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México D.F. Lunes 16 de febrero de 2004

Juan José Reyes prefiere mantenerse al margen de la grilla y las mafias culturales

''Creo en el deber, mas no en el poder''

Es más sencillo obtener un premio que escribir un buen libro, comenta el crítico

ELENA PONIATOWSKA /II Y ULTIMA

Juan José Reyes es un raro especimen en la literatura mexicana, porque se mantiene lejos de la grilla y no usa la literatura para obtener puestos políticos ni prebendas. Hace veinte años que publica notas críticas acerca de lo más vivo de la literatura mexicana y no ha caído en ningún compadrazgo ni diatriba escandalosa. La mayoría de los escritores son sus deudores, porque ha escrito sobre ellos algún ensayo esclarecedor y generoso. No le interesa más que un poder: el de las palabras.

-En cuanto a esto del poder, pienso que nadie tiene derecho a mandar a nadie. Creo en el deber, pero no creo en el poder.

-No crees que haya amos y señores y esclavos y sirvientes...

-Me inspiran profunda desconfianza los amos y señores.

-Pero siempre has trabajado bajo el mando de un director. En el suplemento de Novedades, en El Semanario, tu jefe era De la Colina.

-Precisamente De la Colina, con todos sus malos humores, es un hombre mucho más dispuesto a entender a los demás que los demás a entenderlo a él. Ejerció realmente la dirección del suplemento, es decir, no necesitó el poder para dirigir, no necesitó manifestar ser más o una superioridad cualquiera para dirigir. Sólo es posible la buena dirección de algo a partir de un acuerdo, no de órdenes o cuentas de diversos tipos. Si hay órdenes sin acuerdo no hay dirección que valga. En ese sentido El Semanario Cultural de Novedades fue una isla dentro del periódico. Mientras en el diario se siguió una jerarquización muy clara, que venía desde el linaje familiar de los O'Farril y la fortuna conseguida en la posrevolución avilacamachista, y llegaba hasta los grados que necesariamente tiene una empresa lucrativa. En El Semanario había un director y estaba la gente que lo ayudaba y la cosa duró muchísimo tiempo, con sus altas y sus bajas.

-Les pagaban de la patada.

-Mira, en un principio pagaron bien. Fue un comienzo de bonanza, gracias a los buenos oficios de Miguel Alemán, entonces vicepresidente del diario. El suplemento había nacido a instancias del empuje suyo, con muchas y buenas ambiciones. Poco después Alemán fue separándose del periódico, hasta que se desligó del todo y entonces el suplemento comenzó a subsistir, en buena medida en contra, a pesar del diario. Eramos una isla a la que respetó siempre O'Farril y a la vez a la que nunca estimuló ni apreció debidamente.

-No lo leía, Ƒo sí?

-Yo supongo que no.

-Tampoco leía el periódico.

-Por ahí se dice que los artículos editoriales. Primero los supervisaba, ya después no sé. Hubo gente ahí, en Novedades, muy brillante, Ƒte acuerdas? Llegaron a estar ahí periodistas de altos vuelos, editorialistas, entrevistadores. Apenas es necesario recordar la gran época de México en la Cultura, de Fernando Benítez, con un grupo de colaboradores verdaderamente estelar. Por cierto, en torno al suplemento de Benítez surgió el concepto de mafia cultural. Allí estaban sus consentidos José Luis Cuevas, Carlos Fuentes, Luis y Lya Cardoza y Aragón, Vicente Rojo, Emilio García Riera, Emmanuel Carballo, Gastón García Cantú, Rosa Castro, Elvira Gascón, Paul Westheim, Mariana Frenk, Jorge Juan Crespo de la Serna y Jaime García Terrés. José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis tomaron el relevo en la revista Siempre!, cuando Beteta -apoyado por los O'Farril- corrió a Benítez y todo su equipo renunció con él. Más tarde Novedades dejó ir, sin darse cuenta, a periodistas de altos vuelos, como Guillermo Ochoa (después desperdiciado profesionalmente en los medios electrónicos); qué sé yo. La cosa comenzó a declinar tanto que perdió todo su sentido, inclusive en lo comercial. Yo creo que hicieron muy bien al clausurarlo, con todo y la pena que da que deje de existir un suplemento cultural en nuestro país.

Autocrítico irremedibale

-Y tú nunca has reunido tus artículos en libros.

-No. Me lo han pedido con toda seriedad, toda formalidad. Por ejemplo, Rafael Pérez Gay, de la editorial Cal y Arena, y por una razón o por otra no he terminado de hacerlo. Y me pasa algo que tal vez sea irremediable: al ver algunos de aquellos textos, tengo la impresión de que aquí faltó tal cosa, aquí sobró esta otra. De todas formas, es algo que haré, seguramente como punto de arranque de trabajos más específicos acerca de algunos autores que siento más cercanos a mí, unos muy cercanos.

