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México D.F. Domingo 7 de marzo de 2004

Guillermo Almeyra

La disputa por Haití

El ex presidente haitiano Aristide terminó secuestrado a punta de fusil, esposado y fletado en un avión, como si fuera una carga, hacia la República Centroafricana, donde está virtualmente bajo arresto domiciliario y donde el gobierno de ese país "estudia darle un aparato de televisión para que pueda seguir lo que pasa en el mundo". Los guardaespaldas estadunidenses que lo defendían del pueblo haitiano no sirvieron, naturalmente, para defenderlo de los marines de Washington. Este, que lo había puesto en el gobierno, compró a los asaltantes y narcotraficantes (los "caníbales") que Aristide había utilizado contra la oposición progresista, los armó abundantemente desde la República Dominicana, cuyo gobierno aún tiene fresca en las manos la sangre de los trabajadores que asesinó durante la huelga general del mes pasado, y derribó a Aristide, que no quería renunciar, tirándolo a la basura como limón exprimido, porque ya no le servía más.

Por supuesto, Aristide sabía a qué se exponía cuando llegó a Port au Prince con las tropas estadunidenses como "protectoras". Su corrupción, su apoyo en bandas de delincuentes, la violencia antiopositora que utilizaba como principal herramienta política, caracterizaban a su gobierno como una dictadura. Pero eso no puede justificar que el gobierno ilegítimo de George W. Bush, que lo había puesto en el poder manu militari, que sostiene a muchos dictadores y corruptos en otras partes del mundo, organice un golpe de Estado mediante una banda de asesinos y narcotraficantes y ocupe un país independiente, convirtiéndolo abiertamente en un protectorado y pisoteando su soberanía al extremo de que, para hablar con el presidente interino, Boniface Alexandre, hay que pedir audiencia mediante la oficina de prensa de la embajada estadunidense.

El golpe organizado por Washington constituye así una enésima violación de la autodeterminación de las naciones. Al mismo tiempo Estados Unidos se instala en Haití para controlar mejor la región, empezando por la insegura República Dominicana, sobre la cual extiende su dictadura indirecta desde la frontera con Haití, siguiendo por Puerto Rico y, sobre todo, controlando la región caribeña por donde pasa el petróleo venezolano y el combustible de los países árabes hacia la costa este de Estados Unidos. Esencialmente, refuerza aún más su dispositivo político militar contra Cuba, contra la cual prepara su agresión militar y, mientras tanto, arremete diplomáticamente intentando que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU condene al gobierno de Fidel Castro haciendo suyos los argumentos del país que, a escala mundial, es el mayor violador de los derechos humanos que existe en el planeta. El protectorado estadunidense sobre Haití tiene por lo tanto, claramente, un objetivo geoestratégico anticubano, pues prepara la agresión contra la isla y también contra Venezuela (el subsecretario para Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado dijo que si el pueblo haitiano había podido echar a Aristide, Ƒpor qué no sería posible eso en Venezuela? O sea, que está preparando un golpe contra Hugo Chávez).

Hay en la invasión de Haití también otro aspecto importante: el conflicto entre Estados Unidos y Francia, y entre Washington y los países sudamericanos. Francia envió tropas a su ex colonia, que forma parte del mundo francófono, no sólo para buscar un acercamiento con Bush sino también para no dejarle el monopolio del infeliz país invadido por los marines. Pero el envío de miles de cascos azules brasileños y argentinos a Port au Prince y la propuesta de Jacques Chirac de que los brasileños controlen la fuerza multinacional de la ONU en Haití busca quitar el mando de esa tropa al Pentágono (el gobierno "socialista" chileno, por el contrario, mandó a Haití mil 300 soldados que puso alegremente bajo el mando yanqui). En Haití, por consiguiente, Francia y Estados Unidos disputan también posiciones geopolíticas y los países del Mercosur tratan de mantener su independencia y su protagonismo.

Hay que ligar lo de Haití con la nueva política propuesta por ese genio de la geografía y la diplomacia que es George W. Bush, "el asiático". Según éste hay que crear un Gran Cercano Oriente, que iría desde Mauritania, en Africa, sobre el Atlántico, hasta Afganistán, en la frontera con China. Para esa vasta zona, con tantas diferencias históricas, sociales y culturales, propone una sola política y, lógicamente, un solo protectorado, el de Estados Unidos. Los objetivos de este despropósito son claros: colocar bajo dependencia yanqui el problema palestino y reforzar al gobierno de Israel, mantener la colonización de Irak y Afganistán, presionar a Irán, Siria y los países árabes y, al mismo tiempo, expulsar del Medio Oriente y del norte de Africa los intereses franceses. Es lógico que esta propuesta haya provocado la reacción de París y, en parte, de la Unión Europea. Hay que ver pues el intento de Bush de imponer un protectorado en Haití como parte -también- de esta disputa por la hegemonía mundial. Por todo eso es necesario no defender al indefendible Aristide, sino condenar el modo gangsteril utilizado para imponer en Haití, como tantas otras veces en la historia de ese país y de la región, el protectorado estadunidense.

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