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México D.F. Domingo 23 de noviembre de 2003

Juan Saldaña

Aniversario

De igual manera que muchos otros hechos de la República, la efeméride llegó y se fue con ninguna pena y, por supuesto, con mucha menor gloria. Fue el nonagésimo tercer aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, evocada apenas la semana que hoy concluye, y que no logró evitar esa extraña liturgia que convierte el recuerdo de nuestro gran movimiento social en una asonada del deporte oficial.

Ni los más acusados abandonos oficiales pueden evitar que el juicio maduro de historiadores y analistas consagren a la Revolución Mexicana como el primer gran movimiento social del siglo XX.

Nuestro pueblo, eterno constructor de caminos, inició la Revolución en 1910 como asonada contra la dictadura, pero fue convirtiéndola sobre la marcha en un gran movimiento social que sumó voluntades y entendimientos, cautivó heroísmos y, sobre todo, inmoló vidas para el seguimiento y alcance de sus propósitos reivindicatorios.

Fue sin duda la lucha por la tierra la que convirtió al movimiento popular en gran revolución social. En efecto, la causa que corresponde encabezar a Emiliano Zapata y que lucha, por primera ocasión, de manera evidente por la propiedad social de la tierra y por la libertad para trabajarla, constituye la piedra de toque que convierte a la rebelión popular en gran revolución social.

Casi tres cuartos de siglo de gobiernos emanados del sistema político que la Revolución Mexicana armó y sostuvo nos han heredado, desde luego, un universo multiforme de percepciones, tesis, prolijas armazones interpretativas y, en el menor de los casos, espesos recorridos seudohistóricos que narran los hechos, los interpretan, los reinterpretan, en casos los maquillan y adoban para que el destinatario de sus análisis cuente con materia prima para un juicio histórico conveniente para los intereses del poder.

Tal constituyó el telón de fondo de buena parte de la historiografía oficial de las recientes décadas. Gigantesco movimiento involutivo, esa historia de la Revolución Mexicana prácticamente devoró la realidad revolucionaria, lo que permitió al pueblo autor del movimiento sólo el acceso parcial y dirigido a esa versión.

Este proceso de amordazamiento de las versiones directas de alto valor testimonial sobre los hechos y la trascendencia del movimiento social fue lento y prolijo. Se dio por impulsos que obedecieron a las conveniencias e intereses de cada etapa. Dos grandes versiones de la Revolución Mexicana se destacan: la del cardenismo que insiste en los logros sociales, así como en las urgencias para la organización social productiva, y la del alemanismo que enfatiza en las posibilidades de avance productivo sin que importen tanto renglones como la propiedad de la tierra, la seguridad jurídica del campesino y el avance de los programas sociales.

En la misma medida que el discurso revolucionario se deteriora en estas décadas, el mensaje agrarista se diluye; el gran aparato corporativo creado por el gobierno para manejar la problemática agraria se erosiona y el manejo real de la economía del campo va siendo entregado, una vez más, a los cacicazgos del más puro cuño porfirista, pero hábil y oportunamente maquillados de recursos tecnológicos para la producción y apoyos financieros fincados en su habilidosa asociación con empresas trasnacionales del ramo.

Lenta y calladamente el Estado mexicano renuncia a su legítima presencia en las cuestiones del campo al romper, por intención o por abandono, sus vínculos de comunicación e interacción con los campesinos reales que son siempre los campesinos pobres y sin tierra.

Nada más ajeno a la voluntad de este escribidor que subsumir en apenas unas pocas líneas la larga y prolija historia del agrarismo mexicano, pero se antoja necesaria la alusión si de aniversarios hablamos, sobre todo si evocamos a la Revolución Mexicana como invitada de honor en cualquier 20 de noviembre. Porque la Revolución Mexicana fue la revolución de los campesinos mexicanos. Porque lo fue y el desamparo y la miseria continúan rodeando la existencia de éstos.

Porque la Revolución Mexicana existe y se legitima como referencia histórica, pésele a quién le pese, como movimiento reivindicador. Más allá de entendimientos de políticos tempranos. Más allá de marbetes de regímenes adversos. Más allá de todo eso.

Y la Revolución Mexicana fue la revolución del campo mexicano, por sobre todo, inclusive sobre los aniversarios deportivos oficiales.

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