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México D.F. Martes 14 de octubre de 2003

Teresa del Conde

Irma Palacios en la Casa de la Primera Imprenta

En este recinto dependiente de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), exhibe Irma Palacios una colección de trabajos recientes sobre papel y con este escueto título (no se necesita más), las salas de la hermosa galería, ostentando sus galas, se revisten para que el espectador calibre y disfrute a sus anchas de una muestra que puede calificarse de ''primorosa" sin que deje de tener sus estallidos formales o sus configuraciones en las que el diseño es lo que prevalece a lo largo del pausado recorrido.

La curaduría (de Benjamín Díaz) y el montaje son acordes con el edificio y las obras funcionan simbólicamente si recordamos que en octubre de 1539 llegó a esta ciudad el italiano Giovanni Paoli (aquí lo conocemos como Juan Pablos y su nombre se conserva vigente con la casa editora del mismo nombre), procedente de Brescia. El obispo Zumárraga y el virrey Mendoza lo instruyeron para que instalara un taller de imprenta que estuvo inicialmente en una de las primeras construcciones civiles de la Colonia: la Casa de las Campanas ubicada exactamente en la esquina de Moneda y Licenciado Verdad. Ya no hay vestigios de aquella construcción, salvo por el lugar que ocupa la reconstruida casa de finales del XVIII, recuperada por la UAM.

Es, pues, un acierto que la actual exposición, quizá imperceptiblemente y de soslayo, rinda homenaje al primer impreso novohispano que se conserva (sólo existen dos páginas, pero con eso es suficiente), el Manual de adultos de 1541, antecedido por una doctrina cristiana bilingüe (náhuatl y castellano) que salió a la luz ''para provecho de la salvación de las almas".

Lo que la exposición de Irma Palacios salva es una mise en scène variada, sumamente profesional en cuanto a su consecución, dúctil , liberada del peso de un querer mostrarse ''original", pero a la vez, por ello mismo, original de origen. No hay allí ningún amaneramiento exótico, pero oriente está presente a través de la asimilación de ciertos códigos escriturales. No hay narración alguna, pese a que una obra puede ofrecerse como continuidad de la que está adyacente.

Por medio de suajes, veladuras que son realmente velos de papel, yuxtaposiciones de dos hojas en un solo marco, varias de estas piezas ofrecen la ilusión de que son ventanas con doble vidrio, pero no hay nada de eso. El carácter ''objetual" que definitivamente tienen es el mismo de siempre: o bien el (o los) papeles están enmarcados debidamente, dentro de su espacio limitado por la marialuisa, o, por el contrario, se presentan como pendones sostenidos de su parte superior. Esto ocurre en las salas con las que termina el recorrido en la planta baja del edificio. Es allí donde se exhiben piezas que se antojan como anticipaciones de otros productos: un pañuelo de seda, una estola, el pattern apto para convertirse en papel tapiz. Aunque muy atractiva, esta sección fue la que en lo personal menos me satisfizo aunque allí vi una de las obras más hermosas de todas, que suma a la idea de sonidos la del vuelo de las aves. Debería enmarcarse, porque así funcionaría mejor. Para señalar el carácter ''objetual'' que muchas de estas piezas tienen, se exhibe una obra volumétrica que ocupa el nicho que la arquitectura del recinto depara.

Como en otros casos (Pilar Bordes, en Casa del Tiempo; José Castro Leñero, en la galería Felguérez de rectoría; Nunik Sauret, en la Galería Metropolitana), la UAM publicó un catálogo muy cuidado y bien impreso. En uno de los dos textos introductorios, Jaime Moreno Villarreal expresa: ''El papel, en sus manos (las de Irma Palacios) es materia viva (...) Su trabajo venera el trabajo de otras manos (...) A los actos propiamente gráficos que la artista propone, suscita y recorre en su textualidad no lingüística, se suman ciertas intervenciones como la forradura, el recorte y la rasgadura..." Así es, se trata de un oficio de los ojos y las manos.

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