México D.F. Viernes 2 de mayo de 2003
Horacio Labastida
Cuba y la libertad
Existe acuerdo casi total en admitir que las altas categorías no son absolutas y sí históricas, doctrina de enorme importancia en el análisis social y político de paradigmas enhebrados en pueblos que los entienden de manera diferente en las prácticas gubernamentales, es decir, en las decisiones públicas que se adoptan para la solución de los grandes problemas sociales.
Las diversas connotaciones de tales paradigmas se advierten con claridad cuando se comparan las democracias ateniense y republicana de Roma, las representadas en las asambleas de los germanos bárbaros durante las invasiones al imperio de los césares, o bien si enfrentamos la democracia de los padres fundadores de la patria del Tío Sam con la democracia soviética de Octubre de 1917.
En ocasiones tales puntos opuestos alcanzan niveles absurdos y perversos. Llamar libertaria y democrática a la ocupación de Irak por ejércitos estadunidenses e ingleses es alcanzar un cinismo sin precedentes. No hay negativa posible. La mutua alimentación de historia y política es clara, y este hecho objetivo inclina a quienes procuran entender las causas de los actuales movimientos geopolíticos, a estudiarlos en función de las legitimaciones ideológicas que manejan en su favor las elites dominantes y los grupos dominados.
Las anteriores reflexiones nos traen ante los ojos el conflicto de Cuba y Estados Unidos. Una constante, mañosa y artera persecución sufre la Perla de las Antillas desde que los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio expulsaron de La Habana al tirano Fulgencio Batista, en 1959, personero del supercapitalismo metropolitano. Nada ha detenido ni detiene a la burocracia washingtoniana para sabotear la libertad de los hijos de Martí, porque esta libertad es la negación radical de la libertad enseñoreada por los dueños del dinero en el Coloso del Norte. Veamos las cosas con nitidez.
La libertad o democracia de los últimos dos siglos emergió en las luchas de independencia y contramonárquicas que se registraron en las postrimerías del siglo xviii, tanto en las colonias británicas del noreste americano como en la Francia de Juan Jacobo Rousseau. Las burguesías cansadas del cetro real y opuestas al régimen aristocrático-feudal decidieron tomar el poder en nombre de la libertad y la democracia, para sustituir el modo de producción del antiguo régimen con el modo de producción del nuevo régimen, o sea, el capitalista. En esta situación la libertad y democracia burguesa fueron afirmaciones revolucionarias y liberadoras que abrieron las puertas al progreso humano. Pero liquidado el antiguo régimen, la libertad y la democracia de los grandes centros capitalistas que se consolidaron a partir sobre todo de las rebeliones de 1848, se transformaron en opresivas en la medida en que la explotación de las masas, incluidas las de países colonizados, sustanciaban las ganancias capitalistas, garantizando así la acumulación del capital.
Las crisis del mundo moderno son la historia de las crisis de acumulación del capital y los esfuerzos del capitalismo formalizado en poder político para resolverlas por la vía de recobrar los excedentes debilitados. La sobrevivencia del capitalismo implica por necesidad incrementar a como dé lugar las plusvalías de las grandes empresas trasnacionales.
En el proceso de la gran insurgencia cubana que principió con la independencia de 1868 continuó con la llamada Guerra Chica, se iluminó con el Partido Revolucionario que fundó Martí en 1892, avanzó al caer la dictadura de Machado (1933) y alcanzó plena madurez con la victoria ya mencionada del Movimiento 26 de Julio, hay una pregunta subyacente: Ƒqué significa este admirable esquema de la historia cubana? Algo claro, indudable y evidente, diría Renato Descartes. En las poco más de cuatro décadas contadas a partir de la entrada de Fidel Castro a la ciudad capital, Cuba muestra al mundo que los pueblos pueden adueñarse de una democracia liberadora de la democracia opresiva y explotadora del supercapitalismo, al lograr que la riqueza social sea para el bien común y no para el bien faccional de las superempresas. La historia de nuestro tiempo prueba que frente a la libertad opresora triunfa sobre ésta una libertad liberadora.
Como ese grandioso acontecimiento cubano está a la mira de todos, los opresores decidieron arrasarlo, aniquilarlo entre otras formas con la ayuda de la felonía abyecta. Cuba socialista ha decidido defender su libertad liberadora y con base en leyes y tribunales prestablecidos, sentencia a quienes la traicionan, respetando la defensa de los acusados en procedimientos públicos y no secretos. Téngase muy presente que no es lo mismo disidencia que traición, pues confundirlos implica, aun de buena fe, acusar a inocentes y elogiar a verdugos.
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