Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 17 de abril de 2003
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Angel Guerra Cabrera

Contrarrevolución

En dos entregas anteriores hablé de las razones que asisten a Cuba para defenderse de la contrarrevolución. Esta, subordinada a Washington y carente de seguidores, hace su único objetivo la provocación de un incidente que lleve a la intervención militar estadunidense. De modo que el asalto de la Casa Blanca por los nuevos nazis de la guerra preventiva, gracias al fraude electoral orquestado por la mafia de Miami, constituye por sí solo una amenaza explícita para Cuba. No es casual que varios de sus miembros ocupen puestos claves de la política exterior de Washington. Por consiguiente, hay que tomar muy en serio las amenazantes declaraciones anticubanas de integrantes del grupo de Bush, así como la escalada de actos hostiles contra La Habana, acentuada en los últimos meses, justo antes y durante la intervención en Irak.

Hay personas éticas y amigos de Cuba que no han comprendido en los primeros momentos los serios motivos que llevaron al gobierno de la isla a actuar con la mayor energía frente a un peligro que no deja otra alternativa. Pero la verdad se abre paso. La semana pasada se difundieron en La Habana pruebas de la actividad al servicio de Estados Unidos desplegada por los condenados en los tribunales de la isla, que litros de tinta no han podido refutar.

No faltan alegatos banales. Que las condenas se basaron en la tenencia de grabadoras, de biberones para lactantes u ocasionales reuniones de los acusados con Ƒdiplomáticos? estadunidenses. O que a los condenados no se les ocuparon armas ni explosivos -por lo que debemos concluir que son presos de conciencia-, como si los planes desestabilizadores yanquis no tomaran en cuenta décadas de fracasos en Cuba que han llevado a que sus ejecutores dentro del país se encarguen primordialmente de la guerra sicológica, embozados como periodistas independientes o activistas de derechos humanos. Así, los secuestradores de la lancha Baraguá -fusilados tras un juicio sumarísmo- son simples e inocentes balseros o disidentes que no se apoderaron a punta de pistola de la embarcación ni pusieron en grave peligro a los pasajeros, ni amenazaron con asesinarlos ni exhibían pésimos antecedentes penales.

Sin embargo, el exhaustivo informe ante la prensa del canciller cubano (puede consultarse en http://www.lajiribilla.cubaweb.cu/) demuestra que las autoridades isleñas actuaron contra una red subversiva organizada, dirigida y financiada por Estados Unidos, con la que su Oficina de Intereses en La Habana mantenía contactos regulares para evaluar el cumplimiento de las tareas e impartir nuevas instrucciones. Los periodistas imprimían su revista en esa oficina y con frecuencia redactaban y enviaban sus notas desde allí, consultando a los diplomáticos su contenido y tónica. Sus artículos nutrían las transmisiones de la radio y publicaciones con que Washington intenta justificar su hostilidad y llama a la subversión en Cuba. Siete aviones de la isla fueron llevados a Estados Unidos en los últimos siete meses, mientras sus secuestradores eran recibidos como héroes y las naves arbitrariamente confiscadas. Al mismo tiempo, se incumplía la entrega de visas estadunidenses a cubanos, pactada por ambos gobiernos, con el evidente propósito de estimular la emigración ilegal, premiada -esa sí- con la concesión automática de la residencia.

No es riguroso hablar de la existencia de una oposición política en Cuba y menos de una comparable a la de la URSS en los principios del estalinismo, porque en la isla no ha habido nada semejante. Tampoco afirmar que con la expropiación de la burguesía y su derrota política desaparecen los motivos para que el Estado revolucionario proceda, según el grado de su peligrosidad, contra acciones que buscan derrocarlo. La lucha de clases en una sociedad que construye el socialismo no cesa con la derrota de la burguesía -que no equivale a la derrota automática del pensamiento y las actitudes burguesas-, sino continúa expresada por mucho tiempo en la esfera ideológica y en la pugna entre el Estado y quienes aspiran a restablecer el capitalismo. Aquella lucha, además, no se puede sustraer de la que se desenvuelve a escala internacional. Esto es más cierto en un país dependiente en transición al socialismo como Cuba, acaso el único contestatario del orden hegemónico neoliberal, donde el cabecilla de la contrarrevolución es nada menos que el imperialismo de Estados Unidos.

Aunque pocos, incluso de los que emigran, aquél siempre encontrará colaboradores entre los que anteponen sus aspiraciones personales a la ética y al patriotismo o entre inconscientes procedentes de las filas del delito común, como es el caso de los secuestradores fusilados.

Si las autoridades cubanas no fueran prudentes y mesuradas habrían expulsado ya a James Cason, jefe de la Oficina de Intereses de Estados Unidos y, de paso, quedado bien con el cándido Saramago.

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