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México D.F. Jueves 15 de enero de 2004

Margo Glantz

Hasta pronto, querido Juan...

Después de hacer un buen examen de conciencia, advierto que no pertenezco a la generación de los nacidos en los años 30 (''porque forman una legión"), ni a la generación de medio siglo ni a la de la Casa del Lago ni a la de la Revista Mexicana de Literatura, tampoco a la ''generación despedazada'', nombre acuñado por Juan García Ponce, según cuenta Huberto Batis en su reciente artículo conmemorativo.

Allí estaban Jorge Ibarguëngoitia, Juan Vicente Melo, Carlos Valdés, Ulises Carrión, Inés Arredondo, José de la Colina, Gabriel Zaid, Isabel Fraire, Federico Alvarez, Juan José Gurrola y el propio Batis, aunque omito varios nombres. Y sin embargo debiera pertenecer por edad e intereses a cualquiera de esas generaciones y muchos de mis mejores amigos y compañeros nacieron, como yo, en esa década.

Pero si me atengo a los términos políticamente correctos -por desgracia en uso-, sería yo periférica, subordinada, subalterna; lo sería porque los conocí a todos, estuve cerca de ellos y fui en realidad una espectadora incapaz de percibir a tiempo el verdadero sentido de las cosas. Asistí muchas veces a la maravillosa Casa del Lago cuando la dirigían Tomás Segovia o Juan Vicente Melo; vi puestas en escenas sobresalientes, La cantante calva, de Ionesco, y el Landrú de Alfonso Reyes, dirigidas por Juan José Gurrola; o La moza del cántaro, de Lope de Vega, por José Luis Ibáñez.

Advierto que acababa de regresar de París donde estuve cinco años y pude admirar sistemáticamente las mejores obras de teatro, incluyendo las de Ionesco en el Thèatre de La Huchette (lo que me hizo admirar a mis contemporáneos y a la vez perder la perspectiva).

Hice programas para Radio Universidad con Max Aub; en cambio, no escribí para la Revista de la Universidad en su época de oro, cuando Jaime García Terrés la dirigía, con Juan como secretario de redacción, donde difundió a los mayores escritores del mundo. Menciono unos números monográficos excepcionales, los dedicados a la Revolución Cubana o al psicoanálisis.

Y escribo esto porque la otra noche, en una cena con amigos, Antonio Saborit comentó con admiración la descomunal importancia de Juan en la cultura mexicana, cosa que todos sabemos y a veces no valoramos como se merece.

Recordó asimismo varios acontecimientos ocurridos en los años 60, durante la presidencia aciaga de Díaz Ordaz; la huelga orquestada en contra del rector Ignacio Chávez, en cuya época la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) era de las mejores del mundo, cosa inconveniente en una nación concebida -lo verificamos diariamente, cada vez con mayor ignominia- como un simple ''traspatio".

A la huelga contra Chávez, uno de los primeros sucesos que evidenciaron el carácter fascista del gobierno de Díaz Ordaz, siguieron otros; el cese de Arnaldo Orfila Reynal del Fondo de Cultura Económica, la huelga del 68, la entrada del Ejército a la UNAM y la matanza de Tlatelolco.

Igualmente la expulsión ignominiosa de Juan Vicente Melo de la Casa del Lago, momento en el que Juan, quien no se definía precisamente como un político comprometido, demostró serlo de verdad, sin aspavientos ni golpes de pecho: lo verifica su polémica con Gastón García Cantú, publicada en La cultura en México de Siempre! (también en su época de oro, en que asiló a los periodistas expulsados del suplemento de Novedades dirigido por Fernando Benítez), después del despido arbitrario y calumnioso de Juan Vicente Melo.

Confieso, en un acto de contrición, que sólo retrospectivamente he podido advertir esto: durante esa polémica trabajaba con Gastón García Cantú y dirigía Punto de Partida, revista estudiantil que fundó en 1966 y patronizó la Dirección de Difusión Cultural, asociación que me echó en cara Huberto Batis, una mañana en la UNAM.

Transcribo un solo párrafo -admirable y siempre actual- de Juan:

''Creo que el método de García Cantú es claro: por un lado, quiere adjudicarse méritos que no le pertenecen; por otro, pretende olvidar mediante la omisión los de aquéllos cuyo desempeño pondría en duda la justicia de sus actos como director de Difusión Cultural, mostrando que no es precisamente la cultura de la que pretende hablar en su artículo la que le interesa, sino la satisfacción de su 'inconsciente rencor a la actividad creadora'. Lo que esto representa es precisamente el olvido de la cultura en favor de una mera actitud burocrática..."

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