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México D.F. Domingo 12 de octubre de 2003

Rolando Cordera

El cha cha chá de las reformas

Mientras todos bailan al son que les toca la ofensiva mediática, las reformas que en verdad necesita México para abandonar su estancamiento secular duermen el sueño de los justos. Son hazañas por descubrirse y escribirse, todo lo contrario de las recetas fáciles y comodonas que nos asestan un día sí y otro también los gobernantes y sus voceros y ahora algunos de los invitados especiales del gobernador Ortiz para concelebrar su relección en el altar de la estabilidad más costosa que ha vivido México en su historia moderna.

Clinton aconseja reformar y al mismo tiempo advierte lo que debería ser obvio, pero que en México se ha vuelto un arcano letal: no hay desarrollo sin mercado interno, y no hay mercado interno sin inversión. Es en ésta, diríamos, donde radica la clave para salir del túnel y, simultáneamente, evitar la desbandada que tantos años sin crecimiento y mucha injusticia hacen propicia, sin que la democracia en estreno se muestre hoy capaz no digamos de evitar, sino de al menos encauzar.

Reformas hay que hacer "no porque lo quieran Fox o el PAN, sino porque México necesita responder a ciertos desafíos y no puede crear cuellos de botella para su crecimiento". Pero el dialéctico andaluz, que todo lo sabe y si no lo glosa lo inventa, no quiso comprometerse con la reforma eléctrica propuesta: "si con el modelo actual pueden garantizar la energía que se requerirá en los próximos diez años adelante; de lo contrario se tendría que cambiar de modelo" (La Jornada, 09/10/03, p. 5). Homenaje a Perogrullo, si se quiere, pero indispensable frente a esta ola de manipulación desenfrenada con los números, las letras, los conceptos, en que se ha empeñado el gobierno. No es precisamente éste el que da la pauta para una discusión ordenada. No serán los medios prepotentes ante los que se inclina los que lo contradigan. La reforma va, pero a ritmo de cha cha chá. Y para eso que ni pintada la CIRT y sus administradores de turno.

Más allá de la reformitis, lo dijeron Clinton y González, pero con más claridad y elegancia Cardoso y con contundencia innegable Slim, lo que está en cuestión no es ganar el patético juego de ingenios en que se han embarcado el gobierno y sus aliados, sino llegar pronto a definiciones y decisiones básicas sobre el uso y la dirección del excedente social del que nuestro país aún dispone, a pesar de tanto dislate inspirado en las lecciones mal aprendidas en Economics 101. Es ahí donde se esconde el secreto de nuestro desarrollo futuro. Sólo así la estabilidad financiera dejará de ser fuente envenenada de inestabilidad real, para confluir en la ecuación ansiada de crecimiento sostenido y estable, con baja inflación y con equilibrios sensatos en las variables del caso: déficit fiscal y externo, salarios y productividad, justicia y libertad, tan relegados por el new speak pasado de moda que el premio Nobel Heckman quiso hacer pasar como mercancía de importación.

No habrá reformas que sirvan sin recuperar lo bueno y defender lo construido en el pasado. No servirá de mucho la defensa de la Comisión Federal de Electricidad o de Pemex, si al mismo tiempo se soslaya el increíble castigo a que se les ha sometido, el abuso corporativo disfrazado de reivindicación gremial, el descuido sistemático de la construcción de infraestructura, el desperdicio inaudito de nuestros ingenieros y técnicos. Para hablar de reformas en serio tendríamos que empezar por re-conocer la historia de nuestro desarrollo, revalorar y cuidar lo logrado, aprovechar sabiduría y destreza acumuladas en los ingenios probados que hicieron posible las presas y los caminos, las refinerías y las termoeléctricas, los ductos y los puertos.

Desiguales e insuficientes estos logros sin duda, pero reales en cuanto a las capacidades que ofrecen y susceptibles de ser mejor aprovechados por mentalidades reformistas en serio: alejadas del interés por el lucro inmediato y particular, restringido y concentrado; conscientes de que en su credibilidad como acciones y servicios públicos reside su eficacia social y política y, en esa medida, económica, financiera, de negocios que duren y repartan para los que arriesguen.

No es de esto de lo que nos habla el frenesí reformador del gobierno del presidente Fox. Con todo y la excelente compañía lograda en estos días, con todo y la respetabilidad que le conceden algunos de los grandes de la ingeniería y el desarrollo eléctrico de México, la huella del interés corporativo y restringido, en favor de unos cuantos, sigue ahí, en gestos, medias verdades, infames campañas orquestadas cuando apenas se tocan algunos de sus dogmas más preciados, como el del "déficit cero" o la estabilidad basada en el permanente sacrificio del gasto productivo. Por ahí no se va sino al despeñadero, y sería bueno que nuestros audaces salvadores de la patria en peligro de quedarse atrás lo asumieran. Sobre todo si además insisten en presentarse como alternativa al desorden mental que se sueña gobierno del cambio

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