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México D.F. Domingo 16 de noviembre de 2003

Rolando Cordera Campos

Los juegos florales

En medio de la tormenta de desinformación que parece orquestada como en los viejos tiempos, el país se acerca al momento de la verdad que cada año revela sus muchas imperfecciones políticas para aspirar a presentarse ante la comunidad internacional como un Estado democrático moderno. Como si se tratase de una de esas maldiciones prehispánicas que tanto irritan a los nuevos criollos, la cuestión fiscal se impone sobre todas las demás y pone en evidencia la fragilidad estructural del conjunto de la formación social mexicana.

Sin un Estado fiscal, capaz de determinar los pisos impositivos y guiar el gasto a fines aceptables, México irá a la deriva. Se trate de la capacidad de endeudarse, captar inversión extranjera directa o vender petróleo o mercancías diversas, todo depende de la fiscalidad que se desvanece con los discursos. Esta es, otra vez, la realidad que se nos presenta este año, a pesar de los dichos inclementes de partidos y gobierno.

Esta vez, desafortunadamente, el dilema se presenta como ultimátum por el gobierno, en voz de los secretarios de Hacienda y Energía, para su propio desdoro y para el deterioro de una política democrática que no acierta a encontrar cauce propicio para desenvolverse como la práctica dominante del poder y de quienes buscan ejercerlo alternativamente. Sin recato, se vuelve al uso desmedido de la publicidad y de la amenaza edulcorada por promesas a cual más increíbles.

Sorprende el uso autoritario, pero alarma más que los partidos y sus legisladores insistan en despreciar su propia tarea representativa y de gobierno, que en una democracia se ejerce desde el poder o de la oposición. Esto afecta al partido que tiene la Presidencia de la República, porque le impide gobernar de modo adecuado, pero también repercute sobre los competidores que aspiran a sucederlo.

De seguir así, los partidos y el sistema político plural que ahora organiza el litigio por el poder de la República llegarán a la disputa de 2006 exhaustos y agobiados por la multiplicidad de compromisos que hubieron de hacer con los poderes, de hecho, para tan sólo tener oportunidad de competir. La democracia se habrá diluido y sólo le quedará a México una poliarquía mercantilizada y sometida al gusto y el mal talante de los dueños de los medios masivos de comunicación.

Una redición más de las repúblicas mal hechas por la globalización que ahora definen el malestar del nuevo milenio con unas democracias apenas saboreadas, incapaces de producir los bienes mínimos para la vida buena.

La cuestión fiscal es de vida y muerte para un Estado y una colectividad como la nuestra. No es cosa de broma ni materia prima para el chalaneo o el chantaje, al que se han dado gozosamente partidos, gobierno y secretarios de Hacienda y Gobernación. Sin un Estado potable financieramente y capaz de poner orden en su gasto, el horizonte no puede ser otro que el desgaste progresivo de los códigos de convivencia en que se ha basado nuestra marcha mediante la adversidad y ahora a partir de una democracia difícil y compleja, repleta de esperanzas e ilusiones. Sin fisco no hay destino y de ello deberían estar plenamente conscientes los partidos, actores por excelencia del drama político democrático.

Que no parezcan dispuestos a hacerse cargo de esta responsabilidad no los releva de ella. En realidad, la hace más grave.

Hace unos días, el destacado columnista financiero de Reforma, Enrique Quintana, intituló su columna "Juegos fiscales". Me temo que pecó de optimista. Estamos ya en juegos florales, rumbo a los terribles juegos floridos en los que primaba lo peor. Sin que el chanel o los buenos vinos puedan evitarlo

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