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E D I T O R I A L
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México D.F. Martes 13 de enero de 2004

 


AFGANISTAN E IRAK: GUERRAS PERDIDAS

sol-2El Departamento de Defensa de Estados Unidos anunció ayer su centésima baja en Afganistán desde que se inició, a fines del año antepasado, la agresión militar estadunidense contra esa infortunada nación de Asia Central. En ese entonces la invasión parecía una aventura fácil, breve y contundente, habida cuenta de la enorme disparidad de los bandos en pugna: los talibanes, organización fundamentalista que ni siquiera había podido hacerse con el control total del país, por un lado, y la maquinaria de guerra de la máxima potencia mundial por el otro.

Oficialmente, de hecho, la guerra fue breve y, según la versión de Washington, sólo murieron 16 efectivos invasores. Pero a la incursión siguió una ocupación colonial que dura ya más de dos años, en el curso de la cual los ocupantes han perdido muchos más elementos que en las operaciones militares iniciales que desalojaron a los talibanes de Kabul, Kandahar y otros centros urbanos.

La narración de esos hechos prefigura, en escala menor, lo ocurrido posteriormente en Irak, país que fue destruido, masacrado, saqueado y ocupado por el gobierno de George W. Bush con el pretexto de que el depuesto régimen de Bagdad poseía peligrosas armas de destrucción masiva que han resultado imaginarias. Si ha de darse crédito a la versión de Washington -acto de fe no muy recomendable, si se toma en cuenta la vasta capacidad de las actuales autoridades estadunidenses para fabricar y propalar mentiras-, en el curso de la invasión los agresores sufrieron 139 bajas mortales; desde que Bush anunció "el fin de las operaciones militares", el primero de mayo del año pasado, otros 357 efectivos ocupantes han muerto en el país árabe, 228 en "acciones hostiles".

Ciertamente, las 496 bajas estadunidenses oficialmente aceptadas son una cantidad muy pequeña si se compara con las decenas de miles de muertes de iraquíes -civiles y militares, mujeres y hombres, niños y ancianos, sunitas, chiítas y kurdos, gobiernistas u opositores, pobres y ricos- causadas por la agresión militar estadunidense. Otro tanto puede decirse de Afganistán, cuya población civil ha sido inmisericordemente asesinada por los invasores, quienes de tanto en tanto envían "por error" un proyectil de alto poder destructivo a un caserío de pastores ajenos al conflicto, o bien a la aglomeración de una boda en curso.

Pero, al igual que en Vietnam -donde las bajas locales se contaron por millones, frente a las decenas de miles de muertos estadunidenses-, tras esa disparidad se oculta la severa ineptitud de una fuerza militar que no logra consumar y consolidar sus victorias tácticas iniciales ni convertirlas en triunfos políticos, los únicos que a la larga cuentan. Por el contrario, la devastación de Afganistán y de Irak se ha traducido ya, en el ámbito internacional, en grave derrota moral para el gobierno de Bush, el cual es percibido por la mayor parte de las sociedades como un depredador criminal y violento, así como el principal peligro para la preservación de la paz mundial.

Si las persistentes bajas de soldados estadunidenses continúan al ritmo actual, pueden convertirse en un obstáculo fatal para el actual ocupante de la Casa Blanca en su camino a la relección. Por último, las aventuras militares en las dos naciones referidas no van a lograr nunca su propósito real de establecer y consolidar sendos regímenes de ocupación colonial y se revelarán, desde esa perspectiva, como rotundos fracasos. Tarde o temprano, ojalá que cuanto antes, Washington tendrá que retirarse de Afganistán y de Irak, y los movimientos de resistencia de ambos países se alzarán, ellos sí, con la victoria.
 

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