dar paso al edificio de la Suprema Corte de Justicia.

El amor de don Jesús por los libros lo transmitió a su nuera, Sara García de Medina, quien a su fallecimiento se hizo cargo exitosamente del establecimiento, que ahora va a desaparecer, por la venta de la antigua casona que lo aloja. Un sentido réquiem por el único vestigio que quedaba de lo que fue El Volador.

Se impone ir a la cercana cantina El Salón Madrid, situada en la esquina de Belisario Domínguez y los portales de Santo Domingo. Con sus gabinetes forrados de madera y múltiples espejos, ofrece un ambiente grato para brindar por la librería El Volador, por doña Sarita, por los libros y por las jacarandas en flor.

[email protected]

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año