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P O L I T I C A
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México D.F. Viernes 2 de mayo de 2003

Tundieron a palos a un cromista que cargaba a su hija y agredieron a otros trabajadores

Las huestes ferrocarrileras de Víctor Flores sembraron el miedo en el Zócalo

Desangelado festejo oficial Rechazan sindicatos independientes reformas a la LFT

ROSA ELVIRA VARGAS

La instantánea remitía a lord Farquaad, el personaje de Shrek que prácticamente desaparece de la vista cuando su numeroso y bien pertrechado ejército lo rodea, y bajo sus órdenes comete todo tipo de tropelías. En este caso se trataba de Víctor Flores y sus huestes ferrocarrileras, al finalizar el acto del Congreso del Trabajo (CT) en el Zócalo capitalino. De salida empujaban y atropellaban a todo aquel que se les ponía enfrente y, ya incontenibles, tundían a palos a un militante de la Confederación Revolucionaria de Obreros Mexicanos (CROM) a un lado de Palacio Nacional.

Las mujeres cromistas no salían de su asombro. Ni el mismo agredido entendía cuál había sido su falta, pues lo único que hacía cuando vino la agresión era agacharse para cargar a su hija -de unos cuatro años de edad-, a la que luego no sabía si consolar u ocuparse de limpiar la sangre que le escurría de la nuca.

Para entonces, Víctor Flores y sus seguidores se perdían por el rumbo del Templo Mayor, misma ruta por donde momentos antes también se había marchado presuroso el líder petrolero, Carlos Romero Deschamps, esta vez con mínima pero siempre igual de agresiva escolta, que contrastaba con el montaje teatral del año pasado cuando, con la lumbre del Pemexgate en los aparejos, literalmente se sumergió entre el remolino de sus huestes con bien calculados movimientos, para demostrar su arraigo y adhesión.

Así transcurrió ayer una de las celebraciones oficiales por el Día del Trabajo más desangeladas y apáticas de que tengan memoria los puntuales reporteros de la fuente obrera.

Pero en el otro extremo, el de las marchas independientes, la violencia también se filtraba. Con el vandalismo escudado en la protesta globalifóbica, un grupo de embozados entró después del mediodía a la sucursal del Kentucky Fried Chicken de la avenida Madero, y con las sillas del propio restaurante hicieron añicos los cristales del local para obtener como ganancia política el susto de los comensales (muchos niños entre ellos) que abarrotaban el lugar.

Porque entre aquellos del uniforme o el pant nuevos, el Zócalo de cada primero de mayo es apenas el mero trámite de la presencia y el pase de lista.

Y así, a los de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal (FTDF), que han pasado toda su vida laboral bajo la férula de Joaquín Gamboa Pascoe, la esmirriada presencia de los contingentes les dejó un buen espacio en la calle, frente a la Catedral, para una cascarita; en otro sector, las obreras de Bayer echaban chacota y los del Sindicato de Trabajadores de la Secretaría de Salud leían revistas y aprovechaban para hacer gestiones con sus líderes.

Más allá, los reaparecidos maestros del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), exclusivamente de la Sección 36 del Valle de México -de la que surgió a la dirigencia sindical Elba Esther Gordillo-, se ocupaban de lo realmente importante para ellos: tener el programa completo y los boletos de acceso a los espectáculos, bailes y demás actividades que se les organizarán el próximo día 15, en que se festeja a los mentores.

Dispersos por toda la plancha de concreto, pendencieros -y a decir de alguna reportera, muchos bajo un notorio estado etílico-, los ferrocarrileros apenas dejaron la porra de rigor al frente del templete, mientras los obreros de la Ford mataban el tiempo leyendo periódicos deportivos y comentaban el encuentro futbolístico entre México y Brasil, efectuado el pasado miércoles.

Otros, del Sindicato de la Procuraduría General de la República (PGR) fumaban campantes, y urgidos por marcharse gritaban sonoros ''šya cállate!'' al orador central del acto oficialista, el líder de los mineros, Napoleón Gómez Urrutia. Y cuando éste enronquecía pidiendo un nuevo sindicalismo que unificara ''hombro con hombro a todos los trabajadores de México'', apenas unos apagados vivas se escucharon por ahí.

Sobra decir que ese sector fue el más atento y bien portado, y cargaban mantas con leyendas conocidas en ciertas esferas como políticamente correctas: ''Los mineros de México nos oponemos a una reforma laboral que perjudique los derechos de los trabajadores''. Pero así eran casi todas en la primera etapa de este primero de mayo de la capital del país.

Los integrantes del Sindicato de Trabajadores de la Televisión y la Radio (Sitatyr) -empleados todos de Televisa- colectivizaron la pregunta que la mercadotecnia presidencial utiliza en los días recientes: ''México pregunta: señor Presidente, Ƒcuándo se cumplirán las promesas de campaña, crecimiento y seguridad?'' Y se fueron.

Pasado el intermedio, donde sólo hubo tiempo suficiente para que los trabajadores de la escoba dieran una manita de gato al Zócalo, iniciaron su entrada los sindicatos independientes, esta vez unificadas sus centrales -Unión Nacional de Trabajadores (UNT) y Frente Sindical Mexicano (FSM)- al conjuro, diría Benito Bahena (de la Alianza de Tranviarios), de las intenciones reformistas del secretario del Trabajo, Carlos Abascal Carranza.

Claro que tampoco se logró la absoluta unidad. Acordaron unos y otros que la marcha sería una sola, pero que permanecer en el mitin sería ya ahora sí que cuestión de cada quien. Permanecieron en ese quemante, abrasivo Zócalo sobre todo los del FSM, y su sindicato más grande, el Mexicano de Electricistas. De nuevo lucieron su destreza en el arte de los monigotes más grotescos -Fox y Bush, principalmente- los trabajadores de la Secretaría de Desarrollo Social, y al mismo tiempo un autodenominado poeta, el mismo que siempre hace acto de presencia en actos masivos de protesta en la Plaza de la Constitución, que por todo atuendo lucía sus zapatos y un morral.

Pequeños o grandes, los sindicatos independientes se manifestaron también en contra de la política belicista de Estados Unidos. Y en lo interno, los unificaba el rechazo a las reformas que pretende el gobierno a la Ley Federal del Trabajo. La playera que portaban los obreros del Frente Auténtico del Trabajo lo decía todo. Una calavera con ropa de obrero y la leyenda, ''si te imponen el proyecto de la ley Abascal, así te vas a quedar''.

Ahora, además, los mayores aplausos solidarios fueron para los bomberos del Distrito Federal, en huelga por obtener registro para su sindicato, y que en sus volantes insistían en la justicia de su reclamo y aseguraban que, a pesar de todo, son ellos, los sindicalizados, quienes están cubriendo los servicios de emergencia.

Cerró así el tercer desfile obrero de la actual administración federal. En el primero, la proclama era contra el IVA en alimentos y medicinas. Y en éste, como en 2002, el rechazo a las reformas laborales.

(CON INFORMACION DE FABIOLA MARTINEZ

Y PATRICIA MUÑOZ)

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