.. | México D.F. Martes 14 de octubre de 2003
Frank Castorf estrenó su obra Un tranvía
llamado América, en el Julio Castillo
Oleaje brutal de adrenalina durante 165 minutos de
intensidad nihilista
En ese mar de ansia sólo existe una certeza:
''todos nos marchitamos''
La puesta en escena marcó el comienzo del Festival
Internacional Cervantino
PABLO ESPINOSA
Un tranvía llamado Sehnsucht llamado poesía
llamado anhelo llamado deseo llamado. Un llamado. Un tranvía en
llamas. Un tranvía es un tranvía es un tranvía de
manera semejante a como a rose is a rose is a rose y en el viaje
la carne nos contiene como un tranvía donde el espíritu es
un extraño pasajero, en llamas.
Carne,
gritos, baba, alcohol, adrenalina. Entre el oleaje brutal de un mar de
adrenalina, un poderosísimo navío naufragó con estrépito
dantesco ahogando en llamas a sus ocupantes. Los estertores se escucharon
como implosiones submarinas de la misma manera como sonaban, al inicio
de este cataclismo humano, los gritillos minimales de un canto country-boogie-blues
en contrapunto al basso continuo de una serie de huevos crudos cayendo
sobre un sartén frío desde una altura doméstica de
60 centímetros, sonando en severas implosiones.
Así inicia y así termina y así vuelve
a recomenzar en cíclicos oleajes la puesta en escena de Frank Castorf,
Un tranvía llamado América, estrenada la tarde del
domingo en el teatro Julio Castillo en el inicio triunfal de las actividades
del Festival Internacional Cervantino, en una coproducción entre
este festival de festivales y el Instituto Goethe.
La vuelta al mundo en 165 minutos y un tranvía
con estaciones en Berlín, Danzig, Mississippi, microcosmos de estudios
de televisión trasnacionales, siete mares multiplicados por el ansia
(Sehnsucht) y el traqueteo insolente del sonido del tranvía
pisando las baldosas, pero que en realidad se bamboleaba sobre una mar
de agua y baba y semen y sudor y adrenalina y vodka y lágrimas.
Esos days of wine and roses se trocaron con ese traqueteo tranviario
en una temporada en el infierno transoceánico.
Cátedra magistral
La obra maestra de Frank Castorf puesta en carne y sangre
por seis actores de capacidades artísticas descomunales puso a hervir
el escenario del Centro Cultural del Bosque en un delirio de humor acidulado,
un pandemónium de ternura hirsuta, una fiesta agria de felicidades
atemperadas por el anhelo (Sehnsucht) cantado en corales medievales
de redención (Sehnsucht) acompasados en cánticos pop-rockeados-posicodélicos-retro
que mueven a compasión por sus intentos vanos de conseguir algo
que no se tiene (Sehnsucht) en una paráfrasis elongada de
la palabra alemana Sehnsucht que quiere decir ansia, pero también
alude a cantos religiosos medievales redentivos y al anhelo de conseguir
algo que no se tiene. Sehnsucht: un estado del alma puesto en escena
por Frank Kafka Castorf.
El
juego de humor y los humores se acompasan, con estrépito de rieles
submarinos, en esta cátedra magistral de gran teatro, tanto en juegos
de palabras como en una diversidad de planos simultáneos que incluyen
el proverbial uso del video como un recurso narrativo que disecciona como
bisturí y que subraya todavía más la terrible carga
irónica del teatro castorfiano.
La ironía, esa forma superior de la inteligencia,
sonríe todo el tiempo desde los chistes visuales, las referencias
documentales (el movimiento Solidaridad, advenimiento de la nueva derecha;
la heroína de Velvet Underground, Nico; la crítica despiadada
a la cultura de la televisión) pero también la poesía
como el estadio más elevado del summun de la metafísica
de la palabra Sehnsucht, la poesía como ecuación irresoluble,
la Fenomenología del Ser,
porque en ese entreveramiento del texto de Tennessee Williams
en fragmentos de telepronter, versos de Rilke medidos en carne femenina
y masculina, en nalgas y pelos y senos y pelucas y sudor y risas petrificadas
por el miedo (¿Sehnsucht?) y versos de Poe, que nunca se
dicen pero están vertidos en una trenza de subtexto dramatúrgico
que los ata a Pound y otra vez a Rilke y a Rimbaud. De manera tal que un
actor impreca un discurso enaltecedor del alma femenina (eso, Sehnsucht:
un estado del alma) que culmina en el verso más terrible y contundente
y el único cierto-de-toda-certeza en medio de ese mar de ansia,
locura, adrenalina: ''Todos nos marchitamos".
Un tranvía llamado América es la
traducción al español de Endstation Amerika, nombre
original de la obra de Frank Castorf, quien tomó como punto de partida
el texto alemán, traducido allá como Endstation Sehnsucht,
de la obra del dramaturgo estadunidense cuyas versiones fílmicas,
aún las más brandonianas, resultan una pálida sombra
respecto de la renovación del lenguaje teatral a cargo del maestro
Frank Castorf.
El ansia, esa enfermedad de nuestro tiempo, mueve a Stella
y Stanley Kowalski y a Blanche DuBois y a Harold Mitchell y a Eunice y
Steve Hubbel a trocar en un tranvía los ideales revolucionarios
por la quimera del confort pequeñoburgués de Estados Unidos,
esa gran mentira de nuestros días, y se lleva entre los rieles los
conceptos enteros en que se sustenta la ilusión capitalista: la
familia como núcleo de la doble moral del mundo. Ansia, miedo, ansiedad,
esos generadores de enfermedades, esas formas sociales de la locura, esos
demonios tolerados.
Visionario y pensador genial
Luego
de 165 minutos de llanto mezclado con baba y con alcohol y con semen y
con sudor y con risas y con cuerpos en permanente estado de explosión,
en un despliegue magistral del gran arte del teatro, un trasatlántico
-esa mole escenográfica que distingue las puestas en escena de Castorf
y que representa siempre un hogar-agridulce-hogar- se inclina grotesca,
mareante, súbitamente hacia atrás y se hunde en un estrépito
de versos aterradores repetidos como una hauntig melody en el cerebelo:
''Al final, todos nos marchitamos".
En el silencio que sigue a ese estrépito de aplausos
delirantes frente a la maestría de este pensador genial, de este
visionario que es Frank Castorf, en el azoro posterior al acto final, queda
la convicción renovada de que el arte de Castorf eleva el teatro
a la categoría dialéctica de la filosofía, de que
este humanista detona, demuele, dinamita el mundo con un pesimismo nietzscheano,
con un nihilismo fundamental que en realidad representa una forma luminosa
de optimismo: todos nos marchitamos, canta Castorf mediante sus actores
un coral de Sehnsucht, para que al final, por encima del naufragio,
floten soberanos los espíritus en llamas, renovados, vivos.
A rose is a rose is a rose, sencillamente, porque
nunca se marchita.
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