Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 23 de marzo de 2003
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Cultura

Bárbara Jacobs

El último campeonato

ƑQué se juega en un campeonato? Lo cierto es que la pareja de doctores (no en medicina) se despedía de una estancia nostálgica más en la ciudad de su infancia. Vivían lejos; en otro continente; del otro lado del mar. Aunque visitaban su tierra una vez al año, ésta había sido una visita diferente. Si siempre salivaban al hacer maletas para volver a su país y recordar cómo habían vivido ahí de niños, en la presente ocasión el saliveo apareció acompañado de suspiros por parte de él; de sollozos desinhibidos por el lado de ella. ƑQué se juega en un campeonato?

Así que allá fueron, vieron y, llegado el momento, prepararon la despedida. (No es fácil despedirse aun cuando no se sabe a qué se le ha dicho adiós.) Precisamente la víspera de su regreso a casa (casa no es hogar), los impacientaba un par de inquietudes. El quería localizar a un artesano que grabara una leyenda en una pequeña placa; ella, recorría nombres en el directorio telefónico en busca del de un joyero que anualmente bañaba de oro las argollas matrimoniales de ambos.

Años atrás, en la preparatoria, él había sido un buen deportista. Un atleta, de hecho, si bien, aficionado. Su cuerpo de ahora haría dudar a quien no conoció al doctor de joven respecto de sus capacidades físicas. Entrenamiento, ambición y, bueno, por supuesto, juventud, tuvieron un papel. Luego, uno se concentra, como en el caso de él, en el conocimiento de su especialidad, y descuida, todos lo hemos hecho, lo que en otro tiempo hacía enorgullecerse de él, por ejemplo, al entrenador favorito, aunque, mucho más, a la hija favorita de dicho entrenador.

Sin embargo, había sido en aquellos tiempos, como corresponde, cuando él recibió, en representación de su equipo, el trofeo ganado en el último campeonato que el grupo jugó antes de desintegrarse como tal y sus miembros dispersarse en universidades locales y extranjeras, para ubicarse en carreras que, aparte de ser diferentes unas de otras, no permitían a ninguno de sus estudiantes ocuparse sino de los estudios, todos, eso sí, ajenos a cualquier deporte, incluido el de la infancia.

Decía, el doctor recibió el trofeo y, por más que, debido a motivos profesionales, otros objetos, físicos y metafóricos, fueron anteponiéndose a éste en el interés del científico en ciernes, nunca dejó de tenerlo presente. Llegó el momento de graduarse, así como el de irse a doctorar en el extranjero. De aquí a seguirse perfeccionando lejos de su país no había más que un paso, paso que, para nuestro doctor, se prolongó tres décadas y media, por no decir que se convirtió en permanente. Así, regresaba a la ciudad natal una vez al año y, de forma invariable, buscaba símbolos que fijaran los recuerdos más vívidos de lo que había sido su niñez, práctica que, sin duda, no haría sino desbordar más aún su nostalgia. "Mi infancia está toda acá", murmuraba, con la palma de la mano sobre el corazón.

La víspera de la presente despedida de su patria, y del regreso número tantos y tantos a su hogar vicario en el extranjero, no encontró quien grabara la leyenda en una pequeña placa. El tiempo se acortó. Cenaría con un viejo amigo, casualmente, miembro del equipo del último campeonato en el que el doctor jugó y en el que en conjunto ganaron el trofeo que el doctor guardó. El motivo de la cena excitaba al doctor. Se encontrarían por primera vez, desde que por última vez jugaron juntos más de treinta años atrás, y el doctor reservaba a su compañero una sorpresa.

La excitación que ésta le despertaba, en un momento dado borró la molestia de no haber encontrado un grabador para la pequeña placa que proyectó. Al doctor le costó reconocer, en el hombre grueso, calvo, de sonrisa temblorosa, a su antiguo amigo de la primera juventud. Pero, Ƒno había sido para el otro igual de difícil identificar al doctor?

Para abrazarse fraternal y desembarazadamente, el doctor depositó encima de la mesa del café donde se citaron una bolsa voluminosa que, concluido el abrazo, señaló a su amigo al tiempo que le decía, con una voz más firme y pausada de lo usual: "Ahora, guárdalo tú." El amigo desenvolvió el trofeo; y no necesitó de ninguna placa que consignara el significado del depósito que con emoción aceptó.

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