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P O L I T I C A
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México D.F. Domingo 7 de septiembre de 2003

Guillermo Almeyra

Acuerdos, alianzas, frentes, contubernios

Quien excluye por principio la negociación y los acuerdos con partidos y fuerzas con las que tiene grandes diferencias (o de las que es adversario e inclusive enemigo) es candidato al manicomio o un primitivo y dogmático prepolítico. ¿Cómo no hacer, por ejemplo, sobre la base de la teoría funesta de que "todos son iguales" y "los políticos son traidores", negociaciones y acuerdos para llevar para siempre a la cárcel a los torturadores y asesinos de Argentina, Chile o México? ¿Cómo no hacer acuerdos con quienes, cualesquiera sean sus ideas, estén dispuestos a impedir los asesinatos de defensores de los derechos humanos o líderes y militantes campesinos? ¿Por qué no sería posible negociar un acuerdo entre todos los que dicen, como dice ahora el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que hay que hacer una nueva ley que anule o reforme la ley antindígena aprobada por los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN) y una parte del PRD mismo y hacer de dicho acuerdo el eje de una movilización nacional por una democracia efectiva? ¿Por qué no negociar y hacer acuerdos entre las distintas facciones indígenas para emprender una acción común en ese sentido, o a escala nacional sobre el problema del campo?

Porque hacer un acuerdo (y negociarlo previamente) no pone en cuestión la independencia de las partes ni borra sus diferencias. Es posible "golpear juntos y marchar separados" en defensa de la legalidad, contra la arbitrariedad gubernamental y de sus aparatos represivos, o en defensa del voto ciudadano, como lo hicieron Rosario Ibarra de Piedra, Manuel Clouthier y Cuauhtémoc Cárdenas en ocasión del fraude de 1988. Si después alguno de los firmantes rompe el acuerdo, como hizo el PAN en esa ocasión, deberá pagar un alto precio político siempre y cuando las negociaciones y el acuerdo resultante de las mismas se haya hecho públicamente y a la luz del sol, y no tras bambalinas, y sobre la base de un punto de indiscutible interés general y no sólo del de los negociadores, y además sin contrapartidas ocultas y manteniendo cada parte su derecho de criticar, cuando sea oportuno, a su transitorio compañero de ruta y de lucha. En efecto, los acuerdos son puntuales, transitorios y no suprimen la necesaria afirmación de la propia identidad, ya que los proyectos y objetivos finales de los firmantes no coinciden y porque esconder las diferencias o presentar una imagen idealizada del adversario con el que se coincide momentáneamente en el combate por algo fundamental para los trabajadores y oprimidos equivale a engañar a éstos. Es famoso el telegrama de Lenin mediante el cual aceptó las armas que ofrecían al naciente Estado revolucionario ruso los aliados franceses e ingleses del zarismo depuesto para que el nuevo poder siguiera combatiendo contra los alemanes y así aliviase la presión de éstos sobre el frente occidental franco-inglés. El texto, crudamente, decía "aceptamos las armas de los imperialistas franco-ingleses para combatir contra los imperialistas alemanes", sin esconder, por tanto, el abismo que separaba a la revolución de los primeros ni presentarlos como aliados, pero también llegando a un acuerdo con aquéllos.

Las alianzas, en cambio, no se hacen en torno a un punto, sino que tejen una relación más compleja y estable. Por eso es inaceptable que, por ejemplo, se proponga una alianza contra el gobierno oaxaqueño de José Murat con partidos, como el PAN, que representan al gobierno nacional, el cual continúa las políticas fundamentales neoliberales y antipopulares del PRI y está aliado con éste. Porque una cosa es hacer acuerdos públicos, puntuales y limitados, contra el fraude o contra la violencia, y otra es presentar un frente común, una alianza política sobre la base de la misma concepción -el famoso "voto útil"- que llevó a Vicente Fox a Los Pinos y desarmó a la izquierda política y social del país. Sólo se puede formar una alianza con quien se comparten principios y objetivos, aunque sean generales, como la Unidad Popular chilena o los frentes entre comunistas y socialistas más partidos menores, siempre de izquierda y socialistas, aunque no fuesen de origen marxista.

Los acuerdos sin principios, por meros intereses partidarios y con la intención de disputar cuotas de poder institucional, y las alianzas espurias surgidas de los mismos, abandonan el terreno de la ética y se llaman contubernios. Esos frentes entre grupos opuestos que se devorarán entre sí a la vuelta de la esquina o pasarán sin escrúpulos a juntarse con sus enemigos de ayer, desmoralizan y despolitizan a los oprimidos, que deberían ser la base social de quienes dicen ser de izquierda y a los que las alianzas, en teoría, deberían fortalecer cuando en realidad los estafan. Los intereses y la capacidad de decisión del sujeto del cambio -los oprimidos- que deberían establecer la base programática de los acuerdos y la forma misma de su aplicación son sustituidos por el decisionismo de las cúpulas compuestas por los profesionistas de la política, puramente pragmáticos, sedientos de poder y sin principios. Para que una alianza no sea un contubernio se debe aclarar previamente para qué y con quién se llega a un acuerdo para todo un periodo y si el medio -el frente- no va contra el fin, o sea contra la elevación de la conciencia política y de la autorganización de aquellos que, supuestamente, son el objetivo de una tendencia política de izquierda. Los contubernios refuerzan la idea de que la política es puro interés de una camarilla compuesta por gente que puede pasar de uno a otro bando sin problema, total "son todos iguales". Por el contrario, si quien lucha en un ámbito local o restringido a un sector social desea realmente cambiar el sistema, debe forzosamente comprender que los acuerdos y las negociaciones con quienes tienen, total o parcialmente, posiciones diferentes, para poder unificar a escala nacional diferentes grupos y fuerzas y para educar políticamente -en la acción común y en la discusión pública con los aliados- a esa mayoría que se abstiene, reforzando así el conservadurismo y el poder estatal.
 
 

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