MAR DE HISTORIAS Tiempos de amor y guerra
CRISTINA PACHECO
Al entrar en el restaurante Aurelia siente el impulso de retroceder. Se lo impide la voz amable del capitán de meseros:
-Buenas noches. ¿Tiene reservación?
-Sí, a nombre del arquitecto Estrada.
-Salón tradicional. Mesa 36 -indica la recepcionista luego de revisar la lista de comensales. -Ya la están esperando.
Aurelia le sonríe y se deja conducir por el capitán hasta la mesa junto a la ventana. Desde lejos ve a Santiago que, con la mano tendida, va a su encuentro:
-Bienvenida-. Santiago se aparta: -Elegí esta mesa porque da al jardín.
-Es precioso -dice Aurelia y toma asiento.
El capitán de meseros hace una reverencia y pregunta si desean ordenar algo de beber. Santiago pide vino de una marca precisa. Cuando al fin quedan solos da una explicación innecesaria:
-Lo bebíamos para celebrar.
Aurelia finge no haber escuchado pero se siente observada:
-¿Por qué me miras así?
-Estás igualita.
-Tú también-. Aurelia vuelve a reír: -O sea: que los dos hemos cambiado. Es natural.
-No hace tanto tiempo que dejamos de vernos-. Santiago guarda silencio cuando reaparece el capitán. Después de recibir la aprobación de su cliente, el empleado escancia el vino y se aleja.
-Siempre me cohíben los capitanes de meseros. ¿Por qué será?- Aurelia se disculpa: -¡Qué tonterías digo!
-Está bien-. Santiago toma la cajetilla de cigarros y se palpa los bolsillos.
-¿El encendedor?- Aurelia sabe que acertó: -Jamás lo encuentras.
-Eso siempre te enfurecía ¿recuerdas?- Santiago percibe la incomodidad de Aurelia. -Lo siento. Será inevitable que haga referencias al tiempo en que estuvimos juntos.
-Sí, lo sé-. Aurelia suspira: -Discúlpame, estoy nerviosa.
-Yo también... y muy sorprendido de que estés aquí.
-No veo por qué. Concertamos una cita.
-Hace dos semanas. Temí que lo olvidaras o que algo te impidiera llegar-. Santiago titubea: -La espera me resultó insufrible. Tuve ganas de llamarte y sugerirte que adelantáramos la cita.
-¿Por qué no lo hiciste?- El tono de Aurelia es provocativo.
-Temí que te sintieras acosada y, con eso, darte un pretexto para cancelar todo.
-Sabes que también deseaba verte, de otro modo habría rechazado tu invitación la tarde en que nos encontramos-. La expresión de Aurelia se vuelve alarmada: -De milagro llegué a la fiesta de Marcela. Me agarraron cuatro manifestaciones y me quedé horas en el coche. Cuando al fin logré cruzar Insurgentes, me sentía tan horrible que estuve a punto de regresarme a la casa.
-Me alegro de que no lo hayas hecho-. Santiago ve acercarse al mesero: -Ordenaremos más tarde. Gracias.
Aurelia bebe un sorbo de vino y se vuelve hacia el empleado, que ya atiende a otros clientes.
-Me parece que fuiste un poco descortés con ese hombre.
-Lo siento. Llevo mucho tiempo esperando verte y no quiero desaprovechar ni un minuto. ¿Te molesta que te lo diga?
-No: al contrario-. Aurelia inclina la cabeza y sonríe: -Yo también ansiaba este encuentro. Muchas veces pensé: "Ojalá que ese día no haya congestionamientos o marchas que nos impidan llegar al restaurante".
-Fue lo que sucedió la última vez... -Santiago no puede evitar un dejo de reproche.
-Te repito lo que te dije entonces: no llegué porque me lo impidió aquella marcha de campesinos, mujeres y maestros. Las calles se volvieron intransitables y el Periférico se paralizó. Para colmo, a mi celular se le bajó la batería y no hubo forma de que me estacionara para llamarte de un teléfono público-. Aurelia hace una pausa: -Comprendo que te haya sonado a pretexto.
