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México D.F. Lunes 19 de enero de 2004

 


ARISTIDE: DE ESPERANZA A PESADILLA

sol-2Las protestas populares que tienen lugar en Puerto Príncipe, la capital haitiana, desembocaron ayer domingo en enfrentamientos entre los descontentos y las fuerzas represivas del gobierno de Jean-Bertrand Aristide que dejaron un saldo de un manifestante muerto y cinco heridos.

Esta nueva ola de violencia parece cerrar, en la historia de los haitianos, el ciclo iniciado hace 18 años, a principios de 1986, cuando Jean Claude Duvalier fue echado del poder por un extendido movimiento social en el que participaba el entonces dirigente popular y ahora dictador en turno.

En ese entonces, la lucha por el establecimiento de la democracia apenas empezaba en la infortunada nación caribeña. Aristide, al frente de su partido Lavalas, ganó las elecciones de 1990 -los primeros comicios plenamente democráticos en los dos siglos de historia de Haití como Estado independiente-, pero en cuestión de meses fue derrocado por un golpe militar. En octubre de 1994 una invasión estadunidense restituyó a Aristide en la presidencia y meses más tarde el antiguo sacerdote salesiano fue remplazado por André Preval. Aristide volvió al poder en 1997, en unos comicios en los que obtuvo un sospechoso 92 por ciento de los votos, sólo para concluir la liquidación de su imagen de dirigente popular.

La actual administración pública haitiana es tan corrupta, entreguista y antidemocrática como han sido las dictaduras que han asolado la primera república negra de la historia y el primer país independiente de América. El Haití de Aristide es una nación abismalmente injusta, incapaz de superar, así sea parcialmente, su aplastante atraso social y económico, cuya población permanece indefensa ante el saqueo sistemático de los capitales foráneos.

Ante los mecanismos fraudulentos y distorsionadores de la voluntad popular a que recurren las actuales autoridades de Puerto Príncipe para perpetuarse en el poder, y ante la conversión del movimiento Lavalas en una mafia oficial corrupta, la reivindicación central de la movilización popular contra el gobierno de Aristide es la misma que en 1986: el establecimiento de un régimen democrático. La esperanza que llegó a representar Aristide hace casi dos décadas se ha convertido, tras su paso por el poder, en la pesadilla recurrente de Haití: la tiranía represiva y depredadora.

Cabe esperar que la sociedad haitiana sea capaz no sólo de hacer a un lado al corrompido gobernante actual y a su grupo, sino también de generar dirigencias políticas sólidas, poseedoras de convicción democrática y espíritu nacional.
 

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