Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 30 de marzo de 2003
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Mundo
Adolfo Gilly

Una declaración universal contra la guerra

La invasión de Irak por parte de los ejércitos de Estados Unidos y Gran Bretaña, violando las resoluciones y mandatos del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), está pisoteando y destruyendo todos y cada uno de los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por Naciones Unidas en diciembre de 1948 como uno de los documentos fundantes de su existencia. De los horrores de las dos guerras mundiales del siglo XX surgió la necesidad de afirmar que si va a existir una comunidad mundial de naciones, ésta debe sustentarse en una comunidad de derechos iguales para todos sus individuos, para cada ser humano único y distinto sobre la faz de la tierra, como lo imaginó primero la modernidad iluminista.

Ese documento, notable en su contenido y nunca respetado en su totalidad por los distintos poderes de este mundo, era, sin embargo, punto de referencia, afirmación ideal de principios a la cual era posible remitirse contra las dictaduras, los agresores, los hambreadores, los destructores y los estranguladores financieros de países y de seres humanos. Ese documento ahora ha sido arrasado y vaciado de contenido por las potencias invasoras y sus cómplices.

¿Quién puede ya invocar como referencia la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuando la institución que la proclamó, Naciones Unidas, es un organismo cuyos integrantes no se atreven a enfrentar a los agresores, a exigir el retiro de todas las tropas extranjeras de Irak, a condenar a los gobiernos fuera de la ley que pasaron por encima de las resoluciones del Consejo de Seguridad y declararon a éste "incapaz de hacerse cargo de sus responsabilidades"? Vergonzosamente, en cambio, las potencias europeas empiezan a defender la participación de sus empresas en la futura "reconstrucción de Irak". Mientras los iraquíes están defendiendo Bagdad del invasor, esos gobiernos discuten el reparto de los futuros despojos con quienes bombardean la ciudad y el país entero.

Este momento de vergüenza universal de los gobiernos, comenzando por los de la Liga Arabe, sólo es comparable al Pacto de no Intervención en la guerra civil española, cuando Barcelona era bombardeada por la aviación de Hitler y de Mussolini, y las grandes potencias "democráticas" bloqueaban el envío de armas y de ayuda al gobierno legal de la República. No tardaron en pagar muy cara su hipocresía.

Sólo México, entonces, se alzó para romper el bloqueo, enviar ayuda y armas, recibir refugiados sin pedir nada a cambio ni intervenir en la política de la República, como por el contrario lo hizo Stalin con funestas consecuencias. Sólo México, como lo hizo con Etiopía, con Checoslovaquia, con Austria y con Finlandia. Eran el México y el gobierno de Lázaro Cárdenas. No era una potencia mundial, no era la "novena economía del mundo". Estaba bajo la presión inmediata de Gran Bretaña y de Estados Unidos por la reforma agraria y la expropiación petrolera. Ese gobierno nomás tenía decencia y dignidad, y un pueblo que por eso lo apoyaba.

Estos son otros tiempos y otros gobiernos en México, como puede verse por la escurridiza declaración del representante del presidente Vicente Fox en la pasada reunión del Consejo de Seguridad. Es inútil que se hagan patos. La ira del ogro de todos modos se los cobrará. Ese ogro nunca olvidó nada y ahora, además, tiene una impecable memoria digital que todo lo registra y lo almacena (aunque no le sirvió para darse cuenta de que los iraquíes, con todo y el abominable Saddam Hussein, son guerreros del desierto que iban a defender palmo a palmo su territorio, resueltos a morir a 100 por uno si el caso llegara).

El gran hecho nuevo, sin embargo, es el movimiento universal contra la guerra y contra la invasión que en todos los países, a comenzar por el mismo Estados Unidos, se moviliza en estos días y sigue creciendo. Esta es la globalización desde adentro y desde abajo, la universalización de deseos y propósitos germinados y acumulados en la resistencia al neoliberalismo, la convicción cada vez más extendida de que, sí, otro mundo es posible y depende de nosotros, no de las peticiones a los poderes existentes o de las declaraciones de los representantes parlamentarios y sus similares.

Este es un movimiento de voluntades e ideas que no se había visto antes, surgido de la condena a la guerra, pero también del anhelo de paz, de libertades, de trabajo seguro y protegido, de disfrute pleno de la vida para todos los seres humanos, de que ya es hora universal de reparar con justicia los agravios y de afirmar nuestros derechos, esos derechos que o bien son los mismos e iguales para todos los seres humanos -eso es la globalización de los derechos- o de lo contrario no existen para nadie.

