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México D.F. Domingo 16 de noviembre de 2003

MAR DE HISTORIAS

Send eros

Cristina Pacheco

Delia se quita la chalina y la guarda discretamente en su bolsa. No quiere arriesgarse a que Armando salga del restaurante, la busque y la reconozca por esa prenda extravagante que ella le describió anoche: "Llevaré una bufanda con estampado de tigre y flecos negros".

Recuerda que se rió hasta sofocarse y quedar con la cara empapada en lágrimas cuando leyó en la pantalla de su computadora la pregunta ingenua de Armando: "Disculpa mi ignorancia: Ƒqué son flecos? No quiero equivocarme". Delia le respondió con torpeza: "Hilos que cuelgan". Enseguida aparecieron dos líneas de ja-ja-ja.

La idea de que Armando se sintiera tan feliz como ella ante la perspectiva de encontrarse redobló su ansia de conocerlo: "Yo tampoco quiero equivocarme. ƑCómo podré identificarte?" Armando repitió la descripción de su persona y agregó que vestiría saco oscuro, pantalón gris y, para mayor seña, una manopla de beisbol en la mano derecha.

Por juego, Delia intentó disuadirlo: "ƑNo crees que te verás muy raro? La gente que te mire pensará que estás algo loquito". La respuesta de Armando la emocionó: "Por ti, de ganas de conocerte". Delia escribió: "Me conoces mejor que nadie. Con ninguna otra persona en el mundo -si Marisa leyera esto, se ofendería- he hablado de mis sueños como contigo. ƑNo me crees?"

Armando estaba listo para contestarle: "Sabes que me refiero a otra cosa: necesito mirarte en persona, oír tu voz. Sí, ya sé que hemos conversado mil veces por teléfono, pero eso significa distancia, lejanía". Delia fingió no entender: "Hablas como si viviéramos en dos ciudades distintas. No es así. He llegado a pensar que a lo mejor hasta somos vecinos".

Se estremece al recordar la certeza con que él la rebatió: "No, no: lo sabría. Es más, si mañana no llevas tu famosa chalina con flecos, puedes estar segura de que te reconoceré aunque sólo me hayas dicho que mides un metro con sesenta centímetros, tienes el cabello corto y una cicatriz sobre la ceja izquierda". Ella prefirió interrumpir la conversación: "Hasta mañana". Send.

II

Delia se acerca a la cajera y le muestra el talón del estacionamiento: "Señorita: mi coche. ƑCuándo me lo traerán? Llevo cinco minutos esperando". La joven le responde indiferente: "No es la única clienta. Otras personas llegaron antes que usted y también tienen prisa". Delia no puede contenerse: "Pero me urge Ƒno entiende?" Suspira al ver su automóvil con la portezuela abierta. Rápido le entrega la propina al chofer. La moneda cae al suelo pero ella no se disculpa.

El reloj en el tablero marca las 7:15. Está en el límite. Podría volver a estacionarse y entrar en el restaurante disculpándose: con el desorden que hay en la ciudad, ya nadie es puntual. Quince minutos de retraso no necesitan explicación; sin embargo, ella podría argumentar: "Armando, perdóname. Los semáforos de Insurgentes no funcionaban y había un choque tremendo en el Circuito". En fin, qué importa. Podría decirle cualquier cosa menos la verdad: "Al verte, me acobardé, me sentí desilusionada". ƑLe dirá lo mismo a Marisa cuando la llame? Prometió hacerlo en cuanto se despidiera de Armando.

Se pregunta cuánto tiempo habría durado ese primer encuentro. Por lo general sus chateos con Armando se prolongaban más de una hora. Anoche conversaron dos horas. Delia no se habría dado cuenta si a las once Marisa no la hubiese llamado: "šLlevo siglos marcando tu teléfono y ocupadísimo! Me imagino que estabas en internet con Armando. ƑEn qué quedaron?"

Le respondió que habían decidido conocerse. Su amiga adoptó un tono maternal: "Ten cuidado. No te hagas ilusiones. Lo digo por experiencia: chateando se hacen los Juan Camaney, pero a la hora de la hora resultan ser Memín Pinguín". Delia se inquietó: "ƑY si soy yo quien lo decepciona?" Marisa fue cauta: "No veo por qué, a menos que le hayas dicho que te pareces a Penélope Cruz". Delia suspiró: "ƑTe imaginas lo que se sentirá ser tan bonita?"

