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México D.F. Lunes 1 de marzo de 2004

Hermann Bellinghausen

Ya quién recuerda Procol Harum

Qué conocemos de la gente si no fragmentos, trozos, episodios, estampas, pasajes. Nos basta una suma de encuentros y desencuentros para "hacernos una idea" de alguien, y la sembramos en el pasado, única trama de tiempo que nos es dado conocer. Esa es la tristeza motriz de los novelistas. Los dramaturgos y los poetas pueden prescindir de esa continuidad, si bien por razones opuestas.

ƑEn qué zona de la arqueología de una memoria ubicar circa 1980? En el fonógrafo, A Whiter Shade of Pale con Procol Harum deja bailando unas pocas parejas repegaditas. Esa "lenta" nunca fallaba. Para Reyna y sus amigas fue una iniciación una noche de aquellas y adelante un hábito ciertas noches, en ciertas fiestas. Al calor de lo que hubiera -Celia Cruz, Roxy Music, la Charanga Ballenata, Patti Smith o Benny Moré- se las arreglaban para colar a Procol Harum. Si alguien lo hacía antes de que se le ocurriera a ellas, les proporcionaba el placer adicional de la sorpresa.

El hilo de estos retazos de historia inicia dos años después, diciembre del 81. En las montañas de Chiapas. En su pueblo natal. Los que hicimos el viaje desde la capital éramos una banda. Todos hablaban de ella. La mañana que la conocí, subía las laderas de un cerro donde la esperábamos con cervezas. Reyna retumbaba en una grabadora estéreo Berlín de Lou Reed. Estamos hablando de un lugar donde la lengua dominante era, y es, el tzeltal.

Vueltas que da la vida, meses después me mudaría al Veinticuatro, la casa colectiva de más de cinco donde Reyna era la única mujer. Fija, quiero decir. En conversaciones de coinquilinos contó o adiviné otros retazos. Conoció la luz eléctrica a los ocho años. A su pueblo los finqueros (alemanes algunos) llegaban en avioneta pues el camino de Ocosingo era impracticable o tomaba un día entero. Su papá, un mestizo, trabajaba de sol a sol. Su mamá cuidaba los hijos y la tienda. Fueron dejando de ser pobres. Llegado el día, pudieron mandarla a estudiar "su prepa" en Tuxtla Gutiérrez. Entonces descubrió el cine. Es decir, el de sala, no el de carpa de gitanos en el pueblo. Las mexicanas clásicas, y contemporáneas chafa (sin noticia aún en la provincia de El castillo de la pureza, Canoa o Reed, México insurgente; a lo más, saldos de Hollywood). Fines de los 70.

Corte a 1980. Ciudad de México. Un depto de barrio donde, nomás llegando, se encerró a llorar. Sola, lejos, completamente perdida. Las calles daban miedo. Un vecino del mismo piso le vino a pedir un poco de azúcar. Hagan ustedes el favor, una taza de azúcar. La encontró llorando. La consoló. El estudiaba cine en el Cuec. ƑCine? ƑSe estudia eso? Ella se había inscrito para una carrera "normal" en la UNAM. Equis.

La mañana siguiente, su primer día en Ciudad Universitaria, laberinto de corredores, edificios, jardinsotes. En las columnas un cartel. Cineclub. ƑCinequé? Ciclo de Ingmar Bergman. Gritos y susurros, hoy.

Sola en el Che Guevara. No lo podía creer. ƑEso pasa en las películas, tan así como las mujeres? Las pasiones. Su fascinación no tuvo límite. Y ella otra vez llore y llore.

Poco después el vecino devino su hombre o galán. Y con él se tiró a rodar la ciudad.

Un oscuro episodio, alguna noche antes de serme presentada en su pueblo de la mano de Lou Reed.

Resulta que ya nos conocíamos. Confesiones: "ƑTe acuerdas de la estrepitosa fiesta en casa del papá de Roberto, que se las gastaba?" Alguien alto, de brazo enyesado, cayó en una costosa maceta de Tlaquepaque y la rompió, pedo. Armó pancho. Lo echaron. Acabado el reventón, salimos los recalcitrantes. En la sombra callejera una pareja alegaba fuertecillo. El, alto, con el brazo enyesado, le sonaba a la chava, que no dejaba de insultarlo. Uno de nosotros, Manuel, fornido y caballeroso, se sintió en la obligación e intervino. No lo hubiera hecho. Le llovió mierda. Sobre todo de ella. "No te metas, pendejo", y hasta guamazo. Ta güeno pues. Nos fuimos.

Al tiempo se me revelaría que la chava era Reyna. El del yeso, el estudiante de cine. Para cuando ella me confesó aquel oso olvidado, el cineasta no era ya su novio sino su némesis, y ella aprendía a cocinar sushi y tepanyaki antes de que se pusiera de moda.

Reyna era chula, como salida de un Rivera, un Zúñiga, un Martínez. Ese su tipo mexicano, ni Modigliani ni Botero, encantó a un alemán que la enamoró y llevó a Berlín sin escalas. Ella extrañó México y se regresó.

Perdón por el salto. En algún momento posterior aparece un apuesto iraní, hijo de algún magnate, a punto de graduarse de ingeniero petrolero en la UNAM. Agonizaban los años del sha (quien en su exilio vendría a parar a Cuernavaca, pero esa es otra historia). Ya se iba con él a Teherán. Se arrepintió. Le hubiera pasado lo que a Sally Flields en una película basada en una historia real: atrapada en el islam.

Recuerdo un frustrado intento del alemán por recuperarla y llevársela a colonizar Australia. Reyna regresó a su pueblo, por nostalgias anteriores a A Whiter Shade of Pale. Brusco corte, el último.

Una década después. Primero de enero de 1994. Coyoacán. Sonó mi teléfono en Coyoacán. Reyna, desde su pueblo: "Oye, Ƒqué sabes de la revolución que hay aquí en Chiapas? Tomaron Ocosingo. Saquearon la farmacia donde trabaja mi cuñada. Los teléfonos están cortados. Son indios, parecen guatemaltecos. Pensé que, como trabajas en un periódico, sabrías algo". Yo, que ni siquiera usaba televisión entonces, estaba en blanco. Ella me dio la noticia.

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