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México D.F. Sábado 2 de agosto de 2003

Juan Arturo Brennan

La Giralda, las canciones

Merced a un rápido clavado en las páginas de la enciclopedia más cercana, averiguo lo siguiente:

''Giralda: Torre de la catedral de Sevilla, elevada como minarete por los árabes de 1184 a 1196. El coronamiento actual, de estilo renacimiento, fue agregado en 1568 y lo remata una colosal estatua de la Fe."

La lectura de esta breve definición apunta de inmediato al concepto de encrucijada, mestizaje, auténtico encuentro de culturas, sensibilidades, lenguas, temperamentos y religiones. Este singular edificio, situado en el corazón de lo que se conoció durante largos siglos como al-Andalus, da su nombre a un grupo musical que, en días recientes, fue un oasis en medio del árido desierto musical de este verano citadino.

El pasado fin de semana ocurrieron en La Capilla del Centro Cultural Helénico las últimas presentaciones de la breve temporada del grupo La Giralda, con el espectáculo El libro de las canciones. Basado en el Quitab l'Agani, importante documento del siglo X que es como una panorámica narrativa de la música árabe, el sencillo y austero espectáculo resultó efectivo en su parte musical y, por añadidura, sorprendentemente entretenido en su parte oral.

Los recursos estrictamente musicales desplegados por La Giralda fueron mínimos: la voz del actor y cantante iraní Kaveh Parmas, el laúd árabe de Manuel Mejía y las percusiones de Francisco Bringas. En algunas de las piezas interpretadas, se unió a ellos un discreto violín, respecto a cuya presencia se levantaron las escépticas cejas de algunos puristas. Vamos, después de todo no se trataba de una lección de prístina arqueología musical, y los pedales armónicos y los ornamentos proporcionados por el violín resultaron efectivos y bien dosificados.

Además de las canciones árabes y persas interpretadas fundamentalmente por Kaveh Parmas, el espectáculo estuvo cimentado en una serie de narraciones sobre las peripecias, aventuras y desventuras de diversos músicos del mundo árabe.

Uno de los aciertos de esta parte de la propuesta de La Giralda fue la selección de las anécdotas, que resultaron divertidas, fascinantes y, sobre todo, muy ilustrativas en cuanto a formas inesperadas de pensar, abordar y analizar el oficio del músico. El hecho de que los tres miembros de La Giralda se alternaran en la narración del anecdotario musical árabe ayudó al buen fluir del espectáculo y a la variedad de puntos de vista.

Uno de los puntos más interesantes de esta propuesta de La Giralda estuvo anclado en el hecho de que si bien la mayor parte de las historias contadas se refieren a músicos varones del mundo árabe y persa, incluyeron también narraciones de mujeres dedicadas a tañer el ud, a cantar, a recitar poemas y a danzar. Y para el comentario musical sobre estas misteriosas damas, que cantaban cubiertas de velo y burka, La Giralda convocó a Rita Guerrero, quien teniendo su experiencia musical básica en otras regiones genéricas y estilísticas, ya ha incursionado con asiduidad en los terrenos de la música antigua.

El principal comentario que puedo hacer sobre la parte musical de este Libro de las canciones se refiere a una percepción de estilo. Sin ser un especialista en la materia, creo que algunos intérpretes que abordan la música árabe antigua suelen acudir a fuentes más modernas e incluir giros en que lo gitano y lo flamenco tienden a diluir la esencia sonora más auténtica. En este sentido, me pareció que los miembros de La Giralda intentaron aproximarse a una vertiente más austera y arcaica de la música árabe y persa, con buenos resultados, apreciables sobre todo en el tratamiento vocal de Kaveh Parmas, quien además participó activa y eficazmente en la narración de las historias de músicos.

Para el final, La Giralda y sus invitados hicieron una sabrosa y evocativa improvisación que rescató el elemento espontáneo que sin duda era fundamental en la práctica antigua de estas músicas. Lo único que desentonó en esta atractiva presentación de La Giralda fue la misteriosa dama que leyó la introducción al espectáculo con poca presencia, pocas tablas y poca dicción.

Por lo demás, un buen logro de La Giralda, potenciado por el hecho estimulante (e inesperado) de haber llenado hasta el tope La Capilla del Helénico para una velada de cuentos y canciones de Arabia y Persia. Ciertamente, mucho más interesante que los aburridos caballitos de batalla que está ofreciendo la única orquesta veraniega de la ciudad.

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