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México D.F. Lunes 1 de marzo de 2004

Hospital que ayuda a recuperar la visión... gratis

Con apoyo de GDF y Fundación Telmex ha realizado 860 cirugías de cataratas

BERTHA TERESA RAMIREZ

El hospital Gregorio Salas, un modesto nosocomio ubicado en el barrio del Carmen, en el Centro Histórico, se convirtió en salvación de cientos de personas que carecen de seguridad social o recursos económicos y podrían haberse quedado ciegas por padecer cataratas.

Gracias a un convenio entre los Servicios Médicos de Urgencias del gobierno capitalino y la Fundación Telmex, el hospital -que también atiende problemas derivados de la indigencia, prostitución y enfermedades sociales, como drogadicción y alcoholismo- se esfuerza por abatir la incidencia de esa enfermedad mediante operaciones gratuitas. En la ciudad de México el mal afecta a tres de cada 10 personas de edad avanzada.

Miguel Martínez Guzmán, director del hospital Gregorio Salas, señala que el esfuerzo cobra relevancia si se considera que cerca de 200 mil personas al año se quedan ciegas en México a causa de las cataratas, aunado a su incapacidad económica para acceder a los servicios públicos de salud, por baratos que sean.

A dos años del convenio, el hospital puede realizar 30 operaciones al mes sin costo para los pacientes y hasta ahora ha aplicado cirugía a 860 personas, las cuales recuperaron totalmente la visión.

cirugia_catarratas6Martínez Guzmán agregó que la Secretaría de Salud del Distrito Federal ha invertido hasta el momento 6 millones 781 mil pesos en el programa y se estima que la Fundación Telmex ha aportado más de medio millón; por ahora se tienen programadas 450 operaciones.

Explicó que las cirugías, cuyo costo para el centro hospitalario es de 10 mil pesos cada una, pueden llevarse a cabo porque, después del convenio, la Secretaría de Salud autorizó la contratación de dos oftalmólogos, que se sumaron al único especialista con que contaba el nosocomio; la Fundación Telmex además donó un microscopio, instrumental para la técnica quirúrgica de la catarata extracapsular y se comprometió a entregar al mes 30 discos elásticos y 30 lentes intraoculares.

El especialista destacó que en el Distrito Federal esta enfermedad tiene una incidencia similar a la de cualquier ciudad industrializada. Señaló que la demanda aumenta porque aquí se concentra la mayor parte de los hospitales de alta especialidad.

Según sus cifras, 80 por ciento de las personas que han sido intervenidas quirúrgicamente de ese padecimiento en el hospital viven en esta capital y en el estado de México; el resto proviene de los estados de Puebla, Tlaxcala, Hidalgo y Morelos.

El médico señaló que la operación no sólo favorece al enfermo, que podrá retornar a la actividad ecónomica, sino además beneficia a la familia, ya que por cada paciente discapacitado visual debe haber otra persona que lo cuide.

Jorge Migueles Santiago, médico oftalmólogo, advierte que esta enfermedad ataca cada vez más a la población, pues va a la par del aumento en la incidencia de diabetes, mal que se incrementa por el alto consumo de azúcares y grasas de origen animal.

La catarata es una enfermedad que se genera por la opacidad del cristalino, que es la lente del ojo con la cual se enfocan los objetos y se calculan las distancias. Con la edad, y principalmente por la diabetes, se hace opaco, pierde su transparencia y se vuelve lechoso y toma la textura de un callo. Ello estorba la visión y llega un momento en el que hay que sustituirlo por una lente artificial, explicó.

Dos testimonios

Edmundo Pérez Peral es chofer, tiene 50 años de edad y es originario del Distrito Federal. Durante más de 30 años viajó por la República transportando diversas cargas, hasta que su vida se vio invadida por las tinieblas.

Progresivamente, dice, la catarata cubrió sus dos ojos dejándolo prácticamente ciego y desamparado para enfrentar la vida; perdió el empleo, pues tuvo que dejar de manejar y los primeros afectados fueron sus hijos, a los que tuvo que sacar de la escuela.

Cuando aún percibía siluetas, aunque no podía distinguir distancias, "echándole ganas" salía a ganarse la vida en lo que podía; así terminó de diablero en Tepito.

Sin embargo, un día el vacío embargó su vida ante la incapacidad de ver. "Mire, señorita, es una cosa muy dura, a todas partes uno tiene que ser llevado de la mano, todo es muy borroso, se es incapaz de medir las banquetas y por las noches lo único que alcanzaba a percibir eran las centelleantes luces de los coches".

Recurrió al Hospital de la Luz con la esperanza de que ahí lo pudieran operar. Para ser atendido pagó una ficha que le costó 110 pesos y sirvió para que le realizaran un ultrasonido, un estudio socioeconómico y, al señalar que era diablero, le exigieran un fiador.

"En cuánto sale la operación", pregunté. ƑA qué se dedica?, respondieron. Les dije la verdad: "soy diablero". Enseguida me dijeron: "la operación tiene un costo de 15 mil pesos, necesitamos que traiga a una persona solvente, un aval para que nos firme". Pero Ƒa quién llevaba? No tenía a nadie que me quisiera echar la mano con esa cantidad".

"Casi un año después un amigo se enteró de que en el hospital Gregorio Salas no cobraban por la operación y me trajo aquí. Hace varios meses me operaron los dos ojos, ahora la vida es distinta, he recuperado la tranquilidad, estoy contento, soy como un camión con parabrisas nuevo, he vuelto a manejar, y lo más fabuloso de todo es que a pesar de no contar con recursos, pude volver a ver."

Primero muerta

Mercedes Villavicencio Rojas se dedicó al servicio doméstico hasta que "los nervios y la desesperación" por la imposibilidad de ver la obligaron a abandonar su trabajo.

Narra que cuando era niña presenciaba cómo rompían una piñata en la vecindad donde vivía, cuando desde un terreno vecino lanzaron una piedra que al desgranarse provocó que un trozo pequeño se le incrustara en el ojo izquierdo.

Quedó afectada desde entonces de la vista, pero a los 50 años su situación empeoró, pues su ojo derecho se vio afectado de catarata.

"Perder de vista el mundo provoca un enorme vacío", asegura, y agrega que su situación se agravó cuando para encontrar las cosas "tenía que andar tanteando y caminaba con altas y bajas porque no podía distinguir el piso".

Tenía mucho miedo de que perdiera la visión por completo, "esa sensación me producía un gran vacío, soy la mayor de mis hermanos y les echo la mano y me sentía muy defraudada porque ya no iba a poder valerme por mí misma, entonces la desesperación me provocaba gran inquietud".

A menudo se preguntaba: "qué voy a hacer si me quedo en tinieblas, quién me va a echar la mano, con quién voy a contar para hacer mis cosas, es una cosa muy dura, muy fea, y aunque uno le quiera echar ganas, nomás no se puede porque uno sabe que está incapacitado económicamente para pagar una operación".

Relata que un día acudió al hospital Conde de Valenciana: "pagué la consulta, que en aquel tiempo era de 40 pesos. ƑSuena poco, verdad?, pero para mí era mucho; sin embargo, me citaron hasta los tres meses. Bonita cosa, les dije: primero me voy al hoyo y luego van ustedes a analizar mi calaverita".

"Afortunadamente me enteré que existía este hospital, fue así que vine aquí y el doctor Jorge Migueles me operó, ahora veo bien, volvió mi tranquilidad y puedo caminar a paso firme".

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