"Un agravio contra uno es un agravio contra todos", decía el lema de los Industrial Workers of the World en Estados Unidos, allá por los inicios del siglo XX. Ese lema hoy parece flotar como un espíritu inquieto, sonriente y vengador sobre las multitudinarias manifestaciones de indignación e ira que recorren las ciudades del mundo. Esta es nuestra globalización de las resistencias.

Si los derechos universales de los seres humanos van a existir, ya no vendrán de la declaración histórica de 1948 en Naciones Unidas. Vendrán ahora de la globalización de los movimientos y de las resistencias. Será entonces una globalización de los derechos, surgida no de las instituciones, sino desde adentro y desde abajo de los pueblos movilizados contra la guerra y las barbaries interminables del capital. Es un camino largo y difícil, pues los poderes del mundo están en contra o, en el menos peor de los casos, esconden la cabeza como patos para que no se las vuele el escopetazo.

Muchos hemos recibido, el 27 de marzo, lo que podría ser un primer esbozo de nuestra declaración universal de los derechos, que es, a la vez, una declaración de voluntades y propósitos. Es un documento de ideas que al mismo tiempo se propone contribuir a organizar la resistencia. Entre sus primeros firmantes están Noam Chomsky, Tariq Ali, Eduardo Galeano, Vittorio Agnoletto, Arundhati Roy, Howard Zinn, Saul Landau, Boris Kagarlitsky, Roberto Savio, Tom Hayden, Dennis Brutis, Joanne Landy, Elena Blanco, Ezequiel Adamovsky y otros, no pocos de ellos son colaboradores en las páginas de La Jornada.

La presentación del documento, firmada por sus iniciadores, dice que es preciso "construir un movimiento lo suficientemente fuerte como para detener la guerra en Irak o para impedir una próxima guerra en Siria o Irán o Venezuela", y que para ello el principal factor es movilizar una cantidad grande de participantes y crecer sin cesar. Además de manifestar, dice el texto de presentación, "debemos hablar a la gente, escuchar sus dudas, sus confusiones y sus percepciones, y debemos dar una visión alternativa capaz de generar una solidaridad crítica duradera. Tenemos que dirigirnos a la gente cuyas direcciones no tenemos. Tenemos que ir de puerta en puerta en los barrios y en los dormitorios urbanos, y tenemos que hacerlo una y otra vez. Tenemos que hablar con nuestros compañeros de trabajo, con la gente que encontramos en los mercados y tiendas, con nuestros vecinos, y con quien está a nuestro lado en el aula o en la iglesia o en donde fuere. Tenemos que organizar".

Los convocantes proponen como medio de acceso a la gente y de movilización de las voluntades contra la guerra -contra esta guerra, dicen, pero también contra las que se están preparando- reunir firmas en torno a una declaración amplia, para tener alcance internacional, y concreta, para responder a los anhelos de muchos millones que hoy están contra la guerra y que, además de manifestar o protestar, quieren reunirse en torno a motivos y aspiraciones que todos comparten, quieren comprometer su voz y su voluntad en primera persona.

Se trata de una declaración de voluntades individuales, en la que cada uno habla en su propio nombre y se une a los demás por encima de las fronteras para afirmar: "Estoy por la paz y la justicia". En sus primeros dos días ha reunido ya 20 mil firmas provenientes de 157 países. En la página siguiente se publica el texto completo de la declaración.

Creo que en estos días excepcionales ella puede ser uno de los varios orígenes de la nueva Declaración Universal de los Derechos Humanos en este siglo XXI, una declaración surgida desde adentro, desde abajo y desde cada uno de nosotros. Me atrevo desde aquí a pedir la firma de todos y todas, y a solicitar que la reproduzcan, la hagan circular, la envíen por correo electrónico o del otro, la discutan y la celebren. En especial, me atrevo a pedir la firma del subcomandante Marcos y de los integrantes del CCRI del EZLN. Aun sabiendo los riesgos acrecentados que corren, muchos esperan de ellos y de sus voces sumadas a las de todos los demás, pues saben que también la rebelión de las comunidades indígenas de Chiapas, desde hace ya 10 años, ha sido una de las raíces de esta resistencia universal.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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