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México D.F. Viernes 2 de mayo de 2003

Olga Harmony

El saludador

Roberto Cossa es un escritor fundamental en las letras argentinas actuales y un declarado hombre de izquierda. Durante los muy duros tiempos de la dictadura argentina, junto con otros teatristas encabezados por Oswaldo Dragún, fundó Teatro Abierto de resistencia, en los años en que al teatro se le consideraba minoritario y elitista y por lo tanto no sufría la censura que acosaba a los medios masivos. Y sin embargo, la sede de Teatro Abierto fue incendiada y su repertorio se hubo de trasladar a espacios solidarios que se le brindaron. En un principio ubicado dentro del realismo, pronto su dramaturgia fue evolucionando a formas no realistas y se alejó de la concepción aristotélica. De su amplia producción en México sólo pudimos ver (y esto demuestra lo alejados que estamos unos de otros en este subcontinente que habla la misma lengua) hace largos años, Geppeto, traída por una compañía argentina en el contexto de una Semana de Teatro Latinoamericano, y ahora un texto reciente, El saludador, en el que el autor, que se reconoce como parte de una generación que creyó en el socialismo, hace una despiadada parábola del mundo actual, tanto de los viejos sueños de utopías pasadas como de las atrocidades del mundo capitalista.

Estructurada como una gran farsa, en la que el transcurrir del tiempo no se da por oscuros, telones u otro viejo recurso, sino que cada escena del único acto se separa del anterior por los monólogos dados al público -a una supuesta señora ausente- de la mujer, Marucha, la obra tiene escenas muy grotescas e hilarantes, pero un subtexto por demás doloroso. El protagonista es ejemplo de ese tipo de hombres que se daban a las mejores causas, olvidando mujer e hijos, yendo de un lugar a otro y dejando algo de sí mismo en cada sitio, hasta que, disminuido y cansado, se refugia con su familia, prodigándose en pequeñeces, como luchar contra la basura o la caca de perros en la cuadra de su casa.

El amargor del tema se subraya con lo que cuenta de regreso de cada viaje, los lugares visitados y las personas conocidas, desde las grandes luchas libertarias hasta la protección del ambiente o la donación de órganos, es decir, los cambios que en la última mitad del siglo pasado sufrieran las grandes causas dignas del sacrificio. Y aunque yo no creo que al hombre contemporáneo no le quede más que cuidar su jardín como un absurdo Cándido, las recientes noticias que se tienen de Argentina, país del autor y de su historia, parecen conceder la razón a Cossa en su inmenso desconcierto.

Marucha es la sobreviviente típica, el sentido común en un mundo inmisericorde, por graciosos que sean los consejos que da al tono Vicentico (y que la siniestra realidad hace presente en lo publicado por Molly Ivins, en La Jornada, en un artículo acerca de la nueva política laboral) en su trato con el patrón Balestrini. Ignoro si todo el público entiende lo que es la plusvalía, pero la feroz ironía de Cossa nos hace ver cómo la clase dominante se apropia de los términos marxistas en provecho propio.

En el patio cercado, diseñado por Gabriel Pascal, el director Germán Castillo realiza su trazo escénico apoyado más en la palabra y la actoralidad que en el movimiento, a excepción de los momentos en que el padre de familia es echado de la casa, y utilizando de manera sutil todo el espacio escénico. Se apoya en el vestuario de Pilar Boliver, quien resuelve de manera muy eficaz las dificultades de hacer que el protagonista aparezca en las diferentes etapas de su cuerpo disminuido. Sobre todo, se advierte que Castillo trabajó con minuciosa intensidad con sus actores, las intenciones de cada parlamento, lo que da tres tonos diferentes, uno para cada personaje.

Juan Carlos Barreto, como el protagonista, mantiene un optimista vocerío, teatral siempre, hasta cuando se conmueve y llora. Bárbara Eibenschutz logra, como Marucha, dar las entonaciones precisas para cada momento, cada consejo que le da a Vicente del tono a emplear con el patrón ya que es el suyo el papel más difícil del montaje, y Luis Lesher I, como Vicentico, logra repetir los tonos de la madre aunque no con la misma calidad que ésta. El texto, publicado en una antología de la editorial poblana Tablado Iberoamericano, cobra su exacta dimensión en esta escenificación.

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