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México D.F. Domingo 6 de julio de 2003

Guillermo Almeyra

Lo que revela el bocón Berlusconi

Como es sabido, Italia padece un primer ministro llamado Silvio Berlusconi, que no sólo es un gran empresario particularmente ignorante sino también el dueño directo de la televisión privada, e indirecto de la pública y de varios de los medios impresos (periódicos y revistas) más importantes del país, además de ser el propietario y mandamás del campeón del futbol italiano (el club Milán), lo cual pesa casi tanto como la televisión en el ejercicio de la dominación sobre vastos sectores populares.

Berlusconi -llamado también Su Emittenza, en obvia referencia a los cardenales (o eminencias) y a la emisión de basura "cultural" por las ondas- se apoya en el nacionalismo (que fue instrumento básico del fascismo) y en el catolicismo integrista (se ufana de tener siete tías monjas). Esa es la argamasa ideológica que permite unir a los neofascistas nacionalistas y xenófobos de Gianfranco Fini, su vicepresidente, con los regionalistas separatistas también xenófobos de la Liga del Norte de Umberto Bossi y con la extrema derecha de la Iglesia italiana y del vecino Estado vaticano (particularmente activo en la política peninsular). Parecería ser entonces un producto típicamente italiano como los maccaroni. Pero, así como hay que recordar que la pasta vino de China y los tomates de las salsas y de las pizzas, de América, hay que situar igualmente este producto particularmente grotesco en su contexto cultural mundial, sobre todo en las regiones donde el mapa del poder hermana a los Berlusconi, Aznar y otros George W. Bush.

Berlusconi no es solamente un pobre bufón. En primer lugar es, como sus otros semejantes, fruto de una revolución pasiva, conservadora, de una solución de derecha a una voluntad de cambio confusa y no forzosamente derechista que la izquierda tradicional liberal-socialista demostró ser incapaz de captar y dirigir. Bush es un resultado de la marea que sube de las cloacas del fundamentalismo religioso de la derecha de su país e igual cosa es Aznar (el führercito del bigotito) montado sobre el franquismo insepulto que existe en España. Pues de la misma pasta es Berlusconi, que representa un repugnante magma ideológico-social resultante de la conciliación histórica con el fascismo y con la Iglesia (y, en particular, de la amnistía a los jerarcas fascistas decretada por el primer ministro de Justicia de la posguerra, Palmiro Togliatti, secretario general del Partido Comunista, del nacionalismo fomentado por ese partido y de la idea del "compromiso histórico" con el partido de la Iglesia como único modo de acercarse a los cristianos).

Berlusconi no es, por lo tanto, sólo el torpe patán que en su presentación ante el Parlamento Europeo insulta a los diputados, se hace amonestar, lleva a la suspensión de la sesión que debería haberlo visto legitimado y obliga a todos los gobiernos a exigirle que presente excusas. Es un émulo de Bush, quien no se ve obligado a esas humillaciones simplemente porque tiene poder, pero que también habla de la guerra entre el Bien y el Mal y descalifica a sus opositores europeos. Por eso Berlusconi no tuvo problemas en tirarse a los pies del presidente de Estados Unidos para apoyar sus aventuras militares, porque a éste lo une su ideología fundamentalista cristiana y racista. Es el hombre cuyo gobierno discute en serio si expulsar a los extranjeros o hundir los barcos en los que llegan los inmigrantes ilegales, para que éstos se ahoguen antes de pisar Italia. Es el de la salvaje represión en Génova a los manifestantes contra el neoliberalismo. Es un individuo que expulsa de la televisión pública a los críticos (liberales, centristas) de su gobierno, por importantes y famosos que sean, y que se apodera del principal diario (conservador, ligado a la gran finanza de Lombardía), el Corriere della Sera, aunque provoque con ello huelgas generales en los medios de prensa. Es un supuesto político que cree que las críticas internacionales que le hacen son ataques a Italia, porque Italia es él, y al que no se le ocurre nada mejor que convocar al embajador de Alemania al Ministerio de Relaciones Exteriores italiano (en manos de clerical-fascistas) para protestar porque un diputado europeo alemán le recordó en el Parlamento Europeo -el cual es soberano- que está siendo juzgado por su corrupción y que se ha hecho aprobar una ley ad hoc de inmunidad para no ir a la cárcel durante la presidencia italiana de la Unión Europea. Berlusconi cree que los gobiernos pueden y deben acallar a sus conciudadanos incluso cuando éstos hablan en una sede parlamentaria extraterritorial.

Tal como Bush amenaza invadir Holanda si el Tribunal Penal Internacional, funcionante en La Haya, llegase a juzgar por crímenes de guerra a un militar estadunidense, Berlusconi piensa poder prescindir de la legalidad internacional y ser infalible e intocable. El problema no es, por consiguiente, el payaso: es todo el circo de la política mundial, dirigido por una camarilla de locos furiosos. Es el aire fascista de nuestro tiempo. Eso es lo que hay que eliminar.

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