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México D.F. Jueves 5 de junio de 2003

Olga Harmony

Salvador

De Suzanne Lebeau conocíamos en sus ya varios montajes -algunos mexicanos, otros por su compañía Le Carroussel, dirigida por Gervais Gadeult- El ogrito. Ahora su texto Salvador es llevado a escena por Sandra Félix en una muestra más de lo que es hacer buen teatro para niños inteligentes (ya sé que la mayoría lo son, pero algunos han quedado atontados por los sueños disneylandescos de sus padres) con todos los elementos necesarios y un gran respeto por la audiencia infantil. Para ello es indispensable un texto que se salga de los criterios estrechos y un tanto ñoños de lo que se debe contar a los niños. Después está la forma de contarlo, tanto dramatúrgicamente como en lo que concierne a la representación. Con Salvador se cubren con creces ambos aspectos.

La dramaturga quebequense cuenta de su estadía en nuestra América, la latina del sur de su país, y la impresión de ver juntas tanta miseria y tanta opulencia. Ubica su obra en cualquier lugar de una montaña, con sus contrastes, la lucha de sus habitantes por defender su tierra, supersticiones -que se dan en algunos lugares- como la de no dejarse fotografiar para que no se les robe el alma. Pinta, sobre todo, a una familia de muchos hijos y los esfuerzos de Benedicta, la madre, por apoyar la economía familiar lavando ajeno para guardar en una cajita de hojalata el dinero suficiente para la educación de los niños. Es doloroso el derrumbe de esas expectativas en ausencia del padre, el sacrificio de José que le dice al hermano pequeño, el sexto de ellos: ''es muy dura la vida de los adultos". Cada personaje está muy delineado, las otras hermanas -Teresa, Ana y Lolita- y desde luego está Salvador.

Conocemos al protagonista, ya adulto, hablando de sus recuerdos, y en algún momento se transforma en niño para la acción dramática. Sabemos de su nacimiento y de la razón de su nombre. También vemos su precocidad de niño sobredotado en ese mundo que lo hubiera hundido si no fuera por el sacrificio final (humillarse es un sacrificio para esa mujer tan digna) de la madre que lo rescata. La autora nos hace ver los pasos de su desarrollo y su curiosidad intelectual que le hace, asistido por su hermana Ana, aprender muy tempranamente a leer. Lo seguimos por la nostalgia del padre, por el cariño de la madre y el apoyo del profesor, y presenciamos ese primer amor infantil (que tantos niegan, pero que existe) por la bella señora Albarraca, la esposa del médico, que es presa de todos los chismorreos del pueblo. Cuando Salvador pregunta qué es ser rico, las explicaciones de la madre son muy conmovedoras, y aunque la gente como esa familia no va al teatro, emociona a los espectadores de otros estratos, sobre todo a los adultos. Me cuentan que en una función se oyó la voz de un niño que preguntaba a su madre por qué lloraba, y yo encuentro muy importante que los hijos de familias acomodadas perciban ese otro mundo desdichado de niños sin muchas opciones. Cada vez más niños con menos opciones, por cierto.

En una escenografía de Philippe Amand, con dos juegos de paneles corredizos que lo mismo dan interior que exterior apoyado por los videos de Julián de Tavira, que apenas se proyectan en la parte superior, Sandra Félix mueve con un trazo muy refinado a sus actores, que lo mismo se encuentran en el patio de la madre lavandera, que en la plaza del pueblo presenciando la danza de los machetes, en el portal de la escuela, en el interior de su casa o en el jardín de Blanca Albarraca. Cuenta con los apoyos que el teatro infantil siempre debería tener, como vestuario de Tolita y María Figueroa, el diseño sonoro de Mauricio García Lozano y la escenofonía de Rodolfo Sánchez Alvarado.

Asimismo, con un elenco excelente y muy bien escogido -lo que es otra virtud de su dirección. La excelente Luisa Huertas es la madre; Carlos Aragón, cada vez mejor, en tres papeles; Paola Izquierdo y Lucía Muñoz, graciosas e intencionadas, como las hermanas, y Gabriela Murray, bella y dulce como Blanca. Destaca Antonio Zúñiga como Salvador, capaz de ir y venir de hombre a niño, emocionado y emocionante como adulto en sus dolorosos recuerdos y alegre en las rememoraciones que lo son, en una actuación verdaderamente notable.

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