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México D.F. Domingo 4 de enero de 2004

Jenik Radon y David Onoprishvili*

Rescatar Georgia

Este año Georgia recibirá tarde su regalo de Navidad y Año Nuevo, pero la espera valdrá la pena, pues los comicios para elegir a un sucesor del presidente Eduard Shevardnadze, previstos para el 4 de enero de 2004, ofrecen al país su primera esperanza real desde la independencia, en 1991. Una pacífica "revolución rosa" lo ha propiciado, pero la economía, no la política, será la que determine si el país prospera o soporta otro decenio perdido.

El tiempo de Eduard Shevardnadze había pasado hacía mucho. A principios del decenio de 1990 sacó a Georgia de la guerra civil, pero después la mantuvo unida enfrentando a un clan poderoso contra otro. Durante los 10 años en que ha ocupado el poder, la economía se ha hundido y centenares de miles de sus compatriotas más capaces han emigrado.

El primer mandato de Shevardnadze aportó, en efecto, un código liberal para las inversiones extranjeras y la fundación de un Estado basado en el imperio de la ley. Entraron inversiones -en particular en el sector energético- a raudales, pues las empresas occidentales esperaban que, en vista de los depósitos de petróleo y gas en su vecino Azerbaiyán, los hubiera también en Georgia.

Shevardnadze alimentó también el sueño de Georgia de ser puente liberal en materia de transporte y energía para Occidente. Un consorcio de empresas petroleras internacionales construyó el oleoducto Bakú-Supsa para exportar el petróleo azerbaiyano a Occidente, pasando por el mar Negro. Otro consorcio empezó a construir oleoductos y gasoductos, con un costo de miles de millones de dólares, desde Azerbaiyán hasta Turquía y Occidente, pasando por Georgia.

Pero esas inversiones no crearon una lenta, pero segura, corriente económica. La gente sobrevive aquí con unos pocos dólares al día. Los oleoductos y gasoductos son conductos de transporte, no auténticos empleadores. Además, la recompensa para Georgia por brindar una ruta estratégica para la exportación del petróleo azerbaiyano a Occidente no fueron dólares, sino una póliza de seguro diplomática, es decir, la preocupación occidental -en particular de Estados Unidos- por la seguridad de los oleoductos y gasoductos.

Otros inversionistas extranjeros se mantuvieron distantes, porque Shevardnadze se hizo de la vista gorda ante la corrupción. De hecho, el grupo de vigilancia Transparencia Internacional considera a Georgia una de las 10 naciones más corruptas del mundo. El estado de derecho que Shevardnadze prometió existió sólo en el papel.

Adoptar una postura contra la corrupción es tarea decisiva para la dirección reformista de Mijail Saakashvili, abogado que estudió en la Universidad de Columbia; Nino Burjanadze, jefe de Estado en funciones y presidente del Parlamento, y Zurab Zhvania, también antiguo presidente del Parlamento. Todos ellos son jóvenes, tienen mucha energía y carecen de los hábitos soviéticos.

Mejor aún: no deben nada a los antiguos ocupantes del poder en Georgia. De hecho, ese grupo recuerda a los jóvenes de veintitantos y treinta y tantos años que tomaron el poder en Estonia en 1991 y guiaron con éxito a ese país ex soviético hasta la adhesión a la Unión Europea.

La tarea primordial que les incumbe es la de reinventar Georgia como nación libre de corrupción. De lo contrario, los inversionistas extranjeros pondrán la vista en otras naciones y los nacionales seguirán ocultando su dinero fuera del país.

Los que robaron deben ser juzgados para enviar la señal concreta de que ha despuntado una nueva época. Por último, se debe regular con hechos, y no sólo en el papel, el monopolista sector energético nacional.

Igualmente importante y necesaria es una disolución burocrática. Georgia debe adoptar el modelo de Singapur y crear una pequeña administración profesional y (relativamente) bien pagada.

Pero, para pagar salarios decorosos a los burócratas gubernamentales y a los jueces honrados tiene que haber ingresos fiscales. Se debe recaudar rigurosamente el impuesto al valor añadido y otros gravámenes indirectos. Un impuesto sobre la renta sencillo y uniforme incrementaría también los ingresos, como ha ocurrido en Rusia.

Más problemático resulta garantizar la estabilidad interior. Hay que hacer las paces con las tres regiones de Georgia semindependientes de facto. Se debe hacer realidad las disposiciones de la Constitución georgiana que conceden derechos autonómicos a esas zonas. Si no se resuelve ese problema, los inversionistas extranjeros -por no hablar de los turistas- seguirán considerando a Georgia inestable y se mantendrán alejados del país.

Rusia sigue siendo la clave. Como autora de la destitución de Shevardnadze, parece por fin interesada en una Georgia estable. Ese nuevo interés ruso brinda una oportunidad que no se puede desaprovechar y se debe ensayar, pero sólo mediante presiones estadunidenses se podrá persuadir de verdad a Rusia para que cumpla su compromiso de retirar su tropas de Georgia y dejar de prestar apoyo a los separatistas.

Si los nuevos dirigentes no reavivan el país económicamente y aprisa, resultará realzado el mítico atractivo de un dirigente autoritario y la democracia desacreditada. Para prevenirlo, será necesario un apoyo sostenido de Estados Unidos y la comunidad internacional.

Una vez más, Estados Unidos debe participar en la creación de la nación y no debe escatimar medios para ello. Sencillamente, Georgia no recauda -ni puede recaudar- impuestos suficientes para llevar a cabo esa tarea por sí sola. Necesita apoyo presupuestario internacional para las actividades, los salarios y los servicios básicos. Dicho apoyo debe estar condicionado a un demostrado logro de avances. Un Plan Marshall georgiano, con un proyecto estratégico de desarrollo económico y jalones específicos, resulta prometedor porque el gobierno podría formular y ejecutar un programa viable y estaría deseoso de hacerlo.

A algunos donantes podría parecerles que no merece la pena sufragar el costo que entraña Georgia, pero una democracia próspera en ese país tendrá por fuerza efectos indirectos en sus vecinos: Azerbaiyán y Armenia. ƑAcaso hay una forma mejor -y más rentable- de asegurar los gasoductos y oleoductos transcaucásicos que la legitimidad democrática? Pero, si en 2004 los georgianos pasan tiritando otro invierno sin medios energéticos, podrían perfectamente perder la paciencia... y su confianza en la democracia.

Es así de sencillo. Georgia puede ser un dominó democrático en el Cáucaso, pero sólo con apoyo y compromisos internacionales. La creación de la nación tiene un precio... en tiempo, dinero y esfuerzos. No hay atajos. No se debe permitir que la "revolución rosa" muera en su germen.

*Jenik Radon fue el principal negociador por Georgia en las transacciones sobre el oleoducto BTC y el gasoducto del Cáucaso meridional, y ahora es profesor en la Universidad de Columbia. David Onoprishvili es un antiguo ministro de Economía y Hacienda de Georgia y ahora es profesor de la Universidad Vanderbilt

 

© Project Syndicate, diciembre 2003.
Traducción: Carlos Manzano

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