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México D.F. Domingo 23 de noviembre de 2003

Antonio Zúñiga

ƑDe qué vive un dramaturgo?

Contestar a esta pregunta implica ponerse, inmediata e inevitablemente, frente al muro de las lamentaciones. Y por supuesto que en estos tiempos lamentarse por las respuestas a nuestras necesidades económicas es muy necesario, pero no es interesante. Esa es la pura verdad. A nadie le importan las precariedades económicas de nadie. Y por otro lado, creo que esas precariedades son muy parecidas entre la mayoría de los artistas en México. Sobre eso ya se ha escrito mucho aquí las semanas recientes. Al igual que a poetas, músicos o pintores, a los dramaturgos nos va como en feria, pero de las ferias a las que se asiste sin un peso en la bolsa. Entonces, es por lo menos ocioso lamentarse por lo mismo. ƑPara qué ponernos a cantar esa canción tan triste? Sobre todo si a nadie le importa. Porque a decir verdad, no nos importa ni a nosotros, los dramaturgos. Pero, si ya estamos frente al muro de las lamentaciones y si a él asistimos para llorar con la esperanza de encontrar un eco que mitigue el dolor por existir, habría que hacerlo por algo que sea fundamental. Por ejemplo: por la condición actual de la dramaturgia mexicana. Convendría preguntarse una y mil veces hasta encontrar la respuesta: Ƒde qué vive en estos días la dramaturgia en México? Sobre todo la que hacemos los jóvenes.

Habría que analizar qué hacemos los jóvenes artistas para dar vida a la dramaturgia mexicana. Porque en los años 70 y 80 la dramaturgia mexicana gozaba de cabal salud. Fuerte y robusta, se nutría y producía como nunca, sobre el papel y sobre el escenario. Textos y montajes dieron de que hablar y sobre todo de qué pensar. La dramaturgia se veía tan sana que incluso se le llamó nueva: La nueva dramaturgia mexicana. Tan sana estaba que todos creímos que quedaría así para siempre, prohijándose en más y mejores dramaturgos, en más y mejores montajes, en más y mejores críticos, en más y mejor conciencia nacional. Pero para nuestra desgracia, en los años 90, tras la proliferación escritores, la salud de la dramaturgia (y tal vez del teatro) entró en una renovada crisis. Y desde entonces nada hemos hecho los llamados integrantes de la novisísima dramaturgia para darle vitalidad y fuerza, ni siquiera para darle oxigeno, mucho menos para sostenerla en el nivel que la mantenían nuestros dramaturgos anteriores.

En estos años sobran plumas y falta calidad. Si la calidad de la dramaturgia se fundamenta en su capacidad para producir cambios y reflexión en el espíritu y conciencia nacionales. Ahora hay muchos escribientes, pero muy pocos dramaturgos. Flaco favor, pues, para la dramaturgia mexicana. La realidad, o más bien las nuevas políticas de inclusión masiva, imponen esa desfavorable -al menos para la dramaturgia- condición: ahora es muy fácil llevar un texto al escenario. Los espacios se vuelven múltiples: ''todo cabe en un teatrito sabiéndolo acomodar''. Los criterios de selección se vuelven laxos y las exigencias mínimas. Hay que darle a todo y a todos. Hay que repartir mucho aunque rinda poco. Es la política que impone la democracia, no necesariamente útil para la dramaturgia. Tal vez buena para mantener satisfecha a las mayorías, pero no para mantener con vida a la dramaturgia o al teatro.

El signo más elocuente de esta decadencia es la falta de reflexión respecto de lo que sucederá con la dramaturgia mexicana en los años siguientes. Se escribe mucho, pero nunca de ella; se publican revistas en las que se escribe de todo -de chile y de manteca-, inclusive de los nuevos (novísimos) dramaturgos, pero nunca de la dramaturgia y su situación actual y futura. Se realizan encuentros en los que se anuncia la reflexión de la dramaturgia contemporánea, y se llega ahí para contemplar en nuestra tristeza la alegría con la que vive, rozagante, la dramaturgia canadiense, que ha hecho en los 10 años pasados justo lo que nosotros hemos dejado de hacer en el mismo periodo: hablar de nosotros, de nuestra sociedad y de nuestros mundos grandes y pequeños. Quiero decir: de nuestra mexicanidad actual y futura, con sus matices y características propias del tiempo y el espacio que vivimos. Es decir, alimentar nuestra dramaturgia hablando de nosotros, en el aquí y en el ahora, por medio del teatro. Se hace nueva crítica, si se le puede llamar nueva crítica, a las crónicas y reseñas que los nuevos críticos publican en periódicos de gran circulación en los que, cuando mucho, llegan a hacer un recuento de los montajes presentes; en los que a lo más que se atreven es a hablar con las tripas para denostar o aplaudir a rabiar lo que sí les gustó, o lo que escriben sus maestros, sólo sus maestros y compañeros de taller. Pero de la dramaturgia que queremos y necesitamos, nada.

Se forman grupos de jóvenes dramaturgos con títulos pomposos y discursos atrayentes, y se emplaza a reuniones para romper con ellas a la primera provocación personal. Se demuestra con ello que no hay reunión eficaz, realmente seria, para hablar de la dramaturgia, sino para asistir a la ilustración moderna de las vanidades, que ni a feria llega. Las dramaturgas también se juntan para hablar, en reuniones que catalogan ellas mismas de femeninas, pero hablan más de su situación generacional, es decir, de su condición desfavorable que les impone el género, que de aquella otra, que siendo más importante también es femenina: la dramaturgia.

Siempre en los extremos, siempre sin reflexión, siempre actuales, los síntomas fatales de nuestra dramaturgia se hacen visibles en todos los aspectos del teatro. A los jóvenes escenógrafos poco les importa esa rareza que se llama dramaturgia. ƑPara qué, si lo que menos importa sobre el escenario es lo que se dice a través de la palabra? Lo que importa es oír hablar al decorado. Si tiene una luz que lo realce mejor. A los vestuaristas ni se diga: mientras se tenga a una estrella de cine o de televisión que vestir y que pague bien, Ƒpara qué meterse con el teatro y mucho menos con la dramaturgia? ƑY los directores jóvenes? Hasta donde alcanzo a ver sólo intentan hacer -para desgracia de la dramaturgia- lo que no saben hacer: escribir. ƑPor qué mejor no quedarse dirigiendo? Eso sería mejor, ya que dirigiendo son muy buenos, inclusive para improvisar. Habría que aceptar con dolor que en México entre más se escribe teatro menos se dice desde el teatro. Sobre todo si se insiste en hablar de todo sin querer decir nada. Algo cierto es que el teatro puede vivir ahora, aun sin la dramaturgia. Lo que no sabemos es por cuánto tiempo más. ƑNo será que a los dramaturgos jóvenes nos toca tomar la estafeta para dar aire más nuevo a la dramaturgia mexicana de hoy?

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