.
Primera y Contraportada
Editorial
Opinión
El Correo Ilustrado
Política
Economía
Mundo
Estados
Capital
Sociedad y Justicia
Cultura
Espectáculos
Deportes
CineGuía
Lunes en la Ciencia
Suplementos
Perfiles
Fotografía
Cartones
La Jornada en tu PALM
La Jornada de Oriente
La Jornada Morelos
Librería
Correo Electrónico
Búsquedas
C U L T U R A
..

México D.F. Martes 17 de junio de 2003

Teresa del Conde/ I

La exposición de La Esmeralda

Además de las mesas redondas que se efectúan para conmemorar el 60 aniversario de la fundación de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado (que todos conocemos como La Esmeralda, debido a su ubicación inicial), su actual director, Arturo Rodríguez Döring, se abocó a organizar una exposición que -como comenté en mi artículo anterior- no ha dejado de provocar dimes y diretes. Como toda experiencia en este orden de cosas depende de la visión e introyección del receptor, debido a que no existen las certezas absolutas, intentaré dar mi propia opinión sobre la discutida muestra.

En primer lugar, pienso que no es una muestra prescindible de visitar para ninguno de los interesados en conocer el campo artístico; además, la visión de algunas piezas provoca honda satisfacción y demuestra que las disciplinas ortodoxas están a años luz de fenecer, siempre serán practicadas y son capaces de deparar sorpresas. Como contrapartida, resulta que en cierto momento de visita, al final del recorrido, la exposición decae en forma notoria.

Ignoro el modo en que se realizó la selección de obras, pero lo que sí percibí es que no se siguió un guión histórico que incluyera piezas realizadas hace 60, 50, 40 años, etcétera, sino que se optó por exhibir lo que estaba al alcance. Imagino que eso obedece no a falta de cuidado o de investigación de los curadores, sino a que es dificilísimo, hoy día obtener obras en préstamo, inclusive si de museos se trata, más aún de una galería ubicada en el Centro Nacional de las Artes, insuficiente en infraestructura, no obstante lo cual la muestra resultó en términos generales desahogada y bien custodiada con equipo proveniente de otras dependencias del Instituto Nacional de Bellas Artes o del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

En lo que pudiera denominarse primera sección, el espectador es recibido por una serie de obras cuya trascendencia es cuestionable, pero hay allí dos dignas de la mayor atención. A primer golpe de ojo se tiene espléndido recibimiento por medio del cuadro de Guillermo Zapfe, museografiado con distinción, como amerita esa pieza clave dentro de la producción y la trayectoria de ese pintor de vida trágica, que no llegó a disfrutar de su exhibición individual en el Museo de Arte Moderno.

El cuadro al que me refiero, como tantos otros de su autoría, fue pintado sobre lino y es de 1982. Zapfe fue uno de los maestros más respetados de la escuela, que nunca le brindó el reconocimiento que merecía. Ahora recibe el honor póstumo implícito en el destacado lugar museográfico destinado a la que es sin duda una pieza estrella en la colección reunida. A la izquierda de ese cuadro, pero compitiendo con vecinos no del todo deseables, hay otra pintura de primer nivel que corresponde a Gilberto Aceves Navarro. La cédula resulta incompleta: a esa pieza se tituló simplemente Bañista, s.f. Hubiera sido fácil fecharla, bastaba con llamar por teléfono al maestro. Es de la misma época en la que se inscribe otra, también clave dentro de su producción, que pertenece al acervo del Museo de Arte Moderno; me refiero a Don Rufino Tamayo alumbrando a sus músicas dormidas. En el muro opuesto hay dos linóleos de Arturo García Bustos y Adolfo Mexiac, respectivamente. Creo que fue un acierto incluir estampa y no pintura de estos maestros; las obras que los representan dan cuenta de un momento privilegiado en la gráfica de México. Avanzando en la visita, esa sensación se reitera mediante un tríptico de enormes dimensiones de Gustavo Monroy.

Cerca de los linóleos hay un óleo de Rafael Coronel que resulta ser una versión contemporánea de lo que él realizaba cuando alcanzó ''el estrellato", esto es, a partir de 1962. Ya había observado en otro sitio (Guadalajara) estas nuevas obras de don Rafael y a decir verdad no me gustan nada; basta compararlas con las anteriores para entender que en cierto modo él está atendiendo a una demanda, más que a necesidades expresivas. Cerca está una pintura de Rodolfo Nieto, de 1966, y al dar la vuelta siguiendo el orden propuesto por el recorrido es posible ver un cuadro de Gilda Castillo que está dentro de las buenas piezas exhibidas de la década pasada: Soñar.

Otra pintura observable en esa sección es de Mario Orozco Rivera, en 1987, y hace pensar que este maestro, padre del universalmente aclamado Gabriel Orozco, tuvo sus momentos buenos, ajenos a la retórica siqueiriana. Pero en esa sección la palma se la lleva Phil Bragar con un cuadro de 1991 que calificaría de ''fuera de serie" no porque deje de parecerse a otros productos del pintor, sino porque está muy bien concebido y realizado, de acuerdo con la tónica brut que lo ha caracterizado y que no se debe confundir con el art brut (aunque en cierta manera, sí en algún grado) que propulsó Jean Dubuffet.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año
La Jornada
en tu palm
La Jornada
Coordinación de Sistemas
Av. Cuauhtémoc 1236
Col. Santa Cruz Atoyac
delegación Benito Juárez
México D.F. C.P. 03310
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Email
La Jornada
Coordinación de Publicidad
Av. Cuauhtémoc 1236 Col. Santa Cruz Atoyac
México D.F. C.P. 03310

Informes y Ventas:
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Extensiones 4445 y 4110
Email