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México D.F. Viernes 9 de enero de 2004

Reclusos participan en el decimoprimer Festival Hispanoamericano de Pastorelas

"Estamos privados de nuestra libertad, pero no del pensamiento"

Intervienen en el encuentro mil 400 internos que purgan penas en 40 prisiones de 12 estados

ARTURO CRUZ BARCENAS ENVIADO

Tlaxcala, Tlax., 8 de enero. El ruido de un cerrojo, luego otro... y otro... Se avanza por pasillos estrechos y laberínticos, y el ruido del metal se mete en la memoria, se graba para siempre. Es la cárcel con sus muros altos, coronados con alambres de púas. Ha comenzado el calvario y en adelante el golpeteo de las macanas en los barrotes será el preámbulo de la orden para levantarse, pasar lista a-las-cinco-de-la-mañana-de-cada-día. ''Cuando sales libre te despiertas a esa hora y tu esposa, si es que no te ha abandonado, te abraza y te dice que estás en casa".

Son las palabras, subrayadas una y otra vez, de los presos del Centro de Readaptación Social (Cereso) de Tlaxcala, que presentaron el miércoles la obra Un lugar llamado Belén en Tlaxcala, con la que participan en la categoría Pastorela Penitenciaria en el decimoprimer Festival Hispanoamericano de Pastorelas, impulsado en su organización por el joven Arturo Morell, quien con ánimo idealista, dirían los filósofos, o guajiro, opinaría el vulgo, ve en tales propuestas escénicas un apoyo para que los reos cambien "su corazón" y no delincan más.

En la categoría intervendrán unos mil 400 reclusos que purgan penas en 40 prisiones de 12 estados del país. El encuentro incluirá actuaciones en cinco centros federales donde no sale ni entra una mosca -dicen-, como La Palma, Puente Grande y la Colonia Penal Islas Marías.

Convidados a la representación

La escenografía es austera -tres telones a lo largo-, como en festival de primaria. En primera fila, el gobernador tlaxcalteca, Alfonso Abraham Sánchez Anaya, quien luego inauguraría oficialmente el festival; diversas autoridades penitenciarias, mandos militares y abogados, quienes lucen en el pecho cadenas con dijes que denotan sus creencias: la Santa Muerte o las cruces cristianas, por ejemplo. Y los llamados jefes, que portan cuatro o cinco aparatos de comunicación, ajustados al cinto.

Entra el gober y los guaruras vigilan a cierta distancia. Hablan a través de micrófonos apenas perceptibles ocultos en sus solapas. Una valla de custodios divide el sillerío. Al frente, los invitados especiales; atrás, los ''colegas'' de los "actores", que ese día no jugarán basquetbol o futbol en ese patio convertido en espacio escénico, pero en cambio presenciarán el drama divertido inventado por Ricardo Cortés, a quien "el arte" le ayuda a pensar en otras cosas que no sean el encierro.

Para el respetable estarán los baños que usan los presos a diario, sin puertas ni lujo.

De los 448 penales que existen en México, el de Tlaxcala es de los pocos que no están sobrepoblados, a pesar de que éste es uno de los seis estados donde la edad penal se estableció en 16 años. Con el otro, el de Apizaco, no se rebasan los mil internos. Se ufana el procurador general de Justicia, Rutilo Solís Alonso: "Por cuarto año consecutivo, Tlaxcala es el estado con menor comisión de delitos".

Comienza la pastorela y Solís la ve como "algo bueno, porque a los internos se les ofrece un espectáculo que los motiva a reformarse. Las cárceles no deben considerarse sórdidas, tenebrosas. Pastorelas como esta les ayudan a soportar el tiempo".

Corren las escenas hundidas en la eterna lucha del bien contra el mal. El maniqueísmo pisa ese Cereso que las autoridades cuidan con esmero. Desde las torres, policías están con ojo avizor. ''Cuando sales sientes que todo el tiempo te están observando, hasta en el baño''. ''Aquí no hay autogobierno; aquí hay autoridad, orden". Este es el Big Brother real. Miran decenas de presos desde sus celdas; levantan sus cabezas cual hipopótamos en el río.