Marisa se enfrascó en un larguísimo monólogo acerca de la banalidad de la belleza y la desdicha que suele acompañarla: "En serio. Esas mujeres están condenadas a la soledad y nunca son felices. ƑNo me lo crees? Revisa cualquier número de Hola y verás que no te miento. A las superestrellas les suceden cosas tan horribles que acabo diciendo: Gracias, Dios mío, por haberme hecho tan normalita".

Delia volvió a su tema: "ƑQué me pongo mañana?" Marisa fue práctica: "Acuérdate, mi vida: la que no enseña, no vende. Sí, ya sé que a él le gusta muchísimo tu forma de pensar, pero también debes ponerle sabor al caldo. Que conste: no te aconsejo que vayas escotadísima. Nada más digo que te pongas algo lindo, ligero". Delia le recordó que las noches ya estaban muy frías y Marisa soltó la carcajada: "No estás pensando en llegar al restaurante envuelta en una cobija, Ƒverdad? En tu caso me pondría suéter pegado, falda larga y...." Delia le interrumpió: "ƑY mis botas?"

Marisa se precipitó a responder: "Pues sí. ƑPor qué no? Siempre las usas. Son bonitas y lo importante es que tú estés cómoda, por si a él se le ocurre invitarte a caminar. Me late que será un encuentro muy romántico". Delia confesó que jamás se había sentido tan joven, tan ilusionada: "Con decirte que rezo para que las horas pasen rápido y pueda encontrarme con Armando". Marisa le preguntó cómo iban a reconocerse. "Llevaré mi chalina de flecos: Armando, pantalón gris y saco oscuro..." "Desde luego, para lucir su melena castaña y sus ojos..." "ƑDe qué color te dijo que los tiene?" "Verdes".

Por la intensidad, la respuesta parecía el desahogo de una emoción incontenible. Marisa se conmovió: "Estoy feliz de que tú y Armando vayan a conocerse; pero prepárate por si algo raro sucede".Aunque conocía bien los temores de Marisa, Delia le suplicó que fuera más explícita: "A lo mejor Armando no mide uno noventa, no tiene espaldas anchas ni ojos verdes, y sólo se describió así para gustarte. Muchos hombres cometen ese pecado venial y hasta cierto punto es lógico. Pero hay otras cosas donde la verdad es básica: Ƒquién te dice que Armando no es casado?" Delia dudó: "El". Marisa la acusó de ingenua: "No puedes creerle todo lo que ha dicho. Habrá cosas que sean ciertas y otras no".

Delia aceptó que ella también había considerado esa posibilidad pero, en vez de confesárselo a su amiga, le preguntó cómo imaginaba que Armando era en realidad: "ƑEn lo físico? No muy alto pero de buen cuerpo, moreno, de ojos grandes cafés. Digamos: común, pero en el buen sentido".

Delia quiso saber en qué se basaba su amiga para sacar semejante conclusión: "Si realmente fuera como te ha dicho, hace tiempo te habría propuesto que se conocieran." Delia fue sincera: "Lo hizo, pero me resistí: temía que, al verme, se decepcionara y no volviera a comunicarse conmigo". Marisa le recriminó su inseguridad: "En ese caso, habría demostrado que es un estúpido que no te merece. Y otra cosa: deja de creer que sólo porque llevas una bota ortopédica eres inferior a otras personas".

Delia la interrumpió: "No le he mencionado eso. ƑCrees que hice mal?" Otra vez Marisa se tardó en responder: "No, porque dudo que lo hayas hecho para engañarlo. Tranquilízate, él comprenderá". Delia agradeció la solidaridad de su amiga y se despidió prometiéndole que la llamaría en cuanto volviera a su casa.

Está a punto de llegar. Delia mira el reloj en el tablero: 8:10. Esperará hasta las once para decirle a Marisa que acertó en sus juicios acerca de Armando. Será fácil convencerla de que él resultó de estatura mediana, moreno y casado. Después vendrá lo más difícil: convencerse a sí misma de que eso es verdad. De otro modo no podrá justificar su huida ante un hombre extraordinariamente apuesto. Send.

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