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México D.F. Domingo 12 de octubre de 2003

REPUBLICA DE PANTALLA

Jenaro Villamil

Gobernator, el reality imperial

Arnold, o los multimedias en la relección de Bush

10 de octubre, a un año del decretazo

CUANDO EL 6 DE agosto pasado Arnold Schwarzenegger apareció en el programa The Tonight Show, de la NBC, para anunciar formalmente su candidatura a gobernador de California, el presidente George W. Bush pasaba por la peor crisis de apoyo a su mandato después de la invasión a Irak. La relección estaba en riesgo, coincidieron diversos analistas de la prensa estadunidense. Sin embargo, los efectos especiales de Terminator vinieron en su salvación. Las grandes cadenas televisivas del país vecino poco a poco fueron concentrando su atención en los comicios del refrendo revocatorio del estado de California, la séptima economía del mundo, la entidad con mayor déficit en Estados Unidos, 38 mil millones de dólares, y sitio clave para ganar las elecciones presidenciales, ya que tiene 54 de 270 votos electorales necesarios para cualquier candidato que desee llegar a la Casa Blanca.

EL MIERCOLES 8 de octubre, cuando la extraña profecía cinematográfica de Silvestre Stallone en El Demoledor (1993) comenzó a cumplirse, el gobierno de George W. Bush avaló el ataque militar de Israel a Siria. El asunto quedó en segundo plano. Arnold ganaba con casi 50 por ciento de los votos el bastión demócrata de California y concentró la atención mediática. El ex fisicoculturista de origen austriaco, casado con la conductora de televisión María Shriver, se impuso en una contienda que recordó más a un casting para Big brother que una campaña electoral: 135 aspirantes participaron para diseminar el voto de 15 millones de empadronados, desde una estrella porno, un boxeador, hasta el segundo candidato desplazado por Arnold, el demócrata Cruz Bustamante.

EL PASADO VIERNES 10 de octubre, mientras Conan, el Bárbaro, nombraba a su equipo de gobierno y anunciaba una de sus primeras medidas contra los inmigrantes -prohibir la licencia de manejo a los indocumentados de California-, George W. Bush arremetía contra Cuba ante un grupo de disidentes que financiaron su campaña en Florida -y le dieron, por cierto, el triunfo fraudulento sobre Al Gore en la contienda de 2000- y les prometió que él "acelerará la llegada de una Cuba libre y democrática". En pocas palabras, mientras Arnold cautivaba mediáticamente, Bush amenazaba bélicamente y la relección de 2004 comienza a operar como si fuera el guión de la más reciente película de Schwarzenegger: El fin de los días.

HOLLYWOOD Y LA telebasura política en su máxima expresión se han conjugado así en Estados Unidos para salvar de la debacle a los republicanos, justo la combinación que no ha tenido el laborista Tony Blair en Gran Bretaña para frenar la crisis de su gobierno a raíz del escándalo detonado por la BBC sobre las mentiras de las armas de destrucción masiva del régimen de Saddam Hussein y el suicidio del científico David Kelly. Arnold se escapa de las pantallas cinematográficas para que prosiga el guión de la guerra contra el terrorismo que encabeza Bush. El ingrediente fundamental de este reality es el miedo que se ha sembrado en el ciudadano estadunidense por conducto del principal ántrax: el mediático. Una crisis de la clase política californiana, más el resurgimiento de la xenofobia inducida tras los ataques del 11 de septiembre, se han convertido en los dos poderosos acicates para conseguir el triunfo del nuevo gobernator.

SCHWARZENEGGER NUNCA HA sido un gran actor, pero su figura de superhombre anabólico que encarna el sueño americano ha sido sumamente útil en una sociedad del espectáculo bélico como Estados Unidos. Sus primeros éxitos cinematográficos surgieron justamente en la era de otro actor de segunda en la Casa Blanca, Ronald Reagan. Mientras el republicano de origen californiano anunciaba su iniciativa conocida como guerra de las galaxias contra el imperio del mal soviético, Schwarzenegger triunfó en 1982 como Conan, el Bárbaro. A esta película le siguieron Comando, Depredador y Terminator, con sus tres partes. Esta última lo catapultó como símbolo del robot malo que se ha convertido en bueno y destruye todo lo que represente una amenaza para el sueño americano. La pesadilla de los replicantes del Blade Runner de Ridley Scott -película ambientada justamente en Los Angeles del futuro- fue encarnada en la realidad por Schwarzenegger. Su último gran éxito fue hace 10 años, con Mentiras verdaderas. Durante la era de Clinton, la figura del superhombre se opacó en las pantallas.

