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México D.F. Viernes 16 de enero de 2004

José Cueli

De hospitalidad, poesía y desamparo

Anne Dufourmantelle, filósofa y sicoanalista, invita al notable pensador francés Jacques Derrida a dialogar en relación con el tema de la hospitalidad. Le solicita el texto de las dos clases acerca de la hospitalidad y la hostilidad, el otro y el extranjero dictadas en su seminario. Es este el material con el que se compone el interesante texto La hospitalidad, publicado por Ediciones de la Flor (Buenos Aires, 2000).

Ante la pregunta por la hospitalidad, Derrida no responde, más bien la despliega, insiste en la pregunta, se pregunta y nos pregunta acerca de la hospitalidad, ''de la acogida, de aquél, aquella o aquello que acogemos o que no acogemos en nosotros, en nuestra casa, en nuestro lugar propio, en el chez-sol".

Dufourmantelle, conocedora del pensamiento derridiano, expresa en el prólogo:

''La hospitalidad se ofrece, o no se ofrece, al extranjero, a lo extranjero, a lo ajeno, a lo otro. Y lo otro, en la medida misma en que es lo otro, nos cuestiona, nos pregunta. Nos cuestiona en nuestros supuestos saberes, en nuestras certezas, en nuestras legalidades, nos pregunta por ellas y así introduce la posibilidad de cierta separación dentro de nosotros mismos, de nosotros para con nosotros. Introduce cierta cantidad de muerte, de ausencia, de inquietud allí donde tal vez nunca nos habíamos preguntado, o donde hemos dejado ya de preguntarnos, allí donde tenemos la respuesta pronta, entera, satisfecha, la respuesta allí donde afirmamos nuestra seguridad, nuestro amparo."

Acoger pues al extranjero, brindarle hospitalidad nos pregunta y nos confronta sin ambages sobre nuestro propio desamparo, sobre aquello extranjero que a todos nos habita y contra lo cual nos defendemos con la ilusoria fantasía narcisista de completud, de unidad, de invulnerabilidad.

Negar la pregunta que el extranjero, el otro, plantea y nos plantea implica reforzar la negación, acudir a la omnipotencia, reforzar el narcisismo y desemboca, por tanto, en la hostilidad hacia aquél o aquello que amenaza nuestra ilusionaria completud.

''El anfitrión se hace vulnerable cuando acepta la pregunta". Por tanto, resulta preferible erigir muros que aíslen al otro o legislar de manera arbitraria o bien perseguir o matar a aquél que amenaza con su otredad los frágiles límites que una vez traspasados nos confrontan con la propia otredad que no sólo nos habita sino que nos constituye.

Es así como Derrida opta por la pregunta, honesta, ingenua y poéticamente. Y en este discurrir aparece, de manera inevitable la poética, lo mítico y lo ancestral. Aparece Edipo, el extranjero desde siempre y para siempre, ''muerto fuera de la ley, más allá de la ley, sin tierra ni tumba...'' Sólo la poesía es capaz de decir, y no, aquello que, entre la ley y la transgresión, puede hacer de la transgresión una ley: Ƒcómo entender, si no, la trágica figura de Antígona, aquella que es íntegra, fiel a sí misma, ahí donde trasgrede?

Para Derrida es la poesía, amparo abierto, aquella que puede ayudarnos en la defensa contra la ''antipoesía tecnológica que amenaza invadir la intimidad, pervertirla, hacerla pública, introduciéndose en lo más íntimo de esa intimidad".

Por tanto, el filósofo enuncia: ''Un acto de hospitalidad no puede ser sino poético".

El extranjero al plantear la pregunta ''me pone en duda". El extranjero sacude, asevera Derrida, el dogmatismo amenazante del logos paterno: el ser que es, y el no-ser que no es. El extranjero comienza por refutar la autoridad del jefe, del padre, del amo de la familia, del ''dueño de casa", del poder de la hospitalidad. Mueve en el otro las mismas inquietudes que no se atreve a cuestionar. Cree vanamente que, sometiendo u hostilizando al amenazante extranjero, podrá acallar o ignorar sus propios cuestionamientos.

El odio y la xenofobia que vemos intensificarse en la actualidad intentan fallidamente devastar desde dentro una relación originaria con la alteridad. ƑLo podrán entender nuestros vecinos del norte?

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