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México D.F. Jueves 6 de noviembre de 2003

Soledad Loaeza

Iago en el IFE

El reciente proceso de elección de los integrantes del nuevo Consejo General del IFE se presta a una deliciosa analogía metafórica en la que Otelo es la opinión pública, Desdémona el Instituto Federal Electoral y los partidos políticos, Iago, uno de los más aterradores personajes de Shakespeare, el arquetipo -šay!, tan humano y real-- del intrigante perverso que para alcanzar sus fines recurre sin escrúpulo alguno a la calumnia y a la suspicacia, que manipula con gran habilidad las inseguridades y los prejuicios de Otelo, para destruirlo a él, a Desdémona y a sí mismo. La victoria de Iago representa también la fragilidad de la virtud.

Durante semanas, si no es que meses, un Iago tricéfalo -PAN, PRI, PRD- se paseó por los corredores del IFE y de la Cámara de Diputados; con el apoyo de los medios virtió en el oído de la opinión pública el veneno de alguna oscura duda o rumor en contra de los integrantes del Consejo General, de cualquiera que se atreviera a expresar el deseo de participar en el proceso de renovación o que fuera mencionado por alguna de sus tres cabezas. Lo primero que logró Iago tricéfalo fue reducir de manera significativa el universo de selección, porque muchos fueron los que se autoeliminaron antes de someterse a un proceso en el que se cuestionaba su competencia profesional, sin más argumentos que el "Dicen que...". Lo más aleccionador de este proceso es que una de las acusaciones más frecuentes para descalificar a consejeros en funciones, o a aspirantes, eran sus supuestas amistades. Así, la renovación del Consejo General se convirtió en una prueba inapelable de que nuestra sociedad nada tiene de meritocrática y mucho de corporativa, porque los futuros individuales no están determinados por el mérito sino por las amistades, y, desde luego, por las enemistades. Como mamás clasemedieras y rezongonas los partidos parecían repetir machacones: "Dime con quién andas y te diré quién eres".

Iago logró deshacerse de consejeros valiosos y valerosos que habían acumulado experiencia y prestigio profesional, los más de ellos. Renovar la mitad del Consejo General hubiera sido una decisión respetuosa del trabajo que llevaron a cabo con inteligencia, honestidad y dedicación. Mantener a los consejeros más profesionales también habría favorecido a los partidos, porque la decisión ha-bría mejorado su propia imagen pública, habrían aparecido como instituciones responsables, capaces de llegar a acuerdos amplios en relación con asuntos generales que no son ni deben ser partidistas; los partidos habrían demostrado que están efectivamente comprometidos con la continuidad del exitoso cambio político mexicano. Sin embargo, no pudieron resistir la tentación de convertir en botín todo lo que tocan, y aprovecharon la coyuntura de la renovación para saldar viejas cuentas y generar nuevos compromisos.

Para nadie era un secreto que sería muy difícil encontrar a alguien capaz de llenar los zapatos del presidente saliente del Consejo General, Pepe Woldenberg. El único que parece haberse salvado de la garra de Iago. No sabemos cómo lo hizo, cómo logró resistir las presiones de los medios, de los partidos, de algunos consejeros patológicamente tercos que se empeñaban en cuestionar sus decisiones, y que en más de una ocasión con su comportamiento pusieron en tela de juicio ellos mismos la credibilidad del IFE. Lo que sabemos es que Pepe es un hombre justo que supo mantener la paciencia y la sangre fría en momentos muy difíciles para el instituto, y también sabemos que cree firmemente que la democracia es el resultado de un proceso pedagógico; en más de una ocasión Woldenberg fue un maestro claro y tranquilo que repetía sus explicaciones hasta estar seguro de que le habíamos entendido. Con su actuación a lo largo de siete años sentó un estándar profesional tan alto en el IFE que era uno de los problemas de la renovación, y sin la intervención de Iago.

La renovación del Consejo General del IFE exhibió lo peor de los partidos políticos; ahora la única manera de remediar los destrozos es dar por concluido el proceso y mirar hacia delante, reconociendo los justos méritos de los nuevos consejeros. El PRD bien haría en renunciar a la estrategia de Iago, que en su caso ya es una muy mala costumbre, y recurrir a métodos de movilización política más positivos que la denuncia de los supuestos crímenes del otro, como si el vicio ajeno fuera prueba de la propia virtud. A estas alturas esta izquierda tendría que saber que el prestigio de un político no descansa en el desprestigio de todos los demás.

Buena parte de los nuevos consejeros tiene, entre otras, la ventaja de la juventud en relación con los que se van y con las directivas de los partidos. Sin embargo, ni siquiera este rasgo puede ser atribuido a una estrategia positiva de los partidos. Cuando Iago reducía el universo de selección descubriendo relaciones peligrosas a diestra y siniestra, forzosamente se fue obligando a buscar gente con menos trayectoria y en algunos casos curriculum breve o indescifrable. De ahí que el cuestionamiento del PRD de que no satisfacen los requerimientos de ley suene a necedad. Los mismos perredistas crearon las condiciones para que la renovación ocurriera como ocurrió. Si persisten en su estrategia a la Iago vamos a creer que quieren proponer al Mosh para el Consejo General del IFE, y entonces sí, el instituto estaría condenado como Desdémona.

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