PARA 2003, SCHWARZENEGGER se adaptó muy bien al guión de un reality de la telepolítica que muchos han llamado El inmigrator. En varios programas de radio y televisión el actor-candidato declaró que reforzará la vigilancia en la frontera con México, donde han muerto más de 2 mil 500 inmigrantes en la última década. "Yo esperé 15 años para ser ciudadano estadunidense, como para que de pronto se dé un giro y se otorgue a los inmigrantes indocumentados la ciudadanía", declaró a principios de septiembre en la estación 640 de AM en California. Por éstos y otros desplantes fue atacado por la comunidad hispanoamericana, pero los mercadólogos de Schwarzenegger sabían bien a qué le tiraban. Según la encuesta Gallup, resolver la inmigración latina no es una preocupación del gran público estadunidense. Inclusive, en enero de 2003 sólo 7 por ciento estuvo en favor de incrementar y regularizar el nivel migratorio, contra 55 que opinó en contra. Además, en California la mano de obra latina cuenta para la economía, pero no para la política. Sólo uno de cada siete hispanoamericanos vota, porque no tienen documentos y porque cerca de 40 por ciento son menores de 18 años.

AHORA, A SCHWARZENEGGER le corresponderá administrar el espectáculo de su propio triunfo, mientras Bush recompone sus alianzas en California, Texas y Florida, los tres estados claves para garantizar la relección de 2004. Y quizá logre un segundo mandato si la otra gran disidencia a su gobierno, surgida justamente en las filas del espectáculo y de los medios, no puede frenar a tiempo el reality imperial que comenzó a operar en California.

A un año del decretazo


EL 10 DE OCTUBRE de 2002, la reforma democrática al régimen legal de medios electrónicos en México se truncó por lo que resta del sexenio. El gobierno de Vicente Fox, rehén del enorme nivel de concentración mediática y de los intereses de los dos grandes consorcios televisivos que lo llevaron al poder -aunque no necesariamente lo mantengan-, cedió todo ante la industria sin obtener nada a cambio para la nación: se frustró la reforma a la Ley Federal de Radio y Televisión que se negoció durante más de un año en la Secretaría de Gobernación; la reducción de los tiempos fiscales de 12.5 a 1.25 por ciento del tiempo-aire en pantalla no derivó en un trato más justo y equitativo; por el contrario, transformó estos espacios en tiempos presidenciales que ni con la abrumadora campaña de espots de México pregunta, Fox responde le ha dado credibilidad al gobierno del cambio; todos los partidos políticos optaron por callar ante el decreto presidencial y destinaron a los medios electrónicos más de 70 por ciento de los recursos públicos para la campaña de 2003, que terminó en uno de los índices de abstención más altos; en el seno de la Cámara Nacional de la Industria de la Radio y la Televisión (CIRT) se consolidó la "ley del más fuerte", contra los intereses y necesidades de los pequeños y medianos concesionarios. La reciente comida anual de la CIRT confirmó el nivel de control oligárquico que prevalece en el sector: el funcionario de Tv Azteca Jorge Mendoza, involucrado en los hechos de violencia del asalto al cerro del Chiquihuite contra la señal de Canal 40, fue relecto. El diferendo entre Tv Azteca y CNI-Canal 40, aparentemente diluido, no ha ocultado la amenaza real que significa el alto grado de impunidad y discrecionalidad que existe en el manejo de las concesiones de radio y televisión.

LOS ESCENARIOS QUE se avecinan no pueden ser menos alentadores:

1. LEGISLADORES DEL PRI, del PAN y un núcleo duro de concesionarios de la CIRT están en contra de la reforma legal al régimen de medios electrónicos, y rechazan la existencia de las radios comunitarias, a las que consideran no una forma de servicio social, sino de piratería. Precedida por la intimidación a estaciones como La Voladora, la demanda de acabar con las radios comunitarias puede surtir efecto en los próximos meses si no hay una defensa real de estas opciones y la reglamentación clara de su existencia.

2. EL PRESIDENTE VICENTE Fox anunció los nuevos lineamientos para el paso a la digitalización tecnológica de los medios electrónicos. Esto representará un cambio radical en términos de producción y de alianzas empresariales, pero no significará una apertura del espectro radioeléctrico. Frustrada la ley de telecomunicaciones y la de radio y televisión, ambas atoradas en el Senado de la República, es previsible que el "cambio digital" se convierta en una nueva fórmula de "concentración digital".

3. EL DECRETAZO TAMBIEN demostró que en materia de relación medios-gobierno federal la prensa ocupa un sitio secundario. Menos de 10 por ciento del presupuesto público se destina a la publicidad oficial en los medios impresos y al fomento a la lectura. A los periódicos y revistas se les menosprecia como si fueran un incómodo círculo rojo o, peor aún, como especies destinadas a desaparecer bajo el imperio de la imagen y el espot que tanto gustan al Presidente. La tendencia a conformar conglomerados multimediáticos (control de prensa, radio, televisión e Internet) no augura condiciones equitativas, sino también la prevalencia del más fuerte o del que favorezca al grupo gobernante. Los periódicos se transforman no en medios informativos, sino en escaparates de poderosos grupos empresariales para presionar por sus intereses. La información y la publicidad oficiales no son vistos como bienes públicos, sino como instrumentos e intercambio de favores políticos.

LA OPINION PUBLICA, pese a todo, se cobra caros los errores de concepción y operación de un gobierno que se autonombró del cambio y ha frustrado la principal herramienta de modernización: la auténtica democratización del régimen de medios. La prensa, aun con el decretazo, es más libre y crítica, no gracias al Presidente, sino a pesar de él.

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