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México D.F. Domingo 4 de enero de 2004

Rolando Cordera Campos

(In)feliz año

Termino el año calendario, pero no la crisis de arranque de milenio. Sin perturbarse, diputados y senadores a una rindieron tributo a los fundamentos de la liturgia del secretario de Hacienda y lo declararon presidente económico de México. Sólo resta que se nos proponga una regencia y que su Alteza Serenísima cambie los colores de la bandera. Nada bueno se avecina, salvo que desde fuera se nos lleve a traspasar la ola depresiva y empecemos a navegar por otro rumbo. Por lo pronto, hagamos votos porque el Congreso se mantenga y el gobierno se entretenga sin añadir una iniciativa más al arcón de las malas ocurrencias en que se ha convertido nuestro foro público democrático.

No dejaron los legisladores señal alguna de que ellos, sus asesores y sus dirigentes en los partidos, se hacen cargo de la gravedad de la situación en que desde el punto de vista fiscal dejan al país para el despegue del cuarto año del gobierno del cambio. La curva de aprendizaje de éste parece más bien una curva asintótica, fatalmente en paralelo al subsuelo de la gestión pública y el desempeño económico. Lo malo es que no se ve relevo viable, no se diga alentador, en el horizonte.

El mero hecho de que todo se haga, o diga hacerse, con la mira puesta en 2006 es síntoma claro de este achatamiento brutal de la política democrática. Lo que ocurre en la política económica es más que nada un síntoma perverso de lo anterior.

Se vive el revés de la promesa de que fueron portadores el cambio político y la victoria del pluralismo. En la disputa abierta por el poder, los objetivos nacionales y los proyectos históricos han sido desplazados por la ambición ramplona y la confusión banal. Se cae en la peor de las miopías y se piensa que acudir diario a los tribunales es señal de vida cívica y de renovada fe en la justicia. Sin embargo, es claro que por ese camino no habrá revolución alguna de los juristas y sí la sorda imposición de los poderes fácticos a lo largo y ancho del Estado y la República. La gran transformación prometida por el presidente Fox se transformó a su vez en gran decepción y en un enorme desorden mental. Es un desorden que contamina y no admite vacunas a última hora. El rejuego de algunos diputados con el presupuesto, por ejemplo, no es muestra de habilidad cabildera o de la añeja malicia campirana que tanta celebridad le diera a algunos personajes de la picaresca revolucionaria, sino señal clara de ignorancia supina de las normas más elementales del juego parlamentario y de las reglas de oro del Estado fiscal que ellos violentan y reducen todavía más de lo que está.

En política todo se vale, dijo alguna vez un demócrata de cubículo y mala lectura de Maquiavelo, pero nunca se imaginó que le tomarían la palabra los de la coalición de amigos y que de la alternancia emergieran gobernantes y legisladores dispuestos a poner en entre dicho todo, a subvertir los principios del buen gobierno y del estado de derecho, haciendo de la divisa histórica del bien común y de la patria ordenada y generosa motivos para gracejadas de mal gusto del 28 de diciembre. Pero todo se vale, repiten desde Palacio, Insurgentes Norte, las guaridas sindicales.

Desarmado entra México a 2004, sobre todo si se piensa en las grandes turbulencias que le esperan al mundo real de la seguridad global manejada por los tough guys de Bush y sus émulos vernáculos. Larga y tortuosa la vereda pendiente, pero más ominoso el hecho de que la agenda se ha perdido y que la superación de los enormes problemas agravados por la larga recesión quiera una vez más dejarse a la mano invisible de una providencia manca. Confundir para dirigir, parece ser la consigna. Discutir el tema de la energía o la infraestructura, por ejemplo, se interpreta como escribir los términos del contrato de venta de Pemex o del mercado eléctrico por venir. Reflexionar sobre la tragedia estruendosa de la educación pública se ve como cercar a la universidad pública, abatir sus mermadas capacidades de recepción y educación de los jóvenes, destinar a la mayoría de éstos a una primaria eterna. Hacerse cargo del grave déficit de la salud pública y la seguridad social, se entiende como lanzar al vacío de la incertidumbre y el temor a millones de supuestos asegurados, cientos de miles de pensionados a medias (si acaso), a mayorías sin acceso a los hospitales que no tienen gasas ni aspirinas. El catálogo puede seguir y debería dar la pauta para un coloquio de emergencia antes de que el invierno se vaya. Quién convoca y cómo se hace sigue como pregunta escrita en la arena. Los pilotos siguen de aprendices, se nos ha dicho desde Los Pinos; lo malo es que el avión despegó y su automático se ha oxidado.

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