La pastorela será una farsa de todo lo que rodea a los presos en suelo tlaxcalteca. El Diablo y el Arcángel son llevados al "bote" por andar chupando en vía pública; les aplican el pulcómetro. María ya no es virgen porque trabaja en un antro llamado Belén; la embaraza José, asiduo del sitio, donde predomina el table-dance. Los borregos son parroquianos.

Treinta y dos "guardados" han preparado esa obra durante dos meses. Se visten de ángeles, lobos, secretarias; a dos gay les toca hacerla de trabajadoras sociales, que en la trama existen por la pluma de Ricardo Cortés, que no desaprovecha la oportunidad para hacer mofa de los "lic" presentes, que al ser aludidos por los "actores" arrugan la cara. Tienen que aguantar vara.

"Estaremos privados de nuestra libertad, pero no del pensamiento", pronuncian al unísono. Se alarga la pieza teatral en el mundo del encierro por espacio de hora y media. "En los cinco años de gobierno del doctor Sánchez Anaya no hemos tenido una fuga, un motín, un homicidio o lesionado grave; es más, uno de los internos se acaba de graduar de ingeniero agrónomo", dice la autoridad.

Ríe el gober. Suelta carcajadas. Lo mismo los directores de los penales tlaxcaltecas. Escena tras escena.

El preso-actor Enrique Jiménez, de 21 años, quien hace de "Malhechor... perdón... de Melchor", dijo que para él el encierro "es más bien como una reflexión, una experiencia de la vida. Me acusan de robo, pero no es cierto. El licenciado me dice que quizá me vaya pronto".

Humberto Quiterio Hernández, de 25 años, lleva cuatro meses "en cana" y la hace de secretaria, muy cachonda y oronda, minifalda verde, muslo al aire, pantorrilla y chamorro, aguayón. Nada de crisis. ''Entras aquí y te acoplas porque los compañeros te dan ánimos. En ocho días me dictan sentencia o salgo... creo que sí salgo. Aquí a los gandallas hay que darles por su lado. No es como en las películas. Esta es mi primera obra y actuar me ayuda a distraerme".

Heriberto Balladares, poblano de 22 años, pasa un tiempo en esta "jaula" por presunto robo. La hace de "Va a asaltar... no, de Baltasar. Aquí todo el tiempo pensamos en la familia. Esta obra me ayuda a pensar un poco. Si la familia te ayuda sí aguantas estar acá. Me acusan de robo, pero ahora sí que vamos a ver. Primero Dios".

José Juan Juárez Arenas, de Tlaxcala, de 24 años, es el Diablo. Viste y está pintado de rojo. "ƑQué es el mal? Aquí todos somos iguales". Se oye reventar un globo y de la barriga de María sale un chilpayate. La pastorela ha llegado a su fin. Ha nacido el bien.

Se despiden los invitados y el público comienza a pasar puerta tras puerta, cerrojo tras cerrojo. Los presos se quedan, los demás se van. Los ''encanados'' miran el retiro de sus críticos. "Pasa el tiempo y la puerta de salida se hace cada vez más lejana". Se quedaron, con un cigarrillo, aspirando, fumando el tiempo.

A los invitados se les convida un menú preparado por el cocinero del penal: sopa de Tlalapa, pechuga Filadelfia con papa al horno y zanahoria baby, pastel de queso con almendra, y refresco y agua de jamaica. ''La Secretaría de Turismo nos acaba de dar la norma H, por la excelencia de la comida. Aquí se preparan guisos que ni en restaurantes establecidos. El pan que se comieron lo hacen presos panaderos.''

Morell se maneja como altruista desinteresado. Asegura no perseguir algún puesto político. "Soy abogado, de eso vivo". Quiere que le crean que se puede hacer el bien en ese ámbito donde la individualidad, la persona y los derechos son reducidos a polvo. Es la prisión, por esencia antítesis de la libertad.

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