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E C O N O M I A
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México D.F. Jueves 5 de junio de 2003

Orlando Delgado

La ampliación del G-8

Desde hace tiempo los jefes de gobierno de las mayores economías del mundo han sido sometidos a una fuerte crítica. El original Grupo de los Siete (G-7), integrado por Estados Unidos, Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia y Canadá, al que se incorporó Rusia con el fin de asegurar su funcionamiento como país capitalista, operaba como dirección estratégica de la economía mundial, tomaba acuerdos que afectaban a todos los países y a través de sus organismos financieros imponía una doctrina, vigilando celosamente que los países en desarrollo mantuvieran la fidelidad. La doctrina era, y sigue siendo, el liberalismo económico, que en la práctica pronto demostró sus límites.

La globalización trajo consigo el nacimiento de un movimiento internacional de resistencia que mostró sus capacidades en Seattle, en Génova y prácticamente en cualquier sitio donde tiene lugar la reunión de los representantes de los gobiernos imperiales. La atención fue girando hacia una protesta que enarbola consignas que han conquistado la solidaridad internacional; esencialmente sostiene que siete u ocho, con la incorporación del gobierno ruso, no pueden tomar decisiones que afectan a millones.

La consigna Otro mundo es posible se ha convertido en una fuerza que ha obligado a que el ahora Grupo de los Ocho (G-8) se haya propuesto incorporar a 12 grandes países en desarrollo (Arabia Saudita, Argelia, Brasil, China, Egipto, India, Malasia, Marruecos, México, Nigeria, Senegal y Sudáfrica). La selección resulta peculiar. Ciertamente no se trata de las 12 economías que siguen en importancia a los siete grandes: la de España es equivalente a la brasileña o a la mexicana y no aparece; Corea es la mayor de los tigres asiáticos, número 13 del mundo, según el World Development Indicators 2003 del Banco Mundial, muy cercana a Holanda y a Australia. Tampoco se trata de las 12 mayores del mundo en desarrollo, ya que no aparecen Singapur, Tailandia, Venezuela, Argentina, Turquía, Indonesia ni Filipinas. Se omiten, además, las llamadas economías en transición, las que provienen del antiguo bloque soviético que están próximas a ingresar a la Unión Europea: Polonia, la economía número 25; la República Checa, Hungría y Rumania.

Los siete gobiernos de las grandes economías mencionadas, que no son exactamente las mayores, ya que la economía china es la sexta en el mundo con un ingreso nacional bruto 40 puntos porcentuales superior que el de Canadá y ligeramente más grande también que Italia, se arrogan el derecho a decidir quién forma parte del grupo selecto y a quién no se le reconoce, pese a contar con los merecimientos. El asunto resulta importante porque lo que se juega es la formación de un organismo que supere las limitaciones obvias del G-8, pero cuya representatividad no haya sido resuelta de manera clara. Para el movimiento contra la globalización excluyente, los que ahora se llaman "alterglobalizadores", para enfatizar que lo que se plantea no es una oposición simple a la globalización, sino precisamente la propuesta de construir una globalización diferente, ampliar el G-8 no resuelve nada y los gobernantes de los países que supuestamente serán invitados debieran recapacitar seriamente en ello.

Particular interés tiene la opinión del presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, parte del movimiento alterglobalizador que asistió para proponer que se grave la compra-venta de armas, destinando los recursos que se obtengan para financiar los programas de lucha contra la pobreza, entre los que destaca el Programa Hambre Cero.

No hay duda de que el foro debe ser aprovechado, pero es también indudable que el asunto demanda el concurso de todos los países, no sólo de los invitados por los países imperiales.

En cuanto a nuestro país, los devaneos de la Presidencia ya resultan normales. Pretender que México alcanzará a Japón en 10 años y a la economía estadunidense en 15 no es más que una simple operación aritmética. Lo relevante es si estamos dispuestos a asumir un papel protagónico en la construcción de otro mundo o si simplemente aspiramos, como pretende el Presidente, a ser miembros sumisos del grupo de las potencias imperiales.

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