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México D.F. Viernes 17 de octubre de 2003

Víctor Quintana S.

Sequía y desigualdad social

Las lluvias de octubre, aunque abundantes, no revierten todo el daño provocado en el campo chihuahuense luego de 11 de años de sequía. Reverdece un poco el desolado panorama. Las presas captan un poco más de líquido, sin llegar siquiera a 50 por ciento de su capacidad. Pero no se salvan las cosechas de lo que los agricultores temporaleros se arriesgaron a sembrar.

"En tan sólo unos meses perdimos una pulgada de suelo", comentan campesinos de los llanos. Pero en otros lados, la erosión es mucho mayor. La arena de los desolados vasos de las lagunas de Bustillos y de Babícora cubren labores y los pocos espejos de agua que han sobrevivido.

Si el impacto sobre la agricultura es tremendo, no lo es menos sobre la ganadería, principalmente en el caso de los pequeños ganaderos. El escenario no podía ser peor: no hay cosechas de granos, ni siquiera de rastrojo: hubo mínima producción de biomasa. Por otro lado, los pastos no alcanzaron a germinar. La mayoría no podrá recuperarse ni con las lluvias de los ciclones por venir. Y los campesinos no tendrán ni alimentos para su poco ganado ni ingresos con qué adquirirlos.

Se provocan así las ventas de pánico de los pequeños hatos ganaderos de ejidatarios, colonos y pequeños propietarios. Antes que ver morir de hambre a sus reses en la próxima primavera prefieren malbaratarlas. A ocho pesos se está vendiendo el kilo de res en pie. Una vaca parida con todo y becerro no pasa de 3 mil 500 pesos. Eso, si no está muy flaca, siendo que alimentando al becerro unos dos o tres meses se podría exportar a muy buen precio.

Como todas las catástrofes naturales y sociales, la sequía también es clasista: daña mucho más a los ganaderos pobres; los ricos, aunque también pasan dificultades, disfrutan de mayores terrenos con pastizales, en condiciones no tan malas. Tienen también algunas reservas económicas para comprar granos y forraje durante los meses malos, mejor dicho, más malos. O pueden rentar pastizales en estados vecinos y trasladar allá sus hatos.

Por todo esto son los intermediarios de la compra del ganado y los grandes ganaderos los más beneficiados. Pueden comprar ganado a precio muy barato ahora, mientras los pequeños se descapitalizan. El hato ganadero chihuahuense, reducido casi a su cuarta parte durante la sequía, ahora se va a concentrar en muy pocas manos.

El problema no es sólo económico o ecológico. Tiene fuerte vertiente social. Porque después de esta sequía el agro chihuahuense no sólo está más erosionado y más en quiebra. Lo peor es que se está haciendo más desigual. Que las comunidades se están muriendo porque todos emigran, salvo niños y viejos; porque no hay recursos que inyectarle a la vida colectiva, porque las actividades productivas, centro de la vida social y de las fiestas, se están agotando.

Ante la emergencia, diversas fuerzas políticas y sociales están planteando de-mandas urgentes. El Frente Democrático Campesino propone un programa que consta de tres tipos de acciones: en primer lugar que el gobierno federal haga llegar de inmediato forrajes subsidiados para que los pequeños ganaderos no malbaraten sus hatos. En segundo, que se constituya un fideicomiso ganadero. Los productores invertirían en éste el producto de la venta de su ganado; el gobierno federal les pondría un peso sobre cada peso que inviertan para que vuelvan a adquirir su hato cuando las condiciones climáticas se presenten menos desfavorables. Y, en tercer lugar, la solución más de raíz: que los tres niveles de gobierno apoyen a los productores en la construcción de invernaderos rústicos para el cultivo de forrajes en hidroponía. Las experiencias exitosas en esta materia señalan que éste es el rumbo para reconvertir la ganadería chihuahuense en el contexto del cambio climático global.

El balón está del lado del gobierno federal. Si sigue casado con la lógica salinista de que cuanto menos campesinos tenga, mejor está el campo, se encuentra ante una oportunidad de oro para expulsar a las ciudades o a Estados Unidos a una gran parte de pequeños productores chihuahuenses. Si, por el contrario, está convencido de que impulsar el cambio en el campo significa revertir o cuando menos detener el grave deterioro ecológico, económico y social de las tierras, de las familias y de las comunidades campesinas, tiene que echar mano, ya, de la audacia, de la imaginación y de la sensibilidad para aplicar junto con los productores los programas y las acciones que urgen.

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