Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 16 de abril de 2003
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Política

Luis Linares Zapata

Los días contados

Enfundado en una perniciosa táctica de guerrillas, Fidel Castro ha introducido a su atribulado país en una rijosa disputa mundial que le es bastante ajena, al menos por ahora. Cuba no forma parte del así definido eje del mal ni es tampoco una amenaza para sus vecinos, menos aún para la única superpotencia mundial. Tampoco posee o intenta fabricar armas de destrucción masiva. El mal que padece la isla se lo provoca un gobierno que ya se anquilosó. Cuarenta y cuatro años no pasan en balde y los días presentes y futuros le serán contados en su contra. Para sostenerse en el poder Castro no se detiene, como parece afirmar a cada rato con hechos y actitudes crecientemente reprobables, en minucias ni contemplaciones propias de los débiles o de aquellos que ya se han subordinado al imperio al que tan "valerosamente" sigue combatiendo. Sobre todo en ciertas particulares condiciones en las que requiere provocar o recibir el apurado apoyo de sus conciudadanos.

Los miles de años de cárcel recetados a unos cuantos disidentes inermes y las ejecuciones a tres secuestradores son hechos que han llevado al Estado cubano a toparse con una lluvia de condenas mundiales. Los rechazos inmerecidos de los fuereños, las amenazas de los fuertes consideradas gratuitas y las agresiones externas serán siempre un excelente pegamento para que en lo interno se apacigüen disidencias, se pospongan problemas o se cautericen heridas. Pero con inusitada frecuencia también delatan debilidades reales, momentos de desasosiego o mal juicio por no poder enfrentar esos males de manera directa y adecuada.

Y éste parece ser el caso del actual gobierno cubano que no ha podido resolver con la precaución y generosidad debidas la que de varias maneras será su inevitable sucesión. Fidel no ha querido apartarse de lo que cada vez le cuesta más a los cubanos: su dilatada presencia al frente de sus instituciones de mando. La misma cesión que hizo, heredando a su hermano Raúl, es un claro signo de esa prolongación que tanto pretenden amarrar dictadores y déspotas.

En el enrarecido ambiente generado con la invasión de Estados Unidos a Irak, no faltan los avorazados que clamen por llevar la belicosidad hasta la mera cocina de cualquiera que se ponga en la mira de sus odios, venganzas o intereses particulares. Sobran los que gustan de las amenazas que intentan preparar el terreno para acciones futuras, que se van desvaneciendo hasta quedar en meros desplantes retóricos. La comunidad mundial tiene y levanta salvaguardas, pone límites verdaderos, moviliza fuerzas e intereses para neutralizar oportunistas, apagar pasiones alocadas o eliminar errados cálculos políticos. Estados Unidos no tiene hoy la legitimidad ni las energías suficientes para emprender una aventura adicional a la aún inestable y nada consolidada empresa que inició, de manera por demás unilateral, en Irak. Ni el caso de Siria, que bien podría pensarse como ocasión propicia para solventar viejas rencillas (Hezbollah), puede ser atendido como a ciertos avorazados militaristas les gustaría. Poco habrá que decirse, por ahora, de Corea del Norte, asunto donde intervienen potencias medias efectivas como China, Rusia y Corea del Sur, o que toca de lleno a naciones como Japón o Australia. Una revisión de los equilibrios y conflictos del Lejano Oriente cae en estos tiempos lejos de las capacidades de los americanos, en particular si atendemos a las oposiciones y discrepancias internas que ya los aquejan. Mucho harán con redefinir, tal como intentan, el mapa estratégico de Medio Oriente. Ese cometido sí que es prometedor para los planteamientos hegemónicos de Estados Unidos, que sostiene y acaricia con ahínco el grupo ultraconservador que lo dirige. Tienen por delante la tarea de asegurar la riqueza petrolera de Irak y negociar con Europa el nuevo reacomodo que, a manera de contención, quieren establecer. Bush tiene que capitalizar en las próximas elecciones la inclinación mayoritaria que por ahora le favorece para lograr su relección.

Cuba está, afortunadamente, fuera de la zona de turbulencias que requieren ser enfrentadas por el poder estadunidense en su lucha contra el terrorismo, en su búsqueda de riquezas que compensen sus propias debilidades, de los recursos que le proporcionen tranquilidad futura o por ganar influencia para afectar la actualidad latinoamericana. Situar a Cuba en la lógica guerrerista estadunidense, fenómeno por demás real, sólo se les ocurre plantearlo como inminente a Fidel Castro y a ciertos cubano-estadunidenses de Miami junto con grupúsculos adicionales del poder imperial. Poco de ello tiene visos de transformarse en algo más que un deseo terrible y por demás oneroso para la legalidad del gobierno estadunidense. Sería sin duda un serio error estratégico de Bush, al tiempo que es, en efecto, una señal del deterioro del gobierno de la isla.

México ha condenado repetidamente el bloqueo impuesto a los cubanos; tiene ahora que rechazar las ofensas a los derechos humanos, aunque se ofenda, como dice el embajador cubano, la sensibilidad de ese gobierno represor.

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