Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 30 de marzo de 2003
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Contra
MAR DE HISTORIAS

Amor eterno

CRISTINA PACHECO

En la fábrica de mochilas y bolsas suena una grabadora. La voz de Juan Gabriel apenas logra imponerse a los niveles de ruido que producen las cortadoras operadas por Eusebio y José. Cerca de ellos, Hilario, un niño de 14 años, mide y prueba cierres. En el área de costura y perforado se encuentran las mujeres: Nidia, embarazada de siete meses; Margarita, a quien apodan La Medianoche a causa del lunar que cubre su mejilla izquierda, y Rubí, madre soltera de tres hijos, famosa por su memoria musical.

Con frecuencia, para desterrar el agobio del trabajo, Hilario gira al azar el botón de la radio, lo detiene allí donde escucha a un vocalista de moda y reta a su amiga: "A ver, cántala". A Rubí le toma unos segundos recordar la letra de cumbias, corridos y boleros. Desde que supo que Juan Gabriel había escrito Amor eterno en memoria de su madre, la hizo su canción predilecta porque le recuerda su propia pérdida. A diario llora la muerte de doña Isaura, piensa que si su mamá viviera al menos Rubí tendría quien le cuidara a sus hijos: Karen, Lorena y Julián. Por más que Rubí intente disimularlo, Julián es su predilecto. Tiene las facciones de Esteban, el único hombre al que ella se entregó por amor. De sus otras parejas nunca se acuerda y si acaso los tiene presentes es porque le hicieron dos hijas a las que mira crecer con ternura y cierta indiferencia.

Con Julián es distinto: quiere verlo encumbrarse, convertirse en alguien, a lo mejor en un cantante célebre. ¿Por qué no? El muchacho heredó su voz y tiene el rostro y la figura hermosos de su padre. Cuando ve a Julián acuclillado en la covacha donde se bañan con manguera y cubeta, la asalta el recuerdo de Esteban y se pregunta si algún día volverá.

II

"...para seguir amándote..." Al entonar la última frase de Amor eterno Rubí tiene los ojos húmedos. Sus compañeros celebran su emotividad. Margarita insiste en que debió dedicarse a la música y Nidia se frota el vientre, segura de que los movimientos de su hijo se deben a la emoción de haber oído la canción.

De pronto escuchan el silbido de Lorenzo, el portero electricista que está en el zaguán revisando los fusibles. Hilario sale a ver: "¿Qué onda?" "Aquí está Karen. Necesita hablar con su mamá. ¿Que suba? Rubí apaga su máquina y murmura: "Segurito que otra vez se le olvidaron las llaves".

Fastidiada, va a la puerta y allí espera a su hija mayor: "¿Qué no sabes que estoy trabajando?" La niña retrocede y murmura: "Es que..." Rubí se lleva las manos al pecho: "¿Dónde está tu hermana?" En vez de contestar, Karen le entrega a su madre una hoja de cuaderno. "Y esto ¿qu'es?", pregunta Rubí mientras recorre la torpe escritura. Su gesto se descompone cuando al final ve el nombre de Julián.

III

Rodeada por sus compañeros de trabajo, Rubí oye a Margarita leer la carta que hace unos minutos le entregó Karen:

"Muy querida mamá: le escribo para informarle que me voy a Estados Unidos. Lo decidí hace tiempo, pero no se lo dije personalmente porque la conozco y sé que no me hubiera dado su bendición. No se mortifique, no hice nada malo. En la central conocí a un paisano que me llevará, junto con otros, hasta Laredo, Texas. Si logramos pasar, él ya nos tiene apalabrado trabajo en una fábrica de Houston. El paisano dice que allí hay chance de que nos ganemos algo así como 600 pesos diarios, lo que usté gana en 15 días, ¿se imagina?

"Los primeros meses no voy a poder mandarle mucho dinero porque antes tengo que pagarle al paisano por el servicio: 15 mil varos, más lo del pasaje en camión. Ya luego será distinto. Pídale a Dios que me vaya bien para que usted y mis hermanas puedan cambiarse a un lugar donde no estemos todos hechos bolas y viviendo como puercos. En cuanto pueda volveré a escribirle, pero si me tardo prométame que no va a ponerse triste. Le juro que regresaré porque también la quiero mucho y porque sé que cuando me mira piensa en mi papá. Eso siempre la hace cantar muy bonito. Julián".

