Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 23 de marzo de 2003
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Contra
MAR DE HISTORIAS

Tiempos de amor y guerra

CRISTINA PACHECO
 
Al entrar en el restaurante Aurelia siente el impulso de retroceder. Se lo impide la voz amable del capitán de meseros:

-Buenas noches. ¿Tiene reservación?

-Sí, a nombre del arquitecto Estrada.

-Salón tradicional. Mesa 36 -indica la recepcionista luego de revisar la lista de comensales. -Ya la están esperando.

Aurelia le sonríe y se deja conducir por el capitán hasta la mesa junto a la ventana. Desde lejos ve a Santiago que, con la mano tendida, va a su encuentro:

-Bienvenida-. Santiago se aparta: -Elegí esta mesa porque da al jardín.

-Es precioso -dice Aurelia y toma asiento.

El capitán de meseros hace una reverencia y pregunta si desean ordenar algo de beber. Santiago pide vino de una marca precisa. Cuando al fin quedan solos da una explicación innecesaria:

-Lo bebíamos para celebrar.

Aurelia finge no haber escuchado pero se siente observada:

-¿Por qué me miras así?

-Estás igualita.

-Tú también-. Aurelia vuelve a reír: -O sea: que los dos hemos cambiado. Es natural.

-No hace tanto tiempo que dejamos de vernos-. Santiago guarda silencio cuando reaparece el capitán. Después de recibir la aprobación de su cliente, el empleado escancia el vino y se aleja.

-Siempre me cohíben los capitanes de meseros. ¿Por qué será?- Aurelia se disculpa: -¡Qué tonterías digo!

-Está bien-. Santiago toma la cajetilla de cigarros y se palpa los bolsillos.

-¿El encendedor?- Aurelia sabe que acertó: -Jamás lo encuentras.

-Eso siempre te enfurecía ¿recuerdas?- Santiago percibe la incomodidad de Aurelia. -Lo siento. Será inevitable que haga referencias al tiempo en que estuvimos juntos.

-Sí, lo sé-. Aurelia suspira: -Discúlpame, estoy nerviosa.

-Yo también... y muy sorprendido de que estés aquí.

-No veo por qué. Concertamos una cita.

-Hace dos semanas. Temí que lo olvidaras o que algo te impidiera llegar-. Santiago titubea: -La espera me resultó insufrible. Tuve ganas de llamarte y sugerirte que adelantáramos la cita.

-¿Por qué no lo hiciste?- El tono de Aurelia es provocativo.

-Temí que te sintieras acosada y, con eso, darte un pretexto para cancelar todo.

-Sabes que también deseaba verte, de otro modo habría rechazado tu invitación la tarde en que nos encontramos-. La expresión de Aurelia se vuelve alarmada: -De milagro llegué a la fiesta de Marcela. Me agarraron cuatro manifestaciones y me quedé horas en el coche. Cuando al fin logré cruzar Insurgentes, me sentía tan horrible que estuve a punto de regresarme a la casa.

-Me alegro de que no lo hayas hecho-. Santiago ve acercarse al mesero: -Ordenaremos más tarde. Gracias.

Aurelia bebe un sorbo de vino y se vuelve hacia el empleado, que ya atiende a otros clientes.

-Me parece que fuiste un poco descortés con ese hombre.

-Lo siento. Llevo mucho tiempo esperando verte y no quiero desaprovechar ni un minuto. ¿Te molesta que te lo diga?

-No: al contrario-. Aurelia inclina la cabeza y sonríe: -Yo también ansiaba este encuentro. Muchas veces pensé: "Ojalá que ese día no haya congestionamientos o marchas que nos impidan llegar al restaurante".

-Fue lo que sucedió la última vez... -Santiago no puede evitar un dejo de reproche.

-Te repito lo que te dije entonces: no llegué porque me lo impidió aquella marcha de campesinos, mujeres y maestros. Las calles se volvieron intransitables y el Periférico se paralizó. Para colmo, a mi celular se le bajó la batería y no hubo forma de que me estacionara para llamarte de un teléfono público-. Aurelia hace una pausa: -Comprendo que te haya sonado a pretexto.

