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México D.F. Domingo 7 de septiembre de 2003

Carlos Bonfil

Festival de Montreal

Despojado de la prestigiosa categoría de Festival A (primera clase), por su decisión unilateral de cambiar sus fechas y hacer coincidir su programación con la de los festivales de Venecia y Toronto, el Festival de Montreal (Festival des Films du Monde) celebra este año su 27 edición en un ambiente muy discreto, sin glamour ni estrellas, sin grandes revelaciones fílmicas (Toronto acapara de nuevo los títulos más llamativos y los cineastas de moda), obligado más que nunca a defender su especificidad de festival casi alternativo, festival más de cinéfilos que de cazadores de pre-estrenos prestigiosos. En Montreal no figuran ni Dogville, de Lars von Trier, ni The Brown Bunny, de Vincent Gallo, y mucho menos sus estrellas. No recupera ni lo mejor de Berlín ni lo mejor de Cannes, y los ojos de la cinefilia mundial se orientan en el momento a las posibles revelaciones de Venecia. Con todo, destaca en Montreal la presencia de Elephant, de Gus Van Sant; de Um filme falado, de Manoel de Oliveira; de la cinta más reciente de González Iñárritu, 21 grams, además de dos obras del prolífico franco-chileno Raoul Ruiz, Un lugar entre los vivos y Vértigo de la página blanca. Lo importante, sin embargo, no es saber en qué puede asemejarse el Festival de Montreal a los de otras capitales, sino en qué se distingue de todos ellos. ƑCuál es, si alguna, la originalidad de su propuesta?

Festival de los Filmes del Mundo. El nombre del evento señala de entrada su vocación de muestrario internacional, no tanto vitrina de lo mejor de la cinematografía, sino, arriesgadamente, de lo que considera más representativo. Un total de 439 películas, provenientes de 67 países, presentadas a lo largo de 12 días (27 de agosto- 7 de septiembre) 115 estrenos mundiales, de los cuales 58 son estadunidenses y 34 canadienses, y un gran número de últimas presentaciones, las llamadas "dernieres" montrealesas, películas que en principio nunca se verán en otro festival, o cuya distribución mundial resulta hoy azarosa. A México, por ejemplo, lo representan varios cortos, un largometraje de ficción, Amar te duele, de Fernando Sariñana, y un documental, Recuerdos, de Marcela Arteaga. Y justamente en la categoría del documental se ubican algunas de las mejores aportaciones del festival. Cada año esta sección se rige por criterios pertinentes y afortunados. En esta edición destaca S-21, la máquina de muerte de los khmer rojos, del camboyano Rithy Panh, sobreviviente de los campos de exterminio, quien elabora una investigación que confronta a víctimas y verdugos del antiguo centro de tortura de Tuol Sleng. Hay también estupendos documentales sobre prostitución y pornografía (Sexe de rue, de Richard Boutet, y La petite morte, de Emmanuelle Schick), y otros en torno de la sensibilidad homoerótica en la actual armada rusa, Komrades, de Steve Kokker, o en el ejército canadiense, Open secrets, de José Torrealba. Pero en esta edición, como en otras anteriores, el cine iraní tiene una representación privilegiada. Directoras iraníes, de Hamid Khairoldin, e Irán, bajo el velo de las apariencias, de Thierry Michel, describen la vida cotidiana en el país del integrismo religioso a 23 años de la victoria de la revolución islámica, y de modo más sorprendente, el auge en ese país de la realización fílmica femenina, de la cual es muestra elocuente un trabajo de ficción, punto privilegiado del festival, A las cinco de la tarde, de Samira Makhmalbaf, hija del realizador de Kandahar. Luego de la caída del régimen de los talibanes en Afganistán, las escuelas públicas pueden al fin aceptar alumnas. La joven Noqreh decide aprovechar el nuevo clima de libertades, se desprende de su velo tradicional, calza vistosos zapatos blancos, intimida a los hombres que bajan la vista a su paso, y se propone convertirse en la primera presidenta afgana, siguiendo el ejemplo de Benazir Bhutto, en Pakistán. Lo interesante en esta fantasía es la reacción del padre anciano, quien prefiere huir con su familia del país decadente que ha dado la espalda a la ortodoxia musulmana. Comedia, evocación nostálgica, reivindicación de la voluntad femenina, en una cinta original, cuyo título se desprende de un poema de García Lorca.

El Festival de Montreal enfrenta hoy el reto de afianzar su prestigio con las mejores cartas a su alcance: la diversidad en su selección, una inteligente selección temática, la defensa de las cinematografías nacionales, el pluralismo ideológico y la voluntad de marchar a contracorriente, en la ciudad más agradable del hemisferio, de toda la vanidad de una cinefilia vuelta mercado y espectáculo rentable.

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