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P O L I T I C A
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México D.F. Sábado 14 de febrero de 2004

DESFILADERO

Jaime Avilés

ƑQué tan grande será su amor?

Si Marta Sahagún tuviera que elegir entre dos, Ƒse quedaría con el Presidente o con la Presidencia?

COSAS DE SAN VALENTIN. Esta que voy a contar -aprovechando que hoy es el Día de los Enamorados (así, por favor, con mayúsculas de tradición anglosajona)- es la historia de una señora muy piadosa y muy valiente, que pertenecía a la alta sociedad de una pequeña ciudad de provincia. Era piadosa porque desde chiquita la enseñaron a temer la cólera de Dios en los colegios más estrictos del catolicismo, y valiente porque, a pesar de ello, renunció al sacramento del matrimonio para alejarse del cónyuge que había jurado acompañar en las buenas y en las malas hasta que la muerte la separara de él.

Para ganarse el pan, la señora atendía una botica en la plaza central del pueblo; por las mañanas, antes de abrir, se dirigía al banco de la esquina donde guardaba los ingresos de la fecha anterior y cambiaba algunos billetes grandes para dar el cambio a su clientela. Por lo general, se demoraba un poco más de lo necesario contando las monedas chicas, porque le gustaba (aunque no se lo había dicho a nadie) el cajero que la atendía: un señor, divorciado como ella, que la divertía con sus ocurrencias.

Una mañana, al llegar a la sucursal como de costumbre, sintió un frío polar en el corazón. Detrás de la ventanilla de siempre no estaba el cajero de sus amores; su lugar lo ocupaba una muchacha desconocida, quien, sin darle mucha importancia a su pregunta, le dijo que el hombre había sido ascendido a gerente general de la oficina matriz y que ahora radicaba en la capital del estado. Bueno, suspiró la desconsolada señora, me alegro por él... y lo siento por mí, se dijo cerrando el portamonedas.

Por azares de Cupido -que se oculta bajo el velo de la casualidad para disimular sus caprichosos designios-, cierto día ella viajó a la capital del estado con motivo de una boda que congregaba a las mejores familias de la región, y... šzaz!... de buenas a primeras se encontró con el galán. Le pareció más guapo, más apuesto, más agudo, más... Ƒcómo decirlo? Y casi se fue de espaldas cuando éste le aseguró que tenía para ella un "lugarcito" en el banco. (ƑCómo que un "lugarcito" en el banco?, desconfió entre paréntesis la palpitante mujer. ƑMe estará insinuando que vaya y me siente con él? šPero habrase visto!) El alma le volvió al cuerpo, sin embargo, cuando él aclaró que necesitaba una directora de Relaciones Públicas (así, con mayúsculas escalafonarias).

Ella no sabía nada de finanzas, pero después de pensarlo mucho (media hora a lo sumo) aceptó. Y fue la mejor directora de Relaciones Públicas de aquella institución. Estaba en todo, no se le escapaba un detalle, resolvía los problemas antes incluso de que se presentaran. Cada vez pasaba más tiempo en el despacho de su jefe y se daba maña para todo, lo mismo para hornearle unas galletitas que para organizarle una conferencia telefónica con unos señores muy importantes de Estados Unidos. Los dueños del banco se sentían encantados por la eficacia de su representante en aquella entidad, aun cuando no sospechaban siquiera que éste debía su éxito a la modesta y piadosa boticaria.

Como no podía ser de otro modo, el prometedor gerente fue promovido a la dirección nacional del banco en la capital del país. Y hacia allá voló, en compañía de su discreta directora de Relaciones Públicas, sin la cual, en más de un sentido, ya no podía vivir. Fue ella quien eligió la camisa y la corbata que se puso el día de la toma de posesión. Era otro; estaba impecable, radiante, feliz como nunca lo había sido; recibió los halagos y los parabienes de sus patrones con una dicha que no era de este mundo. Y se dedicó a trabajar, literalmente, como loco.

Ella, siempre detrás de él, no cabía en sí de gozo. Aunque fue nombrada directora de Relaciones Públicas Nacionales e Internacionales, en el fondo de su corazón aguardaba con impaciencia el Gran Momento (así, con mayúsculas de telenovela) que estaba por venir. Y más temprano que tarde, porque ya les andaba a los entrelazados corazones, se produjo el milagro supremo del amor.

Aquella mañana los pajaritos trinaron con una especial dulzura, las flores exhalaron sus más refinados perfumes de Givenchi y el sol brilló con chapitas en las mejillas. Los empleados del banco despertaron con el notición de su vida: el jefe se había casado secretamente al amanecer con la señora que manejaba la imagen de la empresa. šAh, picarones, bien escondidito que se lo tenían! Pero seamos objetivos: hasta allí, en términos humanos, todo iba muy bien. Y no sólo muy bien, sino requete-muy-bien... para la ambiciosa boticaria de provincia.

La metamorfosis

LOS CLIENTES DE LA INSTITUCION se enteraron del suceso por las revistas de modas. Admiraron las fotos del enlace, el vestido de la novia, la audacia que habían mostrado los contrayentes al casarse por lo civil a despecho de la Iglesia, que se los prohibía. Hubo quienes, entusiasmados por la dignidad republicana de su acto, se atrevieron a brindar en las cantinas gritando: "šViva Juárez!"