-Es que te sucedió mil veces lo mismo.
-¿Y a ti no?
-Sí, claro-. Santiago parece resignado: -Digamos que la lucha por las mejores causas se convirtió en nuestra enemiga.
-El problema no fue ese, sino que desconfiaras... aunque a veces, yo también malicié-. Aurelia siente cuando Santiago vuelve a sonreírle: -Mejor brindamos.
-Por nosotros, por ti, por tu trabajo. ¿Cómo va?
-Bien. Ahora estoy restaurando un marco del siglo XVIII. Me maravilla: ha sobrevivido a la humedad, el polvo, las polillas, varias guerras; en cambio, de sus dueños no resta nada-. Aurelia se vuelve sombría: -De la absurda guerra que acaba de estallar ¿qué quedará?
-Horror, destrucción...- Santiago intenta sonreír: -¿No hablaremos de nosotros?
-Nosotros- Aurelia lo mira con extrañeza.
-¿Por qué nos separamos?
-Prefiero que no hablemos de eso-. Aurelia comprende que Santiago no desistirá: -Digamos que fueron muchas cosas: la vida, tus viajes, esta ciudad... Cada vez era más difícil encontrarnos.
-Sí, lo recuerdo. En los últimos tiempos me llamaste mucha veces para decirme que no llegarías porque el tráfico de viernes estaba imposible o las calles tomadas por plantones y marchas.
-Lo dices como si todo hubiera sido un invento mío.
-Trata de entenderme: hubo semanas en que no pudimos vernos ni una sola vez.
-Nunca entendí que recelaras-. Aurelia echa el cuerpo hacia delante: -¿No vivimos en la misma ciudad? ¿No enfrentabas todos los días los mismos obstáculos que yo?
-Sí, pero me desesperé, me volví loco.
-¿Y crees que yo no? Con decirte que hasta protesté. Claro que no sirvió de nada, pero al menos me desahogué.
-¿De qué hablas?
-Júrame que no vas a reírte.
-Ya dímelo- Santiago presiona con ternura la mano de Aurelia. Ella lo mira con intensidad.
-¿Recuerdas la noche en que discutimos como una hora por teléfono? Me gritaste: "¡Ya basta de pretextos! Cuando no es un embotellamiento, es una marcha de vendedores lo que te impide llegar a nuestras citas..." Te contesté: "No es mi culpa". Antes de colgarme el teléfono dijiste: "¿No? Entonces ¿de quién?"
-Perdóname, te lo suplico.
-No quise reclamarte, sólo recordaba.
-Sigue por favor.
-Me pasé aquella noche tratando de resolver tu pregunta y llegué a la conclusión de que el culpable de nuestros desencuentros era el coordinador de Tránsito y Planificación Urbana. Entonces le escribí una carta. Primero le expresé mi desacuerdo con tantas injusticias y fallas. Luego le dije que comprendía el motivo de que tantos mexicanos salieran a la calle en defensa de sus derechos. Frente a eso, su obligación era imponer un nuevo orden en las vialidades, de modo que todos pudiéramos llegar a nuestros destinos y encontrarnos con otros seres humanos-. Aurelia hace una pausa: -Te advierto que le hablé de nosotros. Le aclaré que por culpa de este caos, tú y yo, como de seguro estaría sucediéndoles a miles de parejas, llevábamos meses sin poder vernos y comunicándonos sólo por teléfono, por fax, por Internet.
-¿Tienes la carta? Me gustaría mucho verla.
-Guardé una copia-. Aurelia chasquea los dedos: -¿Sabes qué? La enviaré de nuevo a Tránsito y Planificación Urbana. Piensa que seguirán las manifestaciones contra la maldita y absurda guerra. Si esta vez el coordinador atiende mi sugerencia, quizá pueda evitarse que otros enamorados se distancien y acaben separándose, como tú y yo. ¡No te rías! Date cuenta de que hoy, más que nunca, tenemos que proteger el tiempo para el amor.