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México D.F. Miércoles 29 de octubre de 2003

Arnoldo Kraus

Salud y justicia

Duele afirmarlo, pero es cierto: la medicina es buen instrumento para dividir a la población de acuerdo con su nivel socioeconómico. Hay medicina para muy ricos: trasplantes, inseminación artificial, adquisición de órganos por medio de dinero. La hay, para ricos -medicamentos que cuestan mensualmente el equivalente a mil dólares o más, resonancia magnética-, para la clase media -contar con seguros médicos privados, acceso a "buenos" hospitales-, para los asalariados -cobertura médica por parte del Estado-, para los pobres -autorrecetarse, recibir el medicamento que el encargado de la farmacia considere adecuado, o acudir a las dependencias gubernamentales diseñadas para "ellos". Finalmente, para los muy pobres no hay medicina: fallecen como consecuencia de enfermedades que podrían tratarse o controlarse. Su muerte, ironía aparte, es bienvenida: disminuyen la carga y el empobrecimiento del resto de la familia. El acceso a las diferentes ofertas de la medicina es uno de los mejores caminos para entender la conformación socioeconómica de la comunidad. Desde la elite que tiene derecho a las bonanzas de la biotecnología otrora inimaginables hasta el nuevo apogeo del darwinismo social.

Duele decirlo, pero también es cierto. Los médicos se ven continuamente obligados a jerarquizar a las personas de acuerdo con variables no escritas, pues, evidentemente, atentarían contra la deontología médica. Variables como raza, tipo de enfermedad, edad, estado social, cultura, capacidad de argumentación, si se cuenta o no con familia, si se tiene o no seguro médico, así como la situación del hospital en el que se labora, delimitan, en muchos casos, el tipo de atención. Existen diversos ejemplos al respecto. Unos "fáciles" de entender, pero, por supuesto, no justificables. Otros que cuestionan y ponen a prueba los vínculos entre ética médica y justicia.

Dentro del "primer grupo" destaca la preferencia que suele otorgársele a las personas que "sobresalen" en la escala social y cultural. Esto sucede tanto a nivel privado como gubernamental. Se atiende más rápido, con mayor celeridad y con más interés a quien más tiene. Este sesgo es similar en la mayoría de los países aunque se polariza en naciones como la nuestra, donde las inequidades son mayores. Tanto en la atención inmediata como en los servicios a largo plazo, no es la justicia la que determina la asignación de éstos.

En el primer mundo, por ejemplo, las listas y los tiempos de espera de los receptores de trasplantes de órganos son "arregladas" de acuerdo con los nombres de los candidatos. Igual sucede en los servicios de urgencias. En Estados Unidos, muchos estudios han demostrado que se atiende con menor interés a los negros y a los latinomericanos que a los blancos. En el mismo país, los negros reciben menos analgésicos para aliviar el dolor. En México, las evidencias son también obvias: las infecciones nosocomiales matan a bebés en los cuneros de hospitales gubernamentales y no en sanatorios privados. El corolario es gratuito: se relega al pobre y se le ofrecen servicios médicos mediocres.

Dentro del "segundo grupo" los dilemas éticos son intrincados y complejos. Si aceptamos que los recursos médicos en la mayor parte del mundo son insuficientes, Ƒqué hacer, por ejemplo, cuándo en un servicio de urgencias saturado sólo queda una cama y afuera espera un viejo abandonado con enfermedad de Parkinson que tiene dolor abdominal; un enfermo con sida de 38 años, padre de dos hijos a quien el Estado no le proporciona medicamentos y que acude por diarrea crónica y, por último, un joven de 15 años con neumonía? El escenario previo no es amarillista y sucede con frecuencia en muchos sitios, dentro de ellos, México. ƑQué hacer?, Ƒcómo decidir?, Ƒcuáles son los lineamientos morales que determinan el orden para ofrecer tratamiento? Enemigo del maniqueísmo, comparto mis dudas -perennes e in crescendo- con el amable lector.

La enfermedad y los recursos médicos son inmejorable espejo de la realidad. Dentro de la maquinaria de la desigualdad, la falta de salud de los pobres -la pobreza en sí es una enfermedad- les impide, desde el útero, ingresar al mercado de la modernidad. No hay pobre en México que contradiga la sentencia previa, y no deberíamos sentirnos optimistas con el futuro de 60 por cierto de nuestros connacionales. La justicia distributiva -la distribución apropiada en la sociedad de los beneficios y las cargas- es mera ilusión cuando se habla de medicina. Lo mismo sucede cuando se piensa en la asignación de recursos, pues, siguiendo a Rawls, "en caso de que los recursos no lleguen a cubrir todas las necesidades, el reparto debe hacerse de tal manera que se beneficie a los más desfavorecidos". Tanto en lo individual como en lo colectivo, la justicia distributiva ha fracasado. México es historia y ejemplo de esos descalabros.

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