-Ahora trabajas en Letras Libres.

-He estado en la redacción de la revista desde su comienzo. Llegué ahí por la amistad de tantos trabajos compartidos con Fernando García Ramírez, el subdirector, que ha sido para mí una presencia muy afortunada en mi vida. El y yo dirigimos una revista que se llamó Textual, en la época en que Pepe Carreño Carlón dirigió El Nacional. Hemos trabajado en El Semanario de Novedades, en el que él participó con constancia y brillantez.

-ƑQué piensas de los suplementos de hoy?

-Me da mucho gusto que haya varios. No es posible imaginar un periódico realmente bueno, importante, sin un buen suplemento. El problema que encuentro es viejo: la paga. Es increíble que se siga pagando tan mal al redactor de reseñas, al crítico, al poeta, al cuentista, al entrevistador. La baja paga obliga a la repetición de nombres, cierra espacios, empobrece la calidad. Hace falta que se retribuya mejor al que trabaja en asuntos culturales, aunque en apariencia lo cultural sea poco atractivo. Yo no imagino, por ejemplo, La Jornada sin su suplemento. Se olvida que lo realmente serio de México lo hace la gente que hace cultura: los científicos, los artistas, los críticos. Y no debe, no puede olvidarse eso.

Cuando un libro dice mucho el placer es absoluto

-Tú también has concentrado quereres por tus críticas: nunca destruyes y además no perteneces a ninguna mafia; eres muy parejo en tu trabajo.

-Sí, y a veces me preocupo por eso, porque de pronto uno llega a preguntarse si no es demasiada benevolencia. Pero en fin: no es el caso, es decir, normalmente cuando uno tiene un libro en sus manos que le dice mucho, el placer es absoluto. Tengo entonces la extraña sensación de que de algún modo participo en la autoría del libro del que me ocupo. Uno está ahí metido, quién sabe en qué grado y por qué artes, pero uno está ahí en el ambiente, quizás en la mente del creador. Uno puede reconocerse.

-ƑEres muy objetivo?

-Trato de estar del lado de la razón.

-Pero nunca has sido malévolo ni has cultivado rencores o te has vengado de un autor.

-Al pensar en la crítica suele pensarse en las mafias. Las mafias me parecen ridículas y lamentables. Al fin de cuentas, todos estamos en lo mismo: queremos hacer y leer buenos libros. No habría por qué pelearse. ƑCuándo llegan a existir las mafias? Cuando se olvida ese primer propósito, se lo pone en lugar secundario y hay otro en su lugar, que es el poder, que se desdobla en sitios de publicación, famas, premios. El asunto llega a ser de veras ridículo. Es más fácil entrar a una mafia que escribir bien; es más sencillo obtener un premio que escribir un buen libro. Aunque también es necesario distinguir a un grupo literario de las mafias. Lo que no puede tolerarse es la mafia como encubridora de mediocridades o plataforma hacia el poder económico o político.

Rescatar a Agustín Yáñez

-A mí me aterra que la gente se pierda. Siento que no se le ha hecho justicia a Guadalupe Dueñas, por ejemplo; a Carmen Rosensweig, a Emma Dolujanoff, y que muchas vocaciones han quedado truncadas por una crítica devastadora o por el ninguneo.

-Creo que es indispensable una labor de rescate. Voy a ponerte otro ejemplo: sería de mucho interés republicar las entrevistas de Rosa Castro en Siempre! y en Novedades, o el trabajo periodístico de Sara Moiron. También se han olvidado los cuentos muy buenos de Arturo Souto, de Jorge Hernández Campos, las novelas de Ramón Rubín. Muchos lectores y muchos escritores prefieren lo que está de moda en España o en Estados Unidos y pasan de largo a los autores mexicanos.

-ƑY se equivocan?

-Sí. Tendría que haber un equilibrio. Agustín Yánez hoy está olvidado y es un gran escritor.

-Su actitud en el 68 dañó su imagen. Si hubiera renunciado ante Gustavo Díaz Ordaz, los jóvenes hoy lo leerían.

-No lo creo. Tienes razón en cuanto a su imagen, pero no en cuanto a su obra literaria. Los muchachos no lo leerían sencillamente porque está fuera de registro temporal, es decir, fuera de moda.

-Tampoco leen a Sergio Galindo.

-Y hacen mal. Tampoco sé cuánto se lea a Salvador Novo, que por cierto en 1968 se portó tan mal como Martín Luis Guzmán, a quien tampoco creo que lean y no por juzgarlos, sino por ignorancia.

-ƑVes muy ignorantes a los jóvenes de hoy?

-Creo que muy pocos leen. Tal vez deben acercarse más a las palabras que a las imágenes, ahora que éstas lo inundan todo. Estoy en contra del abuso de las imágenes, es decir, del desbordamiento del mercado.

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