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México D.F. Sábado 20 de septiembre de 2003

Jorge Carrillo Olea

La pax americana, desesperación de George Bush

El desconcertante anuncio que hizo el presidente George Bush, convenientemente disfrazado de piloto, desde el portaviones Abraham Lincoln, en el sentido de que la fase operativa de la guerra de Irak había terminado, no ha encontrado respuesta en la realidad.

Por decreto la guerra terminó. Una guerra cuya justificación, nos aseguraron, era la existencia de armas de destrucción masiva que podrían ser desencadenadas en cuestión de minutos, amenazando la paz mundial. Dichas armas nunca existieron. Y de esa guerra lo que nunca se nos dijo fue que no existían las fuerzas armadas iraquíes, aéreas o terrestres, a las que se enfrentaría la llamada coalición y que la televisión nos vendió como reales.

Saddam Hussein, cuyo perfil acepta cualesquiera adjetivos reprobatorios, en un acto semisuicida enfrentó una guerra con efectivos militares que eran en realidad residuos de la pasada: la llamada Tormenta del Desierto. No existían los Mirage franceses, no existían los tanques de origen soviético y no existía tampoco la cohetería de origen ruso que constituían sus temibles ejércitos.

En realidad la fiera resistencia que encontraron los ejércitos invasores fue una resistencia popular con fuertes motivaciones religiosas, más que políticas, anticipatoria de la creciente resistencia que hoy estamos presenciando. Hussein morirá mañana. Otro líder lo sustituirá.

Aunque en escalas tan pequeñas que nunca fueron vistas en una guerra, las bajas humanas se suceden día con día. No solamente las de los diversos ejércitos que ocupan Irak, sino más lamentable aún, las de inocentes, las de cientos de iraquíes de todo género y edad.

La opinión pública estadunidense se empieza a impacientar. ƑCuándo y a qué costos en vidas y recursos terminará esto? A eso agréguese la pérdida de 3 millones de empleos. Francia y Alemania una vez más niegan su apoyo. Bush no tiene respuesta y ya se cierne la amenaza de ensombrecer su proyecto de relección.

Sus reacciones ante esta situación tienen un claro matiz de desesperación: ha apelado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas del que antes se burló; ha convocado a decenas de países tan increíbles de participar por sus propias limitaciones como podrían ser Honduras, El Salvador, Tailandia o Eslovaquia, para integrarse a las fuerzas de ocupación, buscando realmente sólo sumar nombres que avalen su empresa. Ha iniciado el reclutamiento y adiestramiento en Europa de 55 mil iraquíes para constituirlos en una policía que le auxilie en el mantenimiento del orden.

Contradictoriamente, su secretario de Defensa, Rumsfeld, recientemente ha dicho en Babilonia: "este país pertenece a los iraquíes y son ellos los responsables de su seguridad". Adicionalmente ha pedido a su Congreso 70 mil millones de dólares para costear la reconstrucción, aunque anticipa que no es una cifra final. Si éstos no son signos de desesperación, Ƒcuáles lo serían?

No aprende Bush una centenaria lección. Salvo casos históricamente excepcionales, como el de Japón, ninguna fuerza de ocupación ha tenido éxito. Al final fueron inclusive vergonzosamente derrotadas por la realidad. Véase Vietnam ocupado por Estados Unidos, véase Argelia por Francia, China por Japón, Sudán por Gran Bretaña, Indochina por Francia, Abisinia por Italia y para más, véanse Cuba y Filipinas por Estados Unidos, e inclusive México en más de una ocasión por ese mismo país.

Olvida el presidente estadunidense la historia de los grandes imperios y sus ocasos, que obedeciendo a causas múltiples, también llegaron a lo imposible por la expansión sin límites de sus fronteras, reales o virtuales.

La pax americana se parece mucho, dos mil años después, a la pax romana. Las dos han atropellado culturas, pueblos, estructuras sociales y legales. Las dos han impuesto lo que suponían que debiera obedecer el mundo: sus razones, sus intereses y su cultura. Ambas se equivocaron. La fuerza aborigen de los pueblos, con su brutal carga cultural y de convicciones, acaba por imponerse a los más grandes ejércitos. Vale reiterar el ejemplo de Vietnam, cuyo pueblo acabó expulsando a un ejército de 500 mil hombres que disponían de la más alta tecnología y respaldo de capital y contaban con un auténtico césar como comandante, el general Westmoreland.

Bajo esta óptica, la paz deseada en Irak no es pronta ni fácil. Tampoco es oportuna para Bush, pero con todo el dolor que conlleve para iraquíes y tropas de ocupación, sí anticipa que al final, aunque sea aún muy remoto e impredecible en sus formas, aquellos pueblos musulmanes acabarán readueñándose de su destino.

Mil incógnitas habría que descifrar antes de llegar a ese punto. Pero, por complejas que sean, acabará por imponerse como la otra cara de este drama la de la justicia, de la razón y de la historia. Mientras, los altos costos de la pax americana desesperan al emperador.

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