Los jugadores festejaron con sus familiares y se olvidaron de dar la vuelta olímpica

Tricolor y técnico nacional se reconciliaron con el público

MARLENE SANTOS A.

Mientras Daniel Osorno corría en busca de su técnico Ricardo La Volpe -quien elevó los brazos para atrapar la gloria-, éste fue veloz a su encuentro y el resto de los tricolores se unió al festejo masivo. Entonces el timonel dejó correr el llanto que desfogó la presión largamente contenida.

Con este triunfo el selecciondor argentino se sumó a Miguel Mejía Barón (1993), Bora Milutinovic (1996) y Manuel Lapuente (1998) que han conquistado el certamen regional; y aunque siempre jugó como local sin salir del Azteca, tuvo el mérito de armar un equipo renovado, donde si alguien respondió plenamente a sus expectativas fue Osorno.

Los poco más de 60 mil seguidores del Tri apoyaron en gran forma al equipo verde. Desde el arranque echaron porras a México, corearon con oles sus pases y abuchearon a los brasileños.

Cumplieron plenamente su papel, incluso con insultos para el árbitro, el canadiense Mauricio Navarro, cuando éste en forma indebida aplicó un par de empellones a Pável y al Cabrito Arellano.

No hubo el lleno esperado por los altos precios del boletaje, pero muchos aficionados sacrificaron sus ahorros para asistir con sus playeras verdes al estadio y respondieron de sobra cuando Oswaldo Sánchez, el más entusiasta y motivador del representativo mexicano, con los brazos en alto los incitó a brindar apoyo para hacer resurgir el esperanzador "Sí se puede, sí se puede".

El festivo coro de "oooeee, oeeee, oeeee, oe" inundó las gradas tras la anotación del alegre jugador tapatío, el Dany Osorno, que en recientes fechas fue blanco de críticas y acusado de dedicar más tiempo a su banda de música estilo sinaloense, que al futbol.

Caso contrario el de Oswaldo, quien durante toda la Copa fue pilar de la defensa y mantuvo inviolada su meta. El público no tuvo que esperar mucho para aclamarlo en su primera intervención de importancia.

Fue tímida pero real la reconciliación con La Volpe, quien hace una semana llamó villamelón al público; no obstante, ayer se escuchó al final el grito de "La-Vol-pe- La-Vol-pe".

El portero de Chivas recibió la distinción de mejor arquero y el Cabrito Arellano la de jugador más valioso; ambos subieron al improvisado templete en medio de aplausos, a los que siguió el abucheo general ante la nominación de Estados Unidos por el premio Fair Play.

El único punto oscuro de la victoria y del festejo ocurrió cuando ya con el cetro en las manos los tricolores únicamente corrieron hasta ubicarse frente al palco donde eran observados por sus familiares, lo elevaron y mandaron besos, y optaron por ahorrarse la vuelta olímpica.

Los sudamericanos recibieron sus medallas con absoluta seriedad, porque para Brasil un segundo lugar es una afrenta. Carlos Alberto, quien entró de relevo, insistió en que resulta "muy difícil jugar bien con la altitud de esta ciudad... Infelizmente no fue la voluntad de Dios".