Margarita concluye la lectura entre lágrimas. Eusebio se frota los brazos tatuados: "Está cañón, con eso de la guerra". José interviene: "Pero a Julián no pueden enrolarlo porque es menor de edad y además va de ilegal. ¿O qué, lleva papeles?" Rubí se enjuga el llanto y mueve la cabeza: "No sé nada". Se vuelve hacia Karen -que sigue inmóvil en la puerta, como si temiera acercarse al círculo de allegados a su madre-: "¿Te fijaste si está su ropa en el cuarto?" La voz de la niña tiembla: "No falta nada, ni su chamarra". Hilario murmura: "Y por allá, donde hace tanto frío". Nidia se acaricia el vientre: "A m'hijo, cuando nazca, ¿qué le tocará?" Eusebio suelta una risa corta: "Mejor ni pensarlo. Vamos a trabajar".

Margarita deja la carta en la mesa y, como el resto de los trabajadores, vuelve a su sitio. Se escuchan los motores, pero en seguida vuelven a apagarse. Eusebio maldice cuando oye la explicación que Lorenzo grita desde el zaguán: "Se fregaron otra vez los fusibles. Voy a la tlapalería del Eje. Me tardaré como media hora". Rubí toma la carta, la guarda entre sus ropas y sale del taller.

IV

En la puerta de la casona transformada en ruina infame y vecindad se encuentra Lorena. Al ver a su madre le informa: "Julián no ha vuelto". Rubí la mira con rabia y sigue hasta su vivienda, un cuarto sin ventana ni puerta, improvisado bajo el relleno de la escalera. El techo, recubierto con lienzos de plástico, amenaza con derrumbarse. Una pared soporta un trastero; en la otra, sobre la cama, hay ropa y toallas húmedas.

El tercer muro desaparece bajo infinidad de recortes, carteles, chicherías, fotos. Rubí se acerca, los desprende uno por uno y los arroja a la cama donde está la chamarra negra de Julián. Lorena le pregunta qué busca. Rubí, con la cara congestionada y los ojos brillantes, le responde impaciente: "El retrato de Ana Luisa Peluffo, el que le autografió a Julián a la salida del Auditorio, ¿te acuerdas?"

Rubí da media vuelta, aparta la cortina que protege la entrada a su vivienda y se dirige a sus vecinas: "Julián dice que cuando me río soy igualita a la Peluffo. ¿Ustedes creen?" Se escuchan risas aisladas y rumor de palabras que se confunden con el ladrido de un perro y el canto de un pájaro enjaulado. "M'hijo tan loco, se llevó el retrato de Ana Luisa para acordarse de mí. En cuanto pueda me voy a tomar una foto para mandársela". "Sí, mándesela, pero antes piense en sus niñas, ellas también la necesitan", dice una muchacha de brazos desnudos que se inclina sobre el lavadero. El rumor del agua es como una señal: las mujeres se dispersan y entran en sus viviendas para continuar sus labores. Karen y Lorena permanecen junto a su madre. Ella las mira con desánimo: "Tengo que volver a la fábrica. Ustedes ya no salgan, a lo mejor Julián cambia de opinión y regresa. Entonces corran a avisarme. No se les olvide".

V

Rubí tropieza con el electricista y pasa de largo hacia el taller. Allí las máquinas que cortan, doblan, remachan y cosen funcionan a un mismo ritmo. Apresurada, Rubí se instala en su sitio: "¿Vino el patrón?" Hilario niega con la cabeza y ella vuelve a preguntar: "¿Me tardé mucho?" Esteban le guiña el ojo: "No, pero apúrate porque ya no tardan en llegar por el pedido".

Rubí obedece, pero no logra concentrarse en la máquina perforadora. Sigue hundida en el hueco que dejó la ausencia de Julián. Se pregunta dónde estará. En ese instante aparecen sus dos hijas. Sonríe, segura de que han ido para anunciarle el retorno del fugitivo. Su expresión de dicha se desvanece cuando Karen le muestra la foto autografiada de Ana Luisa Peluffo: "Julián no se la llevó. La encontramos en su chamarra". Lorena continúa: "¿La guardas o la clavamos otra vez en la pared?"

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