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México D.F. Viernes 5 de marzo de 2004

Horacio Labastida

Solidaridad con Cuba

Fue una brillante reunión la que se celebró en el Museo de la Ciudad de México. En el Encuentro Nacional de Solidaridad con Cuba se escucharon profundas y sabias reflexiones del diputado antillano Sergio Corrieri Hernández, del consejero cubano Orlando Silva y del distinguido embajador Jorge Bolaños, quien pidió al gobierno de México no condenar a Cuba en el próximo periodo de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos, ONU, y los delegados la aprobaron entre entusiastas aplausos.

Traemos a la memoria lo sucedido en el encuentro porque las circunstancias que lo rodearon y ro-dean están cargadas de amenazas y barbaries desatadas por el actual imperialismo militarista de la verdad única que promueven los alarifes de la Casa Blanca. Como Cuba es hoy el único país verdaderamente soberano en América Latina, la hegemonía que tratan de imponer la minorías supercapitalistas emboscadas en Washington, entre sus malignas tácticas propagan día a día que el socialismo cubano es un sistemático violador de los derechos humanos de los disidentes, a fin de justificar una posible agresión. La verdad es otra. Igual que lo hacen todas las naciones, Cuba juzga y castiga a los traidores, no a quienes en uso honesto de la libertad de pensamiento difieren de lo afirmado por la autoridad. El juicio crítico es plenamente respetado en el Estado cubano.

Conviene acentuar que la unidad del pueblo mexicano con el antillano se corresponde con un sentimiento y una razón continuos desde el amanecer de la vida independiente. En las fechas en que estaba por celebrarse el Congreso de Panamá, convocado por Simón Bolívar, Colombia y México consideraron importante evaluar una posible expedición a Cuba para eliminar la amenaza castellana en el subcontinente. John Adams (1825-29), sucesor de Monroe y antecesor de Jackson en la capital estadunidense, no vio con buenos ojos el proyecto, y por esto el embajador Poinsett se entrevistó con Guadalupe Victoria. El gobierno de México, dijo el presidente a Poinsett, no tiene intención de conquistar y posesionarse de Cuba; la expedición que se enviaría sólo buscaría auxiliar a los revolucionarios en su empresa independentista de España, y que en caso de que tuviera éxito, México dejaría en absoluta libertad al pueblo cubano para que se gobernase por sí mismo (véase Archivo Histórico Diplomático Mexicano, núm. 32, prog. de Luis Chávez Orozco, p. XLV). Y éste fue y es el espíritu mexicano en su propósito de apoyo y defensa de la república socialista cubana, tanto más porque en la política persecutoria washingtoniana hay una evidente regeneración neoplattista del republicanismo sin soberanía propia y sí secuestrada por un poder ajeno expoliador, siguiendo el modelo del apéndice de junio de 1901 encorsetado a la constitución de febrero del mismo año. Esta ignominiosa categoría neoplattista fue el resultado de las contradicciones planteadas en 1898.

El heroico José Martí organizó y llevó adelante el tercer movimiento de independencia de la isla luego de las guerras liberadoras que sostuvieron Céspedes y Antonio Maceo de 1868 a 1880. La lucha martiana fue una batalla por la independencia colonial; en cambio, la intervención militar ordenada por el presidente McKinley (1897-1901) desveló una perversa contienda intercolonialista entre España y el Tío Sam que implantó, al triunfo de éste, la innovada colonialidad exigida por los grandes inversionistas yanquis en las haciendas azucareras, y la consecuencia tomó cuerpo en la Enmienda Platt, derogada por Franklin D. Roosevelt y mantenida de hecho hasta el triunfo guerrillero de 1959, luego de los gobiernos criminales que alimentó Washington en los años de Machado y Batista.

Lo trascendente para Latinoamérica y el mundo es que la victoria del pueblo cubano con Fidel Castro abrió por primera vez en nuestro tiempo la existencia de un verdadero Estado libre, soberano y justo. A pesar de bloqueos, acciones terroristas, asesinatos fracasados unos y consumados otros y del derrumbe de la URSS, Cuba acuna hoy al emergente y nuevo hombre desenajenado de la economía y de las ideologías de ganancia máxima y mínimo costos que prevalecen en el mundo de pocos ricos y muchos pobres, y precisamente porque el ideal supremo de generosidad y cooperación mutua se realiza en la historia ante los ojos del presente, los pueblos se solidarizan más y más con el hombre cubano de hoy.

Parafraseando ideas de John O'Niell en torno a Paul Baran, diríamos que el Estado cubano socialista de nuestro tiempo prueba de manera iluminada que "el deseo de libertad y justicia en un orden social racional, no (es) ni utópico ni romántico, sino una franca" práctica colectiva en marcha hacia el bien común de la humanidad.

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