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México D.F. Domingo 23 de noviembre de 2003

Angeles González Gamio

Homo sapiens y homo Sanborns

Son las dos clases de hombres que existen en México, según Andrés Henestrosa, el adolescente eterno, pleno de vivacidad, talento y sentido del humor, quien desde hace más de 70 años desayuna diariamente en ese lugar. El, al igual que muchos otros, ha convertido al restaurante Sanborns que se aloja en la hermosa Casa de los Azulejos, como se conoce desde hace años al antiguo palacio de los condes del Valle de Orizaba, en su lugar de reunión; unos clientes son de todos los días, otros semanales y los hay de cada mes y eventuales.

Ahora que Sanborns cumple 100 años de vida vamos a recordar un poco de su historia; la primera construcción se hizo a mediados del siglo XVI, siendo a finales del mismo cuando la adquirió don Nicolás de Vivero y Suárez de Peredo, tercer conde del Valle de Orizaba. Cuando era dueña de la mansión su descendiente María Graciana, quinta condesa, se mandó recubrir la fachada con azulejos.

Sobre esto hay varias versiones, aunque lo único cierto es que se llevó a cabo en el siglo XVIII. Se dice que la condesa estuvo casada con un poblano, de quien enviudó, y al regresar a la capital decidió rehacer la mansión y como homenaje al difunto la cubrió totalmente del vítreo material, característico de aquella ciudad. Otra leyenda sostiene que el hijo era un tarambana y que el padre sentenció: "Tú nunca harás casa de azulejos"; a la muerte del progenitor el joven rectificó el camino y para reivindicarse llevó a cabo la magna obra.

En el siglo XIX la adquirieron familias porfiristas, para finalmente en 1881 convertirse en la sede del exclusivo Jockey Club. Para ese fin, las amplias habitaciones se convirtieron en sala de armas, fumador, gabinete para la siesta (sana costumbre que se ha perdido), boliches, salones de lectura, de conversación, billar, baños "de agua caliente y fría" y comedores donde se disfrutaba de las especialidades de la cocina francesa.

A principios del siglo pasado don Porfirio mandó ampliar la avenida 5 de Mayo, que llegaba hasta la calle de Bolívar, destruyendo el magnífico Teatro Nacional, que construyó el gran arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Su idea era hacer una amplia vía que desembocara en el nuevo gran Teatro de las Artes, ahora Palacio de las Bellas Artes, todo ello como parte de su programa de modernidad urbana, que lo llevó a realizar obras como el Palacio de Correos y el de Comunicaciones.

Al abrir el nuevo tramo de 5 de Mayo, los dueños de la Casa de los Azulejos decidieron ampliarla y solicitaron al arquitecto Guillermo Heredia que llevara a cabo la obra; él copió, prácticamente idéntica, la fachada original, con tanta maestría que pocos se percatan de que esta parte es nueva. Ahí los emprendedores hermanos Sanborns, de origen estadunidense, instalaron en 1919 una farmacia que después se amplió a cafetería y finalmente a lo que ahora conocemos.

Por esa época se realizaron las románticas pinturas murales que muestran jardines, flores, fuentes y aves exóticas que ya son parte de la personalidad del suntuoso patio, que mezcla el barroco con lo morisco. En el costado norte se desplanta una escalera monumental con lambrines de azulejo, que ostenta en el descanso, curiosamente en el acceso a los sanitarios, uno de los mejores murales de José Clemente Orozco: Omniciencia, el cual pintó, según explica en la obra, "por orden de su admirador Francisco Sergio Iturbe, en 1925", quien fue dueño un tiempo de la lujosa mansión, bien llamada palacio por algunos.

Muchas generaciones de mexicanos y extranjeros se han solazado en la Casa de los Azulejos, que es ya parte de las tradiciones del Centro Histórico: los atuendos "tipo mexicano", que ya son clásicos en las meseras; su invento culinario, las enchiladas suizas; su rollo de helado y el buen café han sido degustados por el grupo consuetudinario de los abogados, el de los periodistas, los banqueros que laboran enfrente, en el Banco de México, los políticos, los escritores y los de "todo un poco", como el que integraron durante muchos años Adrián Lajous, Catita Sierra, Gustavo Romero Kolbeck, Margarita Peimbert, Juan Sánchez Navarro, El Duque de Otranto, Guadalupe Rivera, Jorge Leypen Garay y Edmundo Flores, entre otros que todos los viernes se deleitaron, como aún lo hacen muchos, con un rico desayuno y la suculenta plática, durante la cual se resuelven todos los problemas nacionales y uno que otro del resto del mundo.

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