-Es que te sucedió mil veces lo mismo.

-¿Y a ti no?

-Sí, claro-. Santiago parece resignado: -Digamos que la lucha por las mejores causas se convirtió en nuestra enemiga.

-El problema no fue ese, sino que desconfiaras... aunque a veces, yo también malicié-. Aurelia siente cuando Santiago vuelve a sonreírle: -Mejor brindamos.

-Por nosotros, por ti, por tu trabajo. ¿Cómo va?

-Bien. Ahora estoy restaurando un marco del siglo XVIII. Me maravilla: ha sobrevivido a la humedad, el polvo, las polillas, varias guerras; en cambio, de sus dueños no resta nada-. Aurelia se vuelve sombría: -De la absurda guerra que acaba de estallar ¿qué quedará?

-Horror, destrucción...- Santiago intenta sonreír: -¿No hablaremos de nosotros?

-Nosotros- Aurelia lo mira con extrañeza.

-¿Por qué nos separamos?

-Prefiero que no hablemos de eso-. Aurelia comprende que Santiago no desistirá: -Digamos que fueron muchas cosas: la vida, tus viajes, esta ciudad... Cada vez era más difícil encontrarnos.

-Sí, lo recuerdo. En los últimos tiempos me llamaste mucha veces para decirme que no llegarías porque el tráfico de viernes estaba imposible o las calles tomadas por plantones y marchas.

-Lo dices como si todo hubiera sido un invento mío.

-Trata de entenderme: hubo semanas en que no pudimos vernos ni una sola vez.

-Nunca entendí que recelaras-. Aurelia echa el cuerpo hacia delante: -¿No vivimos en la misma ciudad? ¿No enfrentabas todos los días los mismos obstáculos que yo?

-Sí, pero me desesperé, me volví loco.

-¿Y crees que yo no? Con decirte que hasta protesté. Claro que no sirvió de nada, pero al menos me desahogué.

-¿De qué hablas?

-Júrame que no vas a reírte.

-Ya dímelo- Santiago presiona con ternura la mano de Aurelia. Ella lo mira con intensidad.

-¿Recuerdas la noche en que discutimos como una hora por teléfono? Me gritaste: "¡Ya basta de pretextos! Cuando no es un embotellamiento, es una marcha de vendedores lo que te impide llegar a nuestras citas..." Te contesté: "No es mi culpa". Antes de colgarme el teléfono dijiste: "¿No? Entonces ¿de quién?"

-Perdóname, te lo suplico.

-No quise reclamarte, sólo recordaba.

-Sigue por favor.

-Me pasé aquella noche tratando de resolver tu pregunta y llegué a la conclusión de que el culpable de nuestros desencuentros era el coordinador de Tránsito y Planificación Urbana. Entonces le escribí una carta. Primero le expresé mi desacuerdo con tantas injusticias y fallas. Luego le dije que comprendía el motivo de que tantos mexicanos salieran a la calle en defensa de sus derechos. Frente a eso, su obligación era imponer un nuevo orden en las vialidades, de modo que todos pudiéramos llegar a nuestros destinos y encontrarnos con otros seres humanos-. Aurelia hace una pausa: -Te advierto que le hablé de nosotros. Le aclaré que por culpa de este caos, tú y yo, como de seguro estaría sucediéndoles a miles de parejas, llevábamos meses sin poder vernos y comunicándonos sólo por teléfono, por fax, por Internet.

-¿Tienes la carta? Me gustaría mucho verla.

-Guardé una copia-. Aurelia chasquea los dedos: -¿Sabes qué? La enviaré de nuevo a Tránsito y Planificación Urbana. Piensa que seguirán las manifestaciones contra la maldita y absurda guerra. Si esta vez el coordinador atiende mi sugerencia, quizá pueda evitarse que otros enamorados se distancien y acaben separándose, como tú y yo. ¡No te rías! Date cuenta de que hoy, más que nunca, tenemos que proteger el tiempo para el amor.

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