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México D.F. Miércoles 14 de enero de 2004

Salvador Novo

Diálogos en el Limbo

"Es curioso -murmuró mi amigo- que en la misma fecha hayan muerto dos mujeres mexicanas tan opuestas, diversas y singulares como Doña Carmelita y Lucha Reyes."

La coincidencia era realmente innegable, pero me pareció irreverente y fuera de tono que mi amigo la señalara. Irreverente para ambas. La muerte, niveladora, inexorable; cuyo Imperio sobre toda especie de personas fue en la Edad Media solemnemente cantado en versos duros que la describen en el acto cruel de hacer entrar en su Danza macabra a Reyes, emperadores y prelados; a pastores y a condes, a mendigos y a ricos, a viejos y a jóvenes, pareció ciertamente complacerse en llegar con el mismo paso traidor a la virtuosa anciana y a la aplaudida cancionera. Poco importa, en realidad, que a la una la haya ungido con la serenidad de una agonía cristiana que dulcificó la presencia de sus familiares, en tanto que deparaba a la otra el beleño artificial de un ''barbitúrico", como dicen los periódicos, que la alejó del mundo desde muchas horas antes que los fríos médicos de la Cruz Roja pronunciaran el laico Consumatum de un acta prosaica. De todos modos, el personaje de ambas subsistía, simbólico y vivo, para sus respectivos deudos; y lo que ambas representaban, me parecía que sufría en la neutra, despiadada, niveladora comparación o coincidencia señalada tan casualmente por mi amigo. Y así se lo dije.

Mi amigo, sin embargo, no atendió a mi sugestión de cambiar de rumbo o de tema nuestra charla. Es hombre frío para quien sólo cuenta como símbolos los que ofrecen los hechos, y que en su diabólica inclinación por extraer de las paradojas que brinda la vida las enseñanzas que estima que ella nos imparte con hechos simbólicos, insistió en su disección. Tuve pues qué resignarme, con toda clase de reservas mentales, a escuchar su monólogo.

''De acuerdo -prosiguió-. Carmelita y Lucha Reyes no tenían en su vida nada en común. Cuando mucho, puede suponerse que hayan oído hablar una de la otra. Su edad las distanciaba tanto como su diversa posición social. Pero no veo por qué haya de ser irreverente advertir que si la vida no las acercó nunca, es la muerte quien las aproxima a la meditación a que sobre ellas, como símbolo, nos invita. Puesto que sospecho que tu reparo a mi ensayo de plutarquianas 'Muertes Paralelas' se finca en una defensa a priori de las virtudes de Carmelita, que supones vulneradas en su memoria por el cotejo con la imagen de una cancionera, permitirás que asuma, en primer lugar, la apología de las virtudes de Lucha Reyes, que en nada tocan ni lastiman las de Carmelita, como tampoco se ven menguadas por las de la virtuosa anciana.

''Sé bien que Carmelita practicaba la caridad; que se anticipó en muchos años al Seguro Social y a las previsiones de la Asistencia Pública al fundar la Casa Amiga de la Obrera. Pero también sé que Lucha Reyes había adoptado a una niña por hija. Cada quién practica la caridad a la medida de sus fuerzas, y en practicarla, en la magnitud posible, reside la virtud que habrá abierto a estas horas las puertas de un Cielo en que no existen discriminaciones sociales para las dos mexicanas que no se conocieron nunca. No sonrías despectivo. Piensa que nada impide suponer que si Lucha hubiera dispuesto del acervo de educación y de fuerza política que disfrutó Carmelita, podría haber magnificado sus buenos impulsos. Los medios a su alcance -su voz ríspida, popular en el sentido más angustioso y antiartístico, le sirvieron empero para consolar o exaltar a muchas almas. La imagino rotunda, ataviada de China Poblana, en el acto de lanzar uno de esos gritos roncos en que se expresa el dolor y la alegría trágica de los mexicanos -entre ellos, en los barrios de 'greasers' expatriados; dándoles una imagen del México al que anhelan volver; refrendando su amor por la Patria -y no puedo sino concluir que la suya era también una forma valiosa, estimable, de caridad y de amor por sus semejantes.

''Lo digo en serio -refrendó mi amigo-. Lo importante es dar, darse, entregarse. Este es mi pan y este es mi vino; este es mi cuerpo, esta es mi voz, mi pensamiento, mi riqueza. Por sus distintos rumbos, las dos mexicanas lo fueron muy ejemplarmente, y si sus deudos son capaces de poner frente a esta argumentación que las acerca la cara de reproche con que tú eliges replicarme en silencio, estoy cierto de que en la serenidad del más allá, en la nivelación final de la muerte, ellas, que para muchos representaron en su vida cosas tan opuestas como la Reacción y la Revolución, habrán ya obtenido del buen Dios la misma remisión de sus culpas y el mismo reconocimiento de sus méritos a la paz y el descanso eternos.

''Lo cual -concluyó el dialéctico amante de las más ofensivas paradojas- no implica, en mi sentir, que Carmelita y Lucha Reyes vayan a ocupar en el Cielo las mismas regiones. Desde hace tiempo abrigo la temeraria sospecha de que las divisiones entre Cielo e Infierno representan la concepción simplista de una convivencia cuya complejidad estriba en que lo que para unos sería el Infierno, encarna el Cielo para otros, aunque en realidad se trate del mismo recinto. En tanto que Carmelita se habrá reunido ya con Don Porfirio, Villa y Zapata habrán lanzado el más jocundo de sus alaridos al ver aparecer a Lucha Reyes."

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