Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 31 de marzo de 2003
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Política

Jorge Santibáñez Romellón*

Tiro por la culata

George W. Bush se hizo presidente de Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, mediante un procedimiento por demás cuestionable y cuestionado. Entre enormes dudas, la decisión de una corte regularizó un nombramiento que para muchos, incluido el propio Bush, no contaba con el apoyo de sus gobernados. Este hecho, un Congreso adverso y un equipo inexperto lo convirtieron en el presidente más débil de la historia reciente del país más fuerte. De ese entonces, principios de 2001, data el acercamiento con México y con el presidente Fox, los amagos de un eventual acuerdo migratorio y en general la construcción de una relación prioritaria con nuestro país.

En esas andábamos cuando llegó el 11 de septiembre de 2001 y todo cambió. Aquel presidente débil e inexperto se convirtió de la noche a la mañana, mediante un discurso agresivo de defensa de los ataques del exterior, en un presidente fuerte con impresionante apoyo popular. El pueblo estadunidense, vulnerado y ultrajado en sus valores fundamentales por un puñado de terroristas suicidas, se aglutinó en torno a su presidente, a pesar de que se llamaba George Bush. Poco importó si su elección había sido dudosa, ahora se trataba de apoyar la defensa de la soberanía, de castigar a los culpables de la ofensa, ni más ni menos.

Por su parte, el gobierno mexicano tardó demasiado en solidarizarse con el vecino recién declarado "gran amigo, socio estructural, aliado estratégico, etcétera". Jefes de Estado del otro extremo del mundo acudieron a Estados Unidos a mostrar el apoyo y la solidaridad en la cruzada antiterrorista mientras México dudaba o se debatía internamente en torno a la solidaridad que de-bíamos dar a nuestros vecinos. Pasamos así de tratar con un presidente débil a hacerlo con uno fuerte; de una relación estrecha, a una dudosa, frágil y no prioritaria.

Al darse cuenta del apoyo que los actos terroristas del 11 de septiembre le aportaban y ante la inminencia de las elecciones legislativas de 2002, ni tardo ni perezoso el presidente Bush alargó sus discursos en contra del terrorismo y de los enemigos externos lo necesario como para que su partido ganara esas elecciones, algo que ocurrió sin problema. Recuérdese que en ese entonces Bush declaraba que en cada ciudadano estadunidense había un soldado en pie de guerra. Un presidente sin gran estrategia económica tuvo la fortuna política de encontrar un tema, la lucha-defensa de los enemigos de afuera, que le aportaría muchos votos. México, por supuesto, ya no tenía ninguna importancia.

Pasadas las elecciones era imperativo buscar otro enemigo que refrescara el discurso guerrero de Bush que le había resultado tan rentable políticamente. Surge entonces Irak, enemigo eterno, asociado de enemigos recientes.

Bush logra un éxito sin precedentes en la atracción de la opinión pública, que se concentra en el tema de la guerra y apoya casi ciegamente a su presidente. Sólo que esta vez puede ser que el tiro le salga por la culata.

A partir de cuentas equivocadas asume que el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas será un simple trámite en esta guerra contra sus enemigos, los peligros reales o inventados, y que contará con el apoyo de la opinión pública internacional, concentrándose en las alianzas de interés con los países poderosos.

Grave error. El Consejo de Seguridad resultó mucho menos dócil de lo previsto, la opinión mundial rechazó vehementemente la guerra y a la fecha el presidente Bush no ha demostrado cuáles son esos peligros ira-quíes, y de los países poderosos solamente uno lo apoya de manera decidida.

Falta lo peor: Bush vendió una guerra fulminante, impresionantemente asimétrica, que duraría unos cuantos días, en la cual, como en las mejores épocas del imperio romano o en las películas hollywoodenses sobre la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas estadunidenses entrarían con toda facilidad en Irak y serían recibidas con flores por ciudadanos que les agradecerían la liberación del tirano. Nada de eso ha sucedido, por el contrario, cuando empiecen a llegar a Estados Unidos los ataúdes envueltos en la bandera de las barras y las estrellas, la entrada en Irak no sea ni tan rápida ni tan fulminante o, peor aún, que ocurra un acto terrorista en el territorio de nuestros vecinos, es más que probable que se agudice el descontento interno, las críticas y el apoyo casi unánime, que aún persiste, se transforme en rechazo a un presidente que sólo le ha dejado a sus gobernados el recuerdo de actos terroristas, ésos sí fulminantes, de una guerra sin causas plenamente justificadas y un aparato de seguridad muy costoso e ineficiente.

De entre las muchas preguntas que surgen en este escenario resulta urgente conocer cuál será la estrategia mexicana que reconstruirá la relación con nuestros vecinos después de la guerra.

* Presidente de El Colegio de la Frontera Norte

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