Los problemas comenzaron cuando los dueños del banco recibieron el primer balance anual. Era pésimo: habían caído las inversiones, subido los réditos y aumentado la cartera vencida. Inquietos, mandaron investigar qué estaba pasando y descubrieron que a lo largo del primer año de su gestión, el nuevo gerente había consagrado la mayor parte de su tiempo a organizar aquella sonada boda. No obstante, resolvieron pedirle explicaciones y darle un tirón de orejas. El individuo los calmó con su desbordante entusiasmo y su optimismo invencible. La situación económica del mundo, les explicó, está en chino, pero los pronósticos son muy favorables para el próximo ejercicio.

Quién sabe cómo le hizo pero los tranquilizó. Pocos días después, al revisar los periódicos, leyeron algo que los dejó estupefactos. "En este momento, lo que más me importa es la felicidad de mi matrimonio", había declarado el nuevo gerente a los periodistas en una de las reuniones sociales a las que asistía cada vez con mayor frecuencia. Un poderoso cambio se estaba operando en él; ya no le importaba el banco, sino la dicha conyugal.

Para estar más cerca de su flamante esposa, colocó en su propia oficina un sillón de cuero repujado, magnífico y señorial, igualito al que él usaba, y dispuso que lo ocupara su consorte. Esta comenzó a participar en todas las juntas de trabajo, de la mañana a la noche, así como en todas las cenas y desayunos de negocios, pero ya no como la prudente asesora que había ayudado a su jefe a trepar a la cúspide. Eso había quedado atrás; ahora ella tomaba las decisiones, le quitaba la palabra a su marido, giraba órdenes terminantes, explicaba a los ejecutivos lo que tenían que hacer y lucía incansable, imparable, arrolladora.

Pero en el rincón más solitario de su alma estaba atónita. En donde menos lo esperaba se había encontrado con su verdadera vocación: ser banquera de tiempo completo, sin cargo y sin sueldo. Gracias a su amante esposo, había descubierto qué fácil y qué padre era dirigir una empresota como aquella. Poco le interesaba que los negocios del banco fueran de mal en peor, que los negocios de sus clientes quebraran, que se acumularan las deudas y las pérdidas. Y sobre todo le daba lo mismo que los dueños de la institución estuviesen furiosos por el mal desempeño de su marido.

Vivía en una burbuja de cristal, con todos esos vestidos, con todas esas joyas, codeándose con las figuras de la alta política, viajando a lugares de ensueño y, lo más importante, haciendo carrera a pasos agigantados para convertirse en la próxima jefa suprema del banco. De hecho, no pensaba ya en otra cosa, en las dolorosas decisiones que adoptaría en cuanto le entregaran el poder.

La primera medida que llevaré a la práctica -se prometía en el insomnio- será quitar la silla de él para estar un poco más cómoda; él no se da cuenta, pero por esa manía de sentarme a su lado en las juntas de consejo estamos incomodísimos; no puedo estirar las piernas sin darle un pisotón, y luego cómo me choca que vea mis apuntes y diga cosas que yo iba a decir como si fueran ideas suyas. La verdad, así no se puede dirigir un banco. Dos cabezas piensan más que una, pero a veces una sobra. Menos mal que ya sólo faltan dos años y pico para que lo jubilen. Paciencia, mujer, paciencia. Cuando yo sea la mera mera de aquí, lo mandaré a las islas Fidji...

Escenarios

UNA ECONOMISTA OYE la palabra "escenario" y piensa en números, un escritor piensa en teatro. Una economista me pregunta cuál es mi escenario si Marta Sahagún asume la Presidencia de la República; trabaja en una casa de cambio en la frontera de Tamaulipas, quiere que adivine, si puedo, claro está, en cuánto andará el dólar el primero de diciembre de 2006 si la señora Fox recibe la banda tricolor de manos de su marido. Le han pedido un pronóstico los del mercado a futuros. Pero yo no puedo pensar en números, le digo, no estoy hecho para eso, pienso en teatro.

ƑCuál será el escenario? No lo sé. El Campo Marte, quizá, depende mucho de la "relección" de Bush. Si éste se impone mediante un nuevo fraude -lo que no se descarta- y su Congreso aprueba la llamada Ley Patriótica II, que según Gore Vidal pretende acabar con las garantías civiles del pueblo de Estados Unidos, en América Latina, empezando por México, podría ocurrir cualquier cosa.

Si se implanta una dictadura en Estados Unidos -hipótesis no descartable-, de repente en el sureste mexicano se podría convertir en realidad el plan de guerra (la estrategia de "yunque y martillo" denunciada por Hermann Bellinghausen) no sólo para aplastar a los zapatistas, sino para sacar a la izquierda de las elecciones de 2006 e impedir que su candidato natural sea el sucesor de Fox. Pero antes de noviembre de este 2004 no me preocuparía, todavía, mucho por eso.

Lo que me perturba en este momento es el futuro humano de la pareja Fox. Si la señora gana -vamos a suponer que "democráticamente", a fin de cuentas ya está Roberto Madrazo en el IFE-, Ƒqué hará Vicente? Si se queda en Los Pinos será el primer ex presidente que permanece después de su mandato en la sede oficial del poder. Y la prensa y la clase política lo agobiarían hasta obligarlo a cambiar de domicilio, una separación que para él, y quizá también para ella, sería insoportable.

Por eso la pregunta de este día de San Valentín es para la señora Marta: si sus ambiciones presidenciales pusieran en riesgo su matrimonio, Ƒcon qué o con quién se quedaría? ƑCon el Presidente o con la Presidencia? ƑQué tan grande será su amor?

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