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México D.F. Viernes 10 de octubre de 2003

Jorge Camil

Armas de destrucción política

El 17 de julio pasado las autoridades inglesas encontraron el cadáver del científico David Kelly en un claro del bosque que rodea su residencia. Kelly, principal experto británico en armas de destrucción masiva (ADM), había cometido un pecado capital: antes de su misteriosa desaparición y muerte reveló a un periodista de la BBC que el reporte publicado por el gobierno de Tony Blair en septiembre de 2002, sobre las supuestas ADM de Saddam Hussein, contenía una mentira calculada para "hacer más sexy" el documento y obtener aprobación popular para invadir Irak. Kelly se refería a la frase que afirmaba que "Hussein estaba preparado para disparar sus ADM en 45 minutos". Hoy, sin embargo, nos enteramos que el dossier (como se conoce en los medios británicos el documento de Blair) contenía otra mentira que ha desatado un escándalo político en Washington.

Para convencer a los electores del peligro inminente, el dossier afirmaba que el dictador estaba a punto de adquirir uranio de "un país africano" no identificado. Las declaraciones de Kelly, hechas con el propósito de desacreditar los motivos para invadir Irak, precipitaron su muerte como corolario de la persecución del gabinete de Blair para descubrir su identidad, revelar su "traición" a los medios de comunicación, y someterlo a la investigación punitiva de un comité parlamentario que lo avergonzó públicamente y arruinó su reputación.

Al día siguiente de la última audiencia, un Kelly frágil y humillado, temeroso de las consecuencias, y consciente de haber perdido para siempre la confianza del gobierno británico, anunció a su familia que se disponía a efectuar una larga caminata para ordenar sus ideas. Al llegar al primer paraje apartado, ingirió una botella entera de sedantes para armarse de valor, y tras varios intentos logró cortarse las venas de una muñeca con su navaja de bolsillo. Aturdido por el efecto de los sedantes, se recostó con aparente calma a esperar la muerte. La investigación del affair Kelly, encabezada por lord Hutton (uno de los más prestigiados magistrados judiciales de Inglaterra), revelará seguramente que el científico no fue asesinado por órdenes oficiales (como algunos temían), pero sí inducido al suicidio por la crueldad con la que se castigó una indiscreción que puso en tela de juicio la credibilidad del gobierno.

El idioma inglés, un lenguaje preciso, tiene la frase perfecta para describir el desprestigio ocasionado por calumnias maquinadas: character assassination, le llaman (que se podría traducir como "asesinato de la personalidad"). Pero el tema no para ahí, porque la patraña de las ADM ha cobrado otra víctima de character assassination en Estados Unidos (esta vez como consecuencia de revelaciones hechas a los medios sobre las maquinaciones de Washington). Joseph C. Wilson, antiguo embajador interino de Estados Unidos en Irak (con el título de chargé d'affaires) y en varios países africanos (entre ellos Níger), fue llamado del retiro por la CIA en febrero de 2002 (siete meses antes de la publicación del dossier inglés) para solicitarle un favor personal: el vicepresidente Cheney, le dijeron, estaba "preocupado" por un reporte de inteligencia que indicaba que Irak negociaba activamente la compra de uranio de Níger. La CIA pretendía que Wilson utilizara sus contactos en ese país para corroborar la veracidad del supuesto reporte. Al regresar de Africa, Wilson informó a la CIA y al Departamento de Estado que la preocupación de Cheney era infundada. No obstante, se sorprendió cuando en septiembre de 2002 la mentira del uranio iraquí apareció en el dossier del gobierno británico, y volvió a surgir en enero de 2003 en un discurso de George W. Bush.

En julio pasado Wilson publicó un artículo en The New York Times titulado "What I didn't find in Africa" (lo que no encontré en Africa). El ex embajador disipó las dudas con una frase lapidaria: "debo concluir que parte de la inteligencia relacionada con el programa de armas nucleares de Irak fue torcido para exagerar la amenaza". De pronto, en un acto de venganza que implica la comisión de un grave delito federal, "una fuente no identificada" de la Casa Blanca le reveló a un periodista que Wilson jamás había trabajado para la CIA, pero que su esposa, Valerie Plame, era agente secreto del más alto rango especializada en ADM. El asunto se ha convertido en escándalo político, porque al revelar la identidad de la señora Plame (que trabaja en forma clandestina, sin protección diplomática, y con apellido de soltera) se pone en riesgo su vida. Wilson terminó con una frase en el Times que pone el tema en perspectiva: "en una democracia hacer la guerra es la última opción. Tenemos el deber de asegurar que (quienes perdieron la vida en Irak) no murieron por motivos equivocados". The Economist de esta semana concuerda con él: la guerra pudo haber sido justificada, "pero al presentar los motivos Bush y Blair no jugaron de frente con sus electores".

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