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México D.F. Viernes 5 de marzo de 2004

LA MUESTRA

Carlos Bonfil

La joven con el arete de perla

LA PRIMERA DISTINCION estética de La joven con el arete de perla (Girl with a pearl earring), del británico Peter Webber, es la manera en que logra transmitir al espectador la sensación de ubicarse plenamente en una época (Delft, Holanda, 1665), en el hogar y taller de un pintor, Johannes Vermeer, en el centro de una de sus creaciones más célebres, el cuadro cuyo título retoma la película, en los detalles de su elaboración, y en la mitología creada en torno de su modelo, la joven Griet, tal vez familiar suya o amante ocasional, misterio jamás dilucidado, presentada aquí como una sirvienta dotada de una sensibilidad artística muy ajena a su condición social.

LA RECREACION HISTORICA es impecable (diseño de producción del holandés Ben Van Os, colaborador de Peter Greenaway; fotografía de Eduardo Serra), y muy próxima a la manera en que otros cineastas ingleses han abordado la pintura, Derek Jarman, en Caravaggio, o el propio Greenaway en sendos homenajes a los flamencos Vermeer (Una Zeta y dos Ceros) y Frans Hals (El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante). En el plano narrativo, Webber evita los escollos previsibles: no construye una historia de amor entre el pintor y su modelo, aunque entre los dos personajes hay una fuerte fascinación ambigua, y sí propone, como tema central, la insólita complicidad profesional entre la sirviente, aprendiz involuntaria, y el maestro pintor, intrigado por la conjunción de sensibilidad, dignidad y belleza que advierte en ella.

EL ESPACIO DOMESTICO se vuelve rápidamente un territorio inhóspito y amenazante para estos personajes, con la mezquindad que aflora en la esposa y en la hija del pintor; en el cálculo mercantil de la suegra, y también en la codicia sexual de Van Ruijven, el mecenas casi sostén de la familia. El director parece concentrar en ese reducido espacio del taller de pintura, nido de rencores y revanchas pasionales, las dificultades y obstáculos que podía enfrentar un artista en un medio ávido de prosperidad económica y atento al resguardo de las convenciones sociales.

PERO EL LOGRO es sobre todo plástico: el fotógrafo Serra evoca la textura de los cuadros de Vermeer, el juego de luminosidad indirecta y claroscuros, los detalles en el rostro y atuendo de la protagonista. En el episodio del arete de perla, propiedad de la esposa celosa, escandalosamente colocado en la oreja de la joven plebeya, la cinta explora también una sensualidad hasta entonces contenida: el pintor perfora el lóbulo de su discípula, y la sangre y una lágrima de dolor sugieren el ritual de la inocencia mancillada. Al lado de esto, la relación sentimental y erótica de la joven con un carnicero angelical parece ociosa, mecánica, nada convincente -un mero desfogue para sus ánimos perturbados.

SCARLETT JOHANSSON, TAMBIEN protagonista del estreno reciente Perdidos en Tokio (Lost in translation), ofrece aquí una interpretación sobresaliente. No sólo consigue el parecido físico con la modelo del cuadro de Vermeer, sino los matices de una personalidad compleja, pasividad inicial, fascinación artística, y un dominio de sí que paulatinamente va afirmando la protagonista.

COLIN FIRTH, EN el papel del pintor, se ajusta al retrato romántico del artista solitario, apenas comprendido, agobiado por las deudas, que sugiere la guionista Olivia Hetreed a partir de la novela homónima de Tracy Chevalier. No hay sin embargo idealización alguna, ni en el registro histórico de la ciudad ni en la minuciosa observación de los rituales domésticos, o en el recorrido de las calles con las visitas al mercado, y sus detalles crudos, víscera animal y sangre; lluvia y lodo.

LA PARTITURA MUSICAL de Alexander Desplat es el sustento adecuado de toda la ambientación plástica y del crescendo dramático en la trama. La joven con el arete de perla, un éxito instantáneo en Europa, es una de las mejores sorpresas de esta muestra.

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