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México D.F. Viernes 5 de marzo de 2004

José Cueli

El hambre y la crueldad

Los acontecimientos acaecidos en Haití en las recientes semanas nos sobrecogen, pues no representan sólo una tragedia más sino que patentizan, una vez más, cómo la crueldad y la estupidez humanas se pasean ufanas a lo largo y ancho del planeta. Pero vayamos a la historia.

Haití es una pequeña república (27 mil 750 kilómetros cuadrados), con una población aproximada de 5 millones de habitantes (60 por ciento son de raza negra, 30 por ciento mulatos y 5 por ciento blancos). Allí se practican las religiones católica y vudú.

En un territorio predominantemente montañoso, se dedican a la agricultura y tienen un ingreso per capita de los más bajos del mundo y su balanza de pagos es, obviamente, deficitaria.

La isla fue descubierta por Colón en 1492, colonizada por españoles y franceses, cuya población negra se sublevó en repetidas ocasiones, en especial en 1791 bajo la dirección de Toussaint Louverture. La proclamación de la independencia ocurrió en 1804, por el general negro Dessalines. En 1915, la isla, posterior a la escisión, fue intervenida por Estados Unidos que impuso en el poder al coronel Magloire, a quien sucedieron los Duvalier, padre e hijo.

La de Haití es una historia de sublevaciones e inestabilidad con deterioro progresivo, mientras se ve desfilar en el poder dictadores omnipotentes y sádicos hasta llegar a Jean Bertrand Aristide, quien en días recientes se vio obligado a dejar el poder tras una violenta revuelta con el consiguiente saldo de dolor y muerte entre la población civil.

En contraste con la barbarie en ese país, reviso la Carta Magna de Haití de 1987 (298 artículos) en la que el pueblo haitiano ''proclama esta Constitución con la finalidad de garantizar el inalienable e imprescriptible derecho a la vida, la libertad, el alcance de la felicidad, en conformidad con el acta de independencia de 1804 y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948".

Se habla de independencia, democracia, derechos humanos, de un Estado fuerte y soberano, de protección a la ciudadanía, etcétera. Contrastando esto con la realidad, tal Constitución parece letra muerta.

Lamentablemente la situación de Haití no es un fenómeno aislado. Muchos otros países, fundamentalmente en Africa y Latinoamérica, viven en condiciones deplorables caracterizadas por la extrema desigualdad social y por la violación de uno de los más elementales derechos humanos: el derecho a ser alimentado, a no morir de hambre.

Horroriza, además de indignar, ver la brecha insalvable entre ricos y pobres que se patentiza cuando observamos las terribles cifras de muertes por desnutrición en países pobres en contraste con las cifras que recientemente reportó la revista Forbes sobre las fortunas (en millones de dólares) de unos cuantos privilegiados, mientras cientos de miles de seres humanos viven en condiciones prácticamente infrahumanas.

Se habla de la crueldad que ejercen los poderosos sobre los débiles en un truculento juego sadomasoquista, pero no se puntualiza que el hambre es quizá la peor de las crueldades que podemos infligir al otro.

Negar al individuo la posibilidad de acceder a la más primaria de las necesidades biológicas es el peor de los crímenes. Sumadas hambre y desesperanza, los sujetos pierden su dimensión humana y se lanzan a matar o morir en un intento fallido por escapar a esa infrahumana calidad de vida.

Deberemos ahondar en el estudio de la crueldad humana y sus variantes y, sobre todo, en aquella que conduce a someter al semejante a una muerte lenta, a una agonía prolongada, a una eliminación por hambre y depauperación no sólo del cuerpo, sino también del